"Es lo bonito que tienen estas cosas de raíz, que cuando se hacen desde arriba, no funcionan igual" (Rodrigo Cuevas)

A veces, cambiar un día rutinario por un salto de vértigo se convierte en victoria, independientemente de dónde caigas

Ana Elizalde Sanabria

A veces, cambiar un día rutinario por un salto de vértigo se convierte en victoria, independientemente de dónde caigas. Y Jon y yo, así lo hicimos. El pasado jueves 11 de enero, por coincidencias de la vida, nos reuníamos con Rodrigo Cuevas en el que iba a ser un salto con ojos cerrados a un vacío lleno de reflexiones compartidas.

Apenas han pasado 4 meses desde que Rodrigo sacaba su último disco, Manual de Romería, 8 desde que inauguraba el espacio La Benéfica en Piloña (su pueblo), y 3 meses desde que le otorgaron el Premio Nacional de Músicas Actuales 2023. Antes de todo esto, Rodrigo ya ocupaba butaca en nuestros corazones, pero no podíamos ignorar las referencias alistanas en su último manual, que de alguna manera sentíamos que nos guiñaba, como quien cree ver una intencionalidad clara en la sonrisa de un crush.

En esa conversación de un asturiano-leonés, un bilbaíno-alistano y una navarrica-alistana, había algo que vibraba en una misma sintonía. Rodrigo lo llamó la relación con La Asturie Cismontana, un término acuñado por los romanos para nombrar al territorio comprendido entre Asturias, León, noroeste de Zamora, parte del distrito portugués de Braganza y el oriente de Lugo y Orense.

No pudieron caber más verdades en los 30 minutos que pudimos robarle. Hablamos del disco, del reconocimiento y demases, pero hubo un momento en el que de repente, todo se volvió personal:

Entre los temas del nuevo disco, varios interludios de voces que hacían eco en nuestro subconsciente, con especial fuerza "En el alto de la sierra", el tema que pone de relieve los sonidos de Sejas de Aliste, y por ende, de la comarca de nuestras raíces. Cantado por Josefa Diebra Faundez, podría encarnar perfectamente la figura de nuestras abuelas, mujeres cantarinas, de vestimenta oscura y grises cabellos, de manos rudas y piel morena de haber trabajado toda la vida en el campo.

"Vienes del campo, vienes airosa, vienes coloradita como una rosa" le oigo decir a mi abuela en mi imaginario.

En Aliste siempre se ha cantado, en el campo, en la mesa, en la plaza, en misa, corrales y alrededor de la lumbre. Rodrigo nos decía, que antes el canto era el entretenimiento que había. "Las mismas horas que echamos ahora en el Instagram pues podríamos echarlas tocando la pandereta y cantando".

Le preguntamos también sobre recetas para conservar estas músicas y cantes. Y aquí nos responsabilizó directamente a la juventud, o como dirían en nuestra Figueruela, a la rapaciada. Y añadió: "Las tradiciones no hay que recopilarlas. Hay que estar ahí con las señoras hasta aprenderlas de memoria". Nos dijo que tener las canciones en una grabación archivadas en la biblioteca del móvil acumulando polvo no sirve de nada, más que para quitar peso: "Ay, ya lo grabé, ya está. No paso más tiempo aquí". Solo la memoria y la práctica garantiza el relevo.

También hablamos del papel que juegan las administraciones en esta labor de conservación. Rodrigo nos confesó que a su parecer, no se deberían meter demasiado en "cosas tan domésticas". Es patrimonio común del pueblo, y es desde ahí donde se debe preservar. "Las administraciones deberían quedarse en facilitar esa transmisión y divulgación, pero hasta ahí, sino al final se acaba desfigurando, regulando, apropiando, capitalizando… Es lo bonito que tienen estas cosas que parten desde abajo, desde la raíz, que cuando se intentan hacer desde arriba, no funcionan igual".

Además, sucede una cosa, que es que cuando todos los pueblos concentran en verano las celebraciones, de alguna manera, se compite por la atención de los visitantes fortuitos

No pudimos contener preguntarle también acerca de un tema que nos inquieta: hay algo que ocurre en los pueblos pequeños, que parece haber una tendencia a programar cultura solo en verano para garantizar el éxito de la festividad. Además, sucede una cosa, que es que cuando todos los pueblos concentran en verano las celebraciones, de alguna manera, se compite por la atención de los visitantes fortuitos. Apenas se piensa en programar cultura en clave de comarca, y los pueblos acaban solapando programación. ¿Se debe destinar la mayor programación cultural a altas temporadas? ¿Hasta qué punto no es la cultura también una herramienta para atraer a gente cuando menos hay?

Nos confesaba que en su opinión, lo divertido de programar en invierno es que al final acabas obligando a la gente a venir en esta temporada. "Mover una mascarada para el verano es quitarle todo el contexto y sentido a la mascarada. Se convierte en una recreación. Las fiestas chulas, los bailes eran principalmente en invierno. En verano había mucho que hacer. Trasladar estos eventos al verano, es de alguna manera dar la batalla por perdida. No cuesta nada ir un fin de semana al pueblo. ¿Tres horas y media de viaje?, ¿qué es eso comparado con la inmensidad del mar?"

A la vez, entendía que el contexto de cada pueblo es diferente, y que no quería juzgar sin conocer las circunstancias. Y es que muchas veces pecamos en pensar que la realidad rural es única y homogénea. Nada tienen que ver los pueblos de la costa, de la montaña, los fronterizos, los del norte o del sur. Incluso en Aliste, cada pueblo es un mundo. Nos han hecho pensar que en estos territorios mal llamados "vacíos", no ocurre nada fuera del verano. Los pueblos están llenos de otras cosas que la mirada urbana no es capaz de ver: ocurren las estaciones, la relación con el entorno, ocurre la perspectiva con todo aquello que sucede fuera, el silencio, que también es música, y otros sonidos como los propios del campo, ocurre la convivencia y las relaciones intergeneracionales, el cantar y la charla frente a la lumbre, los cielos estrellados y una inmensidad de cosas más que no caben aquí.

Decía Jaime Izquierdo en uno de sus libros, que "impera un pensamiento urbano que tiende a anular lo rural como territorio, como cultura y como oportunidad". Hay un perfil de veraneantes urbanitas, muchos de ellos amigos nuestros, que viven el pueblo de manera extractiva, que vienen a consumir las fiestas, los recursos de la zona, pero que luego reniegan de toda implicación, cuidado y conservación de todo aquello. Han perdido toda vinculación con ese pensamiento de lo colectivo del que descienden, y lo que es peor, del interés por conocerlo.

No llegamos a ninguna conclusión clara de cómo hackear esa percepción. Quizás, el momento que vive ahora el folklore sea una palanca a favor. Si bien en los 60-70-80s, junto a la aceleración del éxodo rural se renegaba de todo aquello que venía del pueblo, ahora se vuelve a mirar con curiosidad, y son varios los artistas como Rodrigo que hacen de estos sonidos vanguardia. Aunque él insiste, lo auténtico sucede en los pueblos, "yo solo me limito a recrear", que no dejan de ser, al fin y al cabo, interpretaciones propias.

Parece que estamos en un momento de fusión del pasado y presente, de acercar lo rural, lo intermedio y lo urbano, y no solo en la música, se ve en tendencias de moda, en el contenido de RRSS, en las estrategias vitales que nos planteamos… Se ha abierto un posible diálogo intergeneracional y territorial que puede plantar semillas en percepciones urbanizadas sobre lo local, y esa esperanza, hace que nuestros ojos brillen, como cuando cantamos sobremesas en el pueblo, aprendemos alistano, escuchamos las historias de nuestras abuelas y saboreamos la bolla, las rosquillas o el pote. Y a Rodrigo, que tiene todo aquello mucho más a mano, también le brillan los ojos, en una mirada que penetra adentros. Esas miradas que saben hacerte llegar el mensaje que a veces la poética de las palabras envelan.

Gracias Rodrigo, ¡y que viva la joldria!

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