Escalera hacia el cielo

El Che en Las Ventas

Después de romper el movimiento feminista, el caballo de Troya woke ha conseguido dividir al ecologismo

Una de las sesiones de la COP28.

Una de las sesiones de la COP28. / Agencias

Bárbara Palmero

Bárbara Palmero

España y Portugal entraron en la CEE en 1985. Ese año Francia hundió el Rainbow Warrior de Greenpeace, Gorbachov llegó al poder en la URSS, la zoóloga, conservacionista y autora de Gorilas en la Niebla, Dian Fossey, fue brutalmente asesinada en Ruanda, y The Smiths triunfaron con "Meat is Murder", la carne es asesinato.

En 1985 yo iba al instituto, y ni me imaginaba que me ganaría la vida como pastora. De aquella época conservo a los amigos, fotos, recuerdos, discos, y la camiseta del mítico álbum de la banda de Morrisey, que por ahí anda reciclada en trapo para limpiar cristales.

A cuenta del mensaje GoVegan de The Smiths, estos días de crianza de lechazos para comidas navideñas en familia he mantenido una agria discusión con una amiga de la infancia, vegana y adoradora de la secta woke. Que en inglés significa despertar, y nace en esas universidades norteamericanas tan selectas, tan exclusivas que al hijo del obrero no se le deja entrar ni a mirar.

Por eso significa woke. Porque es el despertar de una élite intelectual ante las injusticias que se cometen contra trans, negros, indígenas, animales o monjas tibetanas ciegas… Contra cualquier grupo o minoría, siempre que no se trate de la noble y honrada clase trabajadora.

Sirva de ejemplo el Día de la Hispanidad. Cada 12 de octubre, el pijerío woke estadounidense denuncia el genocidio cometido por la Corona de Castilla en 1492. Y en solidaridad con la inmigración iberoamericana en los USA, vandalizan estatuas de Colon, Hernán Cortes o fray Junípero Serra, firme defensor de los indios americanos.

Mientras, los emigrantes festejan el Día de la Raza reuniendo a la familia para comer juntos. Porque su realidad real es la de batallar para poner fin a las condiciones de esclavitud con las que se ganan la vida en la agricultura, y no en dilucidar si Isabel de Castilla era una genocida o el primer dirigente que promulgó un decreto real que protegía a los nativos.

Esa población ilegal es la que produce los alimentos veganos que esa élite woke, animalista y antiespecista, presume consumir. Por eso son los trabajadores hispanos, quienes demandan una nueva etiqueta Cruelty Free, libre de crueldad. Pero no de crueldad con los animales, sino con los humanos. Porque el ser humano es el único animal que ningún animalista defiende.

Este el drama de los wokistas. Que viven aislados en sus campus universitarios, como el escritor Juan Ramón Jiménez en su torre de marfil. Ajenos a la realidad de esa noble y honrada clase trabajadora que se deja la vida hasta en tres trabajos diarios para sacar a la prole adelante.

Un aislamiento de la realidad, el de esta aristocracia intelectual con sus másteres, doctorados, cursos de posgrado y demás titulitis, que no sorprende ni a los grajos, que por estas fechas vuelan bajo. Porque los wokistas son el caballo de Troya que el poder financiero le ha colado a la izquierda tradicional, la vieja izquierda internacionalista, solidaria y obrera, la izquierda de toda la vida.

Por eso defienden todo lo que el poder financiero vende, y ejercen de sucios colaboracionistas en la estrategia del divide y vencerás. Lograron romper el movimiento feminista, apoyando el mantra de que cualquiera que pueda pagar un cirujano plástico, el cambio de sexo y las hormonas inyectables de por vida, ya es mujer.

La evidencia científica dictamina que mujer no es aquel, aquello o aquelle que sienta deseos de serlo. Mujer es quien posee cromosomas XX y genitales internos, sea fértil o no. Y por ahora el capitalismo global no permite comprar y vender cromosomas y gónadas por Ali Express.

A la insalvable fractura del feminismo, le ha seguido ahora la división del movimiento ecologista. El ecologismo clásico, con el aval de la ciencia, defiende un imperativo decrecentista para sobrevivir, y prueba que el crecimiento sostenible no es más que el dios dinero haciendo viejos negocios con nuevas etiquetas: vegan, verde, eco, organic o bio.

No podía ser de otro modo, la secta woke se ha posicionado de parte de su amo y señor, el becerro de oro. Se ha convertido en idólatra del coche eléctrico, aerogeneradores y placas solares, la energía nuclear, plantas de biogás… Y consume verde para no dejar de consumir.

Satanizan los rebaños que pastorean en libertad, y el uso de gasóleo agrícola, al tiempo que bendicen los tropecientos mil vuelos diarios que cruzan el espacio aéreo español, incluidos los que llevaron a la ministra Ribera, nuestra mesías climática, a la COP28, y al apolíneo presidente de todos los españoles desde Pontevedra a Coruña en Falcon.

Hasta el mismísimo Che Guevara, amante del asado y las armas, cis-hetero-patriarcal y mujeriego, fumador de habanos, con su famosa foto en Las Ventas, sería un proscrito a cancelar para estos cerebrines woke. Que dan la espalda al obrero, y se escandalizan luego si el obrero vota a Giorgia Meloni, a Le Pen, incluso a partidos abiertamente nazis en el centro y norte de Europa.

Qué extraña querencia por importar solamente lo malo tienen algunos.

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