Por San Martino; a Mombuey, a su torre y a María de San Martín

Atravesando el tiempo me topé con María Álvarez de Losada, ancestro de muy alto nivel emparentada con la familiar gallega de los Quiroga que más tarde ocuparían el marquesado de San Martín

Monasterio de San Martín de Castañeda

Monasterio de San Martín de Castañeda

Quienes vivimos en Sanabria y Carballeda tenemos varias formas de visitar los templos eclesiásticos. Bien sea por algún acontecimiento que allí se celebre, por la buena voluntad de los mega atareados párrocos o por la mejor casualidad de la oportunidad que ofrecen las instituciones de abrir por un período vacacional las iglesias (al contratar a alguna persona que custodie estos pequeños museos guardianes de nuestro pasado). No solo entre estos muros se encuentran los santos patronos y un rosario de iconografía más o menos encajada entre retablos, hornacinas y desubicados mechinales también podemos contemplar el rastro de la oligarquía vislumbrando los emblemas lapidarios, por norma bien posicionados junto al Altísimo.

En una de estas tesituras tuvimos la ocasión de entrar en una de las partes más inaccesibles de cierta iglesia declarada monumento nacional y con una singularidad única en la provincia. ¡A descubrirla nos encomendamos! Empezamos el ascenso por unas complicadas escaleras para adentrarnos en un angosto interior donde nos esperaba un balcón amatacanado, el cual había que vencer para poder acceder al siguiente nivel. Y así la cosa se complicaba en demasía pues al ejercicio de flexión y a la agilidad requerida se unía el pavor que suponía el hecho de girarte y mirar el vacío que perversamente te rodeaba. Si a ello le sumamos la carga de la podona para cortar las zarzas (ingrato peaje que el cura nos "invitó" a realizar para aprovechar la permisión) nos tuvimos que conformar con que una de las dos intrépidas visitara aquel remate interior del singular reducto inexpugnable. Al ser yo foránea me cedió mi escudera el honor. Ya dentro del chapitel oteé el habitáculo y descubrí algún resto de juvenil pintada; lo que demostraba que nuestra hazaña no había sido tan bravía. Abstrayéndome de aquellos desmanes, me concentré a disfrutar del privilegio revisando ese armazón que sustentaba la elegante estética del remate exterior que el común percibía. En el horizonte, el sol se ponía y, en su anaranjada despedida, me percaté que atardecía en San Martino.

En el año 1480 y posteriormente en 1489 María de San Martín solicita a los Reyes Católicos protección para ella y para sus hijas ante las tropelías y posibles intrusiones en la tierra y comarca de la baylia de Monbuey por parte de una familia que ya desde la Puebla de Sanabria estaba gestando su eclosión sin límites, incluso pensando en alcanzar el todo poderoso Monasterio de Castañeda

Intenté saber más y aunque tardé tiempo en retomarlo, sufrí la desazón frustrante del que no halla, desanimada por la incoherencia de un sistema plagado de errores, contradicciones y mezcolanzas. Cuán complicado es intentar vaciar una piscina de pirañas para llegar al fondo de la transparencia en un turbio pasado de testimonios, litigios, testamentarías y viles chances inmersos en la genealogía.

Atravesando el tiempo me topé con María Álvarez de Losada ancestro de muy alto nivel emparentada con la familiar gallega de los Quiroga que más tarde ocuparían el marquesado de San Martín. Y al tiempo el linaje de los Losada entroncado con el señorío de la casa Almanza (otra hora Valderrábano) y sus territorios que se engrandecieron hasta San Martín de Tábara, Alcañices, Ayoó y una tal hazienda que su alteza avia avido con otras muchas de los frayles de mala fama que se llamaban templarios. También descubrí una comisión al Corregidor de León a petición de otra María Losada por una usurpación en su jurisdicción y vasallos de Otero de Centenos.

Pero nada del despoblado, más que una breve reseña arqueológica y algún resto de cerámica de las construcciones bajomedievales. Nada de María de San Martín, nada más allá de un episodio detenido en dos instantes.

Y es por los mismos que sabemos que en el año 1480 y posteriormente en 1489 María de San Martín solicita a los Reyes Católicos protección para ella y para sus hijas ante las tropelías y posibles intrusiones en la tierra y comarca de la baylia de Monbuey por parte de una familia que ya desde la Puebla de Sanabria estaba gestando su eclosión sin límites, incluso pensando en alcanzar el todo poderoso Monasterio de Castañeda. Por esas letras un tanto ilegibles se le otorga a ellas y a sus hijas guarda, seguro y amparo así como el reconocimiento a sus compras, justos derechos y títulos derivados de sus heredades ante el tal Benavente y ante algún otro ruin caballero que considere la posibilidad de que sean despojadas o desapoderadas siendo ellas las primeras en ser llamadas a juicio, oídas y vencidas por fuero y por derecho ante quien se incumpla este mandato.

Con lástima me quedo hasta aquí en los escritos pero no en tu admiración.

Cierto día ubicado entre el entretiempo de la visita a la villa carballesa y el entendimiento de estos documentos, pude asistir a tu encuentro. Te recuerdo alardear entre otros tantos semejantes y ninguno te hacía sombra. Tu sereno rostro endulzaba el rígido desfile y tus curvas cautivaban al más trasnochado trovador. Tu mirada, si es que lograbas alcanzarla, pues era digna altura de giganta, se clavaba como una flecha en el sentido y demostraba que aunque mujer de cartón, tus armas incluían (como lo demostraste en tu lucha) la más infalible para una conquista: la inteligencia.

María sigue aquí, en su villa y en su torre con su buey. Fiel guardián que vigía desde los altos el hoy monte yermo.

Gracias a aquellos que te han hecho volver a la vida.

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