Por qué se empeñan en correr tanto las aguas del Duero

Son las localidades por las que va pasando las que lo han degradado

Los nubarrones asoman en el cielo de Zamora: río Duero desde el Puente de Hierro.

Los nubarrones asoman en el cielo de Zamora: río Duero desde el Puente de Hierro. / T. S.

Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

Corren las aguas del Duero, como queriéndose separar de las márgenes del río, buscando una posición favorable que les permita llegar lo antes posible a lo que entienden que es su destino. Un destino que tiene marcado desde tiempo inmemorial, ya que el cauce no es de hace unos pocos años, sino de unos cuantos cientos, o quizás miles. No se entiende bien por qué tiene tanta prisa en llegar al Atlántico; porque cuando desemboque en el mar será adsorbido por una inmensa masa de agua salada que lo hará imperceptible. Será un rio con un RIP que se hará visible en el áurea que en algún momento sugerirán las olas, justo cuando sean atravesadas a media tarde por algún rayo de sol. El Duero, entonces, dejará de ser una pequeña mancha de agua dulce ya que, en un pispás, absorberá un montón de minerales. Desde el sodio al potasio, pasando por el cloro y el magnesio, también el carbono y el estroncio o el bromo, hasta conseguir una concentración de 35 gramos por litro. Formará parte de un agua no potable que de nada servirá para contribuir a mantener con vida a los seres humanos. Ni tampoco de poder regar sus plantaciones. Ni de mantener vivas un montón de especies.

El río, en su loco afán por correr más que nadie, se va estrellar en pocas horas contra algo que no solo no domina, sino que ni siquiera conoce. Y el mar, sabedor de ello, lo ve venir, y se frota las manos. El poderoso mar ve que, en un futuro próximo, él va a ser el protagonista de la historia; el que llegará a marcar las pautas de la vida que va a prevalecer en el planeta.

En el planeta Tierra, solo las especies marinas se están palpando las escamas. Una forma de aplaudir a su manera la buena nueva, ya que son conscientes de que van a tener un nuevo tipo de vida, sin vertidos de hidrocarburos amenazantes. Sin toneladas de plásticos indestructibles. Sin soportar la mano del hombre esquilmándole determinadas especies.

El río, en su loco afán por correr más que nadie, se va estrellar en pocas horas contra algo que no solo no domina, sino que ni siquiera conoce. Y el mar, sabedor de ello, lo ve venir, y se frota las manos.

Así son los ciclos de la vida. Unas veces ganan unos y otras ganan otros. En este caso, en lo que se refiere a la raza humana, solo ganarán unos pocos. Esos pocos son siempre los mismos: los que son capaces de construirse un arca de Noé propia. Los privilegiados que hayan podido proveerse de una planta desalinizadora y un productor de energía que disponga de la maquinaria necesaria. Y que hayan podido construir algún depósito de petróleo o de otro combustible, sea o no fósil, para que toda la maquinaria funcione.

Y el resto, los demás mortales, impertérritos, seguiremos observando todo con indiferencia, sin mover un dedo. Sin advertirle al Duero de lo que le espera. Sin ayudarle a frenar su alocada carrera. Ni siquiera de pedirle que almacene parte de su caudal en algún depósito, o en un gran pantano, para que tanto él, como los humanos, puedan sobrevivir el día de mañana, al menos durante un tiempo. No tardando, el río dejará de oír a Machado decir aquello de “El Duero corre, terso y mudo, mansamente./ El campo parece más que joven, adolescente”

No es el Duero el río más contaminado de España. Entre los diez más comatosos se encuentran los Miño, Júcar, Llobregat y Guadiana, formando parte de ese sesenta por ciento que corren sépticos y viciados por la piel de toro. Llevan de todo menos H2O. Da pena verlos arrastrar un buen surtido de abonos, vertidos y herbicidas, como también de escombros, plásticos, aceites y grasas.

Los acuíferos se encuentran al límite, y el Duero, sabedor de ello, debería exigir que se le tratara de otra manera, como se merece, en lugar de ser usado como vertedero. Pero se ha contagiado de la pasividad de los hombres y no lo hace.

Se lleva la palma en Europa, al menos según un estudio de la Universidad de York, el río Manzanares; al parecer debido al vertido de fármacos. Varios años lleva el embalse de Almendra, ese que tenemos ahí al lado, en la provincia de Salamanca, contaminado por encima de lo que marca la Unión Europea, siendo Almendra uno de los embalses más grandes de España.

Los acuíferos se encuentran al límite, y el Duero, sabedor de ello, debería exigir que se le tratara de otra manera, como se merece, en lugar de ser usado como vertedero. Pero se ha contagiado de la pasividad de los hombres y no lo hace.

Las aguas del Duero que vemos pasar por Zamora no nacen así en los Picos de Urbión, allá por la provincia de Soria. Son las localidades por las que va pasando las que lo han degradado. Por eso, cuando llegan aquí, casi al final de su recorrido, cobran ese deplorable aspecto.

Quizás sea por eso, por lo que el Duero, al verse tan ajado y deslucido, prefiera acabar con su existencia disolviéndose en el mar de manera casi anónima. Menos mal que, antes de despedirse, a su paso por Los Arribes, podrá ver una muestra de lo que era la naturaleza en sus años mozos.

«Río Duero, río Duero/ nadie a acompañarte».

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