A los hijos de los pueblos ¡bienvenidos!

Durante unos días de agosto se producen varios milagros o acontecimientos extraordinarios

Ilustración

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Laura Rivera

Laura Rivera

Buen verano, bienvenidos, hijos de la emigración, los saludan los que siguen en los pueblos. Bienvenidos a las fiestas, gracias por estar aquí, vuestro impulso nos renovará las fuerzas.

Con la música del "Rock’n’Ríos" de Miguel Ríos, algo así podría sonar en el aire de las verbenas de Zamora en fiestas -con orquesta o discomóvil en función del menguado presupuesto municipal- esa bienvenida a los hijos, nietos, biznietos, tataranietos, tataratataranietos y más allá, de los pueblos que se resisten al vacío y la soledad no deseada del largo invierno. Porque: "Largo se le hace el día a quien no ama, y él lo sabe" -como dijo Claudio Rodríguez- y más largo se le hace el invierno a quien no tiene a quién amar porque se han ido casi todos a trabajar fuera.

A mediados de agosto los pueblos celebraban antes el tiempo de descanso entre la cosecha de los cereales de junio, y la vendimia y antesala de la sementera en septiembre; y así aseguraban el pan y el vino para andar el camino. Ahora esos pueblos vaciados se abarrotan de hijos, nietos, etc. del pueblo para celebrar vírgenes y santos que tal vez no existen pero al menos hacen milagros. Porque la que no existe definitivamente es la cosecha, que ha sido arrasada por las políticas agrarias europeas de la PAC, y rematada por la sequía del cambio climático que también algunos niegan que exista. ¡Menos mal que vírgenes y santos bien celebrados obran el milagro de llenar durante el puente la tierra que parece resistirse a ser vaciada!

Durante unos días de agosto se producen varios milagros o acontecimientos extraordinarios, como los llaman algunos laicos y descreídos.

El milagro de los pueblos sin bares donde no falta una paellada, parrillada, "tortillada" o comida vecinal compartida en largas mesas dispuestas para dar de comer a todo el mundo, en una especie de milagro de multiplicación de los panes y los peces.

El milagro de los pueblos con exclusión financiera y sin un mísero cajero automático que llevarse a la cartera, donde no falta el dinero suficiente para tomarse algo en las barras y mesas de los bares que no existen pero aparecen milagrosamente. Ya nos lo dijo hace años cuando le preguntaban sobre los denarios el hombre que hacía milagros: a dios lo que es de dios, y al Europa lo que son euros.

Esos pueblos vaciados se abarrotan de hijos, nietos, etc. del pueblo para celebrar vírgenes y santos que tal vez no existen pero al menos hacen milagros. Porque la que no existe definitivamente es la cosecha, que ha sido arrasada por las políticas agrarias europeas de la PAC, y rematada por la sequía del cambio climático que también algunos niegan que exista. ¡Menos mal que vírgenes y santos bien celebrados obran el milagro de llenar durante el puente la tierra que parece resistirse a ser vaciada!

Ese hombre que decía "Dejad que los niños se acerquen a mí", y que parecen haber dicho en las calles de los pueblos sin escuela de Zamora. Porque cientos de niños que no podrán ir a la escuela porque no la han abierto, como "una bandá de pajaricos sueltos" llenan las calles de juegos y fiestas de la espuma para chapuzarse con el agua.

Aunque para milagro de verano, el del agua de Sayago. Tras cerca de tres semanas de beber agua presuntamente contaminada porque era la misma que bebían en Salamanca con exceso de contaminantes, basta que la Diputación reparta potabilizadoras y contenedores o aljibes en algunos pueblos para que se convierta en agua apta para el consumo. Y más milagro aún lo del plazo de las analíticas: esos análisis del agua tan rigurosos y especializados que necesitaban al menos quince días para ser fiables, se pueden hacer en poco más de veinticuatro horas ¡Milagro de Aquona! O incompetencia de la Junta.

El milagro de la Zamora envejecida con una población mayor de sesenta años que se llena milagrosamente de jóvenes que van de fiesta en fiesta de charanga, orquesta o discomóvil en función de los escasos presupuestos municipales, que también parecen estirarse milagrosamente como las casas abiertas y los brazos estirados para acoger a todos los visitantes, hijos del pueblo, en sus calles.

Pero estos laicos acontecimientos extraordinarios, o los portentos inexplicables para la mente humana como el de la transformación del agua en potable de la Diputación a punto de superar el milagro de transformar el agua en vino que tiene lugar en muchas fiestas -¡ay que se me estaba olvidando!- no hace olvidar a los hijos del pueblo que lo que sigue sonando en el aire son los vientos del pueblo.

Esos "Vientos del Pueblo", como los del poeta Miguel Hernández, que siguen "aventando la garganta" de quienes durante estos días de fiestas levantan la voz y la pancarta para denunciar que en los pueblos llenos de gente en agosto y de soledad en invierno, no hay una sanidad digna para atenderlos porque no se abren los consultorios.

Esos vientos del pueblo que siguen "arrastrando el corazón" cada vez que un ganadero tiene que matar las vacas porque no saca suficiente con su trabajo para darles de comer, como sucede en las tierras de buenos pastos de Sayago con ganaderías autóctonas.

"Señores de la labranza" que ven sus campos cubiertos de placas solares para la energía "verde" que les echa de su tierra. Y que ya afecta a los cotos de caza como el de Toro, porque todo se pone al servicio de esas grandes empresas que se han teñido de verde, como Iberdrola.

Esos "Vientos del Pueblo" que no acallan ni verbenas, ni fiestas, ni pregón, ni procesión. Porque el pueblo de Zamora sigue diciendo que no es "un pueblo de bueyes" que dobla la frente "impotentemente mansa", también en verano y con el apoyo decidido de los hijos del pueblo que son nuestros hijos e hijas de la emigración.

¡Qué larga ha sido la marcha , compañeros de fatiga, desde que os fuisteis de aquí!

Muchos años de camino para al fin poder gritar:

¡Hijos de la emigración, bienveeenidos!

(*) Portavoz de IU en la Diputación

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