Crónicas de un paso de cebra

Escenarios de un amor correspondido

Carmen ha sido una gran maestra de yoga y de vida a la que siempre le estaremos eternamente agradecidos

Postura de yoga

Postura de yoga

Concha Ventura

Concha Ventura

La primera vez que Carmen me dijo: Concha, cuando muera, no quiero rollos, que no canten nada en la ceremonia de mi despedida, sólo deseo que me escribas unas palabras y que suene el Canon de Pachelbel, corría el año 2009 un doce de octubre.

Por eso, el día en que empiezo este escrito, que conserva un poco el calor del otoño, cuando un chorro de luz se cuela por el cristal y todo lo ilumina de vida, también el aroma de los membrillos y la savia antigua de las ramas sin hojas, le dedico estos pensamientos hilvanados con el dolor de los corazones de todos nosotros.

Su silueta se ha ido disolviendo lentamente, en silencio y sin hacer apenas ruido, entre la bruma de vapor morado y rosa del atardecer, colores vitales que tanto le gustaban, sin olvidar el rojo rabioso de la jena de su pelo, que como una gasa brillante exhibía con tanta frescura, y con el que quiero recordarla, entre estas nuestras lágrimas, provocadas por la tristeza de la despedida.

Pero, hoy, aunque me cueste, me gustaría hablaros de Carmen desde la alegría, repasando momentos de nuestra conjunta biografía.

Me centraré en tres recuerdos importantes.

El primero tiene que ver con la fundación del centro de yoga, donde con paciencia, sembró durante muchos años la semilla de una especial filosofía de vida, un magisterio como si de un árbol de copa ancha y ramas extendidas se tratase, para que todos nosotros nos refugiáramos bajo sus hojas, en épocas de tristeza o de tormenta, también en la celebración de fechas compartidas señaladas, un cumpleaños, un nacimiento, una boda y tantas otras.

La mayoría de sus alumnos sabemos lo que consiguió, porque nos ayudó a cambiar nuestra percepción de la existencia, a restarle importancia a las cosas, a centrarnos en nuestro presente y a contactar con nuestro interior y, ese es el legado que nos ha dejado

Ella salía de una profunda crisis personal y nunca le oí ninguna queja y todo, a su lado, formó parte de un hermoso y fructífero aprendizaje.

Empezó su andadura en esta disciplina en la actual Delegación de Cultura de la Junta en Zamora, donde aprendió con diferentes personas, entre otras con Elvira.

Cuando se decidió a dar clases de yoga, fuimos transitando por lugares de prestado, que debíamos dejar a toda prisa, en el momento en que los propietarios los alquilaban.

Al final, encontró un local situado en la Avenida de Portugal antes de llegar al puente de Hierro y decidió alquilarlo, para evitar el trasiego de los cambios de colchonetas, cojines y demás enseres cada dos por tres.

Ella al principio no quería cobrar nada y fui yo la encargada de recordarle que el dinero es una energía, y que lo necesitaría para sufragar la renta, la luz, la calefacción, las velas, el incienso, las reparaciones que se presentaran y muchas cosas más. Me costó convencerla, pero aceptó y, como a ella le daba reparo cobrarlo, era yo la que recogía al principio mensualmente, cien de las antiguas pesetas, que era algo casi como menos de un euro.

También se acordó pagar entre todos los asistentes el magnetofón, con una derrama extraordinaria, cada vez que se estropeara. Y ahí empezó nuestra historia con ella en el centro.

El segundo recuerdo está centrado en las sesiones de yoga, que cada día preparaba en su cuaderno, las cuales nos regaló hasta que se jubiló, no faltaba ni un día, y siempre iba antes, para enchufar las estufas y mantener en orden las almohadas y las mantas. Así es cómo el centro acabó siendo el escenario de una amistad perdurable entre muchos de nosotros.

Allí, tumbados en aquel mullido suelo, nos sentíamos libres y felices de preocupaciones, al principio de las sesiones aquello parecía un gallinero y poco a poco empezaba Carmen su liturgia para irnos tranquilizando, ponía la música muy bajita, leía algunas frases inspiradoras y contaba algunas historias, para que se nos fueran de la cabeza los pensamientos negativos.

Después se hacía el silencio y cuando ya nuestra mente se calmaba, empezaba a guiarnos por una secreta senda, donde se sucedían las respiraciones, las asanas o posturas, el saludo al sol, la cobra, la vela, la torsión y tantas otras, sin olvidar el baile para mover todos los músculos. Acabábamos con una relajación para disfrutar de las dulzuras de la paz mental plena. Después al volver en nosotros, nos costaba levantarnos, pero regresábamos a casa felices y con las pilas recargadas. Cuánto bien nos hizo todo aquello.

Y el tercer recuerdo se centra en su jubilación, después de tantísimos años llevando el timón del barco del yoga en Zamora, le hicimos una fiesta por todo lo alto en un restaurante, a la que acudió casi toda la gente a la que enseñó, incluso de lugares bien lejanos, para disfrutar ese día tan señalado con ella. Hubo discursos y flores y regalos y abrazos y lágrimas de emoción.

Todos le dedicamos un texto sobre lo que ella había significado en nuestras vidas, que al final guardó en una caja blanca. Muchas veces la abría en su casa y releía al azar alguno, para seguir emocionándose al recordarnos.

Un día, tras recaer en su enfermedad, me dijo que le hubiera gustado mucho que, su marido Alejandro hubiera podido ver aquel homenaje, para haberse dado cuenta de todo lo que significó para ella el yoga y también para todos nosotros.

Fue una de sus grandes pasiones y un camino para ayudar a mucha gente. Sus hijos Alejandro y Pedro y toda su familia, sí han podido reconocer y valorar la importancia de su magisterio.

La mayoría de sus alumnos sabemos lo que consiguió, porque nos ayudó a cambiar nuestra percepción de la existencia, a restarle importancia a las cosas, a centrarnos en nuestro presente y a contactar con nuestro interior y, ese es el legado que nos ha dejado.

Ha sido una gran maestra de yoga y de vida a la que siempre, desde el fulgor de lo invisible, le estaremos, eternamente agradecidos.

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