Sueños y pesadillas de verano

Una de las veces en las que crucé las piernas para sentirme más cómodo mientras pasaba las hojas del periódico, percibí algo raro en una de mis zapatillas de running...

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Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

Vino a resultar que un día cualquiera los máximos dirigentes del PP se habían reunido solemnemente para llegar a un acuerdo de los denominados históricos. Ni más, ni menos, haciendo gala de las pulseras que suelen llevar en la muñeca con la bandera de España, habían decidido poner en marcha un acto patriótico. Tan patriótico que, al objeto de evitar cualquier bloqueo político, consecuencia de los resultados de las últimas elecciones, habían renunciado a gobernar, cediendo la batuta de mando al PSOE. De esa amanera, además de dar la mayor muestra de patriotismo que cabe entenderse en política, mataban dos pájaros de un tiro; por una parte, soltaban el lastre que, al parecer les suponía ir de la mano de VOX, y por otra dejaban en evidencia al PSOE, que se veía obligado a prescindir de esas amistades peligrosas que viene frecuentando. El PSOE en muestra de agradecimiento le había hecho un pedido de varios millones de pulseras rojas y gualdas, y había anulado en la farmacia el pedido de toneladas de pastillas para dormir, de esas que vienen tomando desde que gobiernan con Podemos.

Fue tal la zozobra que me hizo sentir tal noticia, que no pude evitar dar un salto en la cama que tuvo como resultado una caída - como no podía ser de otra manera, por el lado izquierdo de la cama - topando con mis huesos en el suelo. Debía ser media noche, y el calor ambiente, probablemente, debía haberme calentado la sesera más de la cuenta. Un vaso de agua fresca del frigorífico ayudó a despertarme. Asomado al balcón pude comprobar que ya había pasado el camión de la basura, y que la calle aparecía desierta. Tan desierta como el campamento de Monte la Reina. Vuelto a la razón volví a tumbarme en el látex con el que me habían obsequiado los Reyes Magos las pasadas Navidades.

Aunque ya habían aparecido las primeras luces del día, yo continuaba durmiendo a pierna suelta. Los sueños habían ido sucediéndose uno tras otro, y no sabía si sería capaz de recordarlos cuando llegara a despertarme. Pero, sin duda, si me acordaría del último, de ese en el que el PSOE le cedía al PP la oportunidad de gobernar sin necesidad de ocultar el hacha de guerra con las manos tras la espalda, ya que la habían enterrado, al menos hasta el momento. No se sabía bien por qué, pero lo cierto es que un grupo de históricos del PSOE, de esos que no aparecen por Ferraz 70 desde hace mucho tiempo, habían convencido a la cúpula actual para que dejaran que fuera el PP quien gobernara, sin la rémora de VOX. Mientras tanto, no muy lejos de Ferraz (Lugar donde vivió el fundador del PSOE Pablo Iglesias) concretamente en Génova 13, la sede del PP que dijeron hace años que iban a venderla porque traía malos recuerdos de la Gürtel, se quedaron ojo pláticos. Tan ojo pláticos que empezaron a sacar banderas arco iris por las ventanas, aunque no vinieran a cuento. Y dando órdenes a troche y moche para que en los cines se programaran ciclos de Costa Gavras, Eisenstein, y “gente de mal vivir” como Stanley Kubrick o Ken Load.

Sueños y pesadillas de verano

Sueños y pesadillas de verano / Agustín Ferrero

Solo decir que mi reacción resultó similar a la anterior, la que tuve en la media noche, con la única diferencia que ahora, como cabía esperar, me caí por el lado opuesto, o sea por la derecha de la cama. Aquello ya fue demasiado, así que, aunque ciertamente no fuera el momento más idóneo, me preparé un gin tonic buscando una reacción que por sí sola no llegaba. Y a continuación, sin más preámbulos, me lancé a la calle.

Pasé por el Aureto a desayunar, donde eché de menos a la entrañable pareja formada por Toñi y Aurelio. Y de camino hacia la Catedral adquirí un par de periódicos en la tienda de Felipe. Cuando quise darme cuenta ya me encontraba en la plazuela más fresca de Zamora, que no es otra que la de los tilos, que tiene por nombre el de Fray Diego de Deza, justo a un costado de la iglesia de San Ildefonso. Aunque no había mucha gente paseando por allí pude observar que algunos de los viandantes me miraban con cierta perplejidad y gestos de sorpresa, como queriendo decir “tiene que haber de todo”, aunque que no llegó a preocuparme demasiado. Pensé que quizás debía llevar puestas unas ojeras no buscadas en aquella noche tan agitada, o algo por el estilo.

Quiso la suerte que hubiera un banco libre, cosa que aproveché para sentarme y echar un vistazo a la prensa canallesca (Así se decía en tiempos de Franco) no fuera a ser que alguno de aquellos sueños formara parte de la realidad y lo hubiera confundido con alguna noticia de esas que escucho en el transistor, por la noche, entre sueño y sueño. Pero nada de aquello aparecía publicado.

Una de las veces en las que crucé las piernas para sentirme más cómodo mientras pasaba las hojas del periódico, percibí algo raro en una de mis zapatillas de running, esas que no utilizo para correr, como esos esforzados deportistas que lo hacen por la vereda del río, sino para poder pisar en mullido y que me lo agradezca mi espalda. La cosa era que me las había puesto cambiadas de pie. Así que el pie derecho iba con la zapatilla izquierda, haciendo que aquella extremidad mirara hacia afuera, algo similar a lo que le sucedía al pie izquierdo, aunque mirando para el otro lado. Fue entonces, cuando me acordé de la gente que me observaba de manera especial y comprendí su extrañeza.

Entre unas cosas y otras, caí en la cuenta que la derecha para estar bien debe juntarse con la derecha, y la izquierda con la izquierda, como en las antiguas escuelas: los niños con los niños y las niñas con las niñas. Y es que, desafortunadamente, continúan existiendo las dos Españas. Así pasa en la política, y así pasa con las zapatillas de running que, por muy cómodas que sean, si te las pones cambiadas de pie la cosa no funciona. Debe ser por eso que no se juntan el PSOE y el PP para arrimar juntos el hombro a la hora de encarrilar al Estado.

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