Escalera hacia el cielo

El campo sí tiene quien le escriba

La Ley de Restauración de la Naturaleza y la agenda 2030 disfrazan de verde a la industria alimentaria

Cosecha de maíz

Cosecha de maíz / TANNEN MAURY

Bárbara Palmero

Bárbara Palmero

Se acabó el 23J, una fecha en la que he descubierto que soy mano de obra ilegal. Como en la canción de Manu Chao, "sola voy con mi pena, sola va mi condena, me disen la clandestina por no llevar papel, pa´ una siudad del norte yo me fui pa’ trabajá…".

Soy una sin papeles que no figura en parte alguna, ni en el ayuntamiento, el censo electoral o en el Instituto Nacional de Estadística. Al final va a ser verdad eso de que los de fuera venimos a robar el trabajo a los de casa. Casi un cuarto de siglo pastoreando por Tierra de Campos, y los de inmigración sin enterarse.

Qué dura es la vida de una secretaria de ayuntamientos de menos de cincuenta habitantes. Si es que no te queda tiempo ni de conciliar, ni de darle a enviar a los datos censales de un paisano para que consten en el INE.

Sevillana clandestina o mano de obra campesina ilegal, lo cierto es que he seguido la campaña electoral bostezando a cada rato de puro sopor e intentando no quedarme dormida. Hay quien ha echado en falta que se hablara de la problemática del campo, no es mi caso.

En las pasadas elecciones municipales y autonómicas del 28M ya dejaron bien claro todo lo que tenían que decir. Recuerdo declaraciones de barones del PSOE en las que manifestaban lo mismo, exactamente lo mismo, que los archiduques del PP, y que los virreyes del resto de partidos.

Todos los partidos políticos apuestan por un mismo modelo agroalimentario basado en el eje del mal: macrogranjas, macrorrenovables y más regadíos. Porque para nuestros políticos la tierra buena es la que produce dinero. ¿Para qué perder el tiempo pues hablando de problemática alguna del campo, cuando está todo el pescado vendido?

Por supuesto, con el beneplácito de la vieja y caduca Europa de los mercaderes. Que acaba de aprobar una ley de Restauración de la Naturaleza, que al igual que la archifamosa Agenda 2030, no sirve para nada. Salvo para lavar muy verde la imagen de industrias altamente contaminantes, como la de los molinillos de viento contra los que pelean muchos valerosos Don Quijotes, y la del cuento de los tres cerditos genéticamente modificados para cebar al obrero y el lobo ecologeta.

Una agenda 2030 y una ley de Restauración de la Naturaleza, que incluso cuenta con el aval de la oposición frontal de la derecha europarlamentaria. Con su teatrillo apocalíptico, muy sobreactuado, muy a lo Pimpinela. Cómo si a estas alturas no supiéramos que son hermanos y que después de tirarse los trastos a la cabeza en público se van a casa juntos en el mismo taxi.

El campo no ha sido asunto de debate político porque todos los partidos defienden lo mismo: carne industrial, macrorrenovables y más regadío, para ellos la buena tierra es la que produce dinero

La agenda 2030, y su impostada política del plato a la mesa, sólo ha servido para regar con miles de millones a la sórdida industria porcinera. En un pasado se defendió que no era altamente contaminante ni maltrato animal, por lo que cobraba más PAC que la Duquesa de Alba, y las multimillonarias multas las pagábamos a pachas entre todos los europeos. Y ahora, que queda sobradamente demostrado que es altamente contaminante y maltrato animal, se la vuelve a regar con miles de millones para que cese su actividad.

Salvo en España, porque Spain is different. Aquí, hasta el angelical Carlos Alcaraz publicita engañosamente que la industria porcinera no es la abominable primera parte de la película Babe el cerdito valiente, como los periodistas de investigación nos hacen ver. Si no la segunda, cuando Babe corrisquea alegremente entre ovejas y perros guardianes.

La ley de Restauración de la Naturaleza es otra engañifa aprobada recientemente por Bruselas, que sólo va a servir para hundir más aún a los pequeños granjeros y marineros. Del texto aprobado se deduce que pastores, cabreros y vaqueros verán muy reducida la superficie en la que sus rebaños van a poder pacer legalmente.

En su infinita sabiduría, nuestros padres de la democracia europea entienden que para que la naturaleza se regenere, los pastores deberán dejar de pastorear según qué pastizales y montes. Y los marineros deberán dejar de pescar según en qué caladeros.

Las macrogranjas quedan eximidas de restaurar la naturaleza. Por lo que podrán seguir comprando soja procedente de la quema indiscriminada del Amazonas brasileño y del Gran Chaco argentino, segundo pulmón verde de Suramérica, que el año pasado perdió más de 200 mil hectáreas para dar de comer a tanto animal criado en cautividad.

La ley excluye igualmente a los grandes armadores vascos, gallegos o cántabros de la obligación de restaurar la naturaleza. Podrán seguir expoliando a su antojo las costas africanas, con sus mercenarios Wagner españoles a bordo para proteger las capturas de pescado frente a piratas nativos.

Menos mal que la Europa de los mercaderes va en una dirección, sólo Dios sabe hacia dónde, mientras que la naturaleza va en la contraria.

Como dice el refrán, a falta de pan buenas son tortas. O lo que es lo mismo, a falta de europarlamentarios con dos dedos de frente, buenos son esos ganaderos de Lugo que están reintroduciendo el porco celta, en peligro de extinción, al modo extensivo.

Mediante cercados de alambre electrificado y un pastor eléctrico, se rota el área en el que hozan felices las porcas celtiñas junto a su céltico semental. Con lo que al mismo tiempo que se cría en libertad un ganado saludable y sostenible, se desbroza el monte abandonado, y se evita así el riesgo de incendios.

La agenda 2030 y la ley de Restauración de la Naturaleza no van a provocar hambrunas en esta desnortada Europa de los mercaderes. Lo que persigue el europarlamento con sus políticas propias de oligofrénicos es que el imbatible chuletón en su punto sea accesible sólo a una élite, y que el pueblo soberano siga engordando y enfermando a base de pienso para humanos.

Ya nos lo advierte La Biblia: Nada nuevo bajo el sol.

Suscríbete para seguir leyendo