Tentar al diablo

La Asociación Internacional de Exorcistas (AIE) denuncia a Rusell Crowe

Ana Martín Coello

Ana Martín Coello

Todavía recuerdo cuando leí "El exorcista". Tenía unos siete años y, como mi hermana andaba por los cuatro y aún no había tenido a bien comunicarse conmigo de manera fluida, me aburría muchísimo. De modo que lo que me quedaba más a mano era la estantería de la que sobresalía, tentadora —o eso me parecía a mí— la edición del Círculo de Lectores del best seller más aclamado de su época.

Del libro, que me quitó muchas noches de sueño, tres cosas se me quedaron grabadas a fuego: El demonio babilonio Pazuzu, el malogrado padre Karras y el palabro "eidanyoson", ("No soy nadie" al revés) que, según la versión que había en mi casa, es lo que responde el ente que se está comiendo a la niña Regan al ser interrogado por el psiquiatra Klein.

La película la vi años después, junto a mi padre, que la convirtió en un filme de risa a fuerza de animarme a que imaginara que lo que soltaba Linda Blair por la boca era puré.

Así que, aun hoy, la sigo recordando como una comedia. De hecho, no me atrevo a verla de nuevo, porque sé que voy a acabar riéndome y, si por los lazos del demonio esa falta de respeto mía se hiciera pública, me arriesgo a una denuncia de la Asociación Internacional de Exorcistas (AIE), que es lo que le ha pasado a Rusell Crowe.

Por un lado, el actor ha protagonizado una especie de biopic que se llama "El exorcista del papa" que cuenta las obras de Gabriele Amorth, un cura celebrity al que le encantaba escribir libros y salir en la tele hablando de su trabajo, esto es, expulsar al maligno del cuerpo de la gente.

Por otro, la AIE es una sociedad fundada por Amorth y otros curas católicos en los años 90 que existe de verdad y está reconocida por el Vaticano.

Que luego tú vas, humilde periodista, y preguntas si en el seno de la Iglesia es habitual que se hagan exorcismos y todo son secretos, y "sí, pero no", y "no se me permite hablar de eso", pero se ve que, como en todo colectivo, sin ánimo de señalar, hay una rama exhibicionista y dada a liarla en los medios.

Y se ve, también, que a esa rama no le ha gustado cómo se ha retratado su métier en la película de Crowe porque, según palabras textuales recogidas en el comunicado que ha enviado: "El resultado final es inculcar la convicción de que el exorcismo es un fenómeno anormal, monstruoso y aterrador, cuyo único protagonista es el demonio; lo cual es exactamente lo contrario de lo que ocurre en el contexto del exorcismo celebrado en la Iglesia Católica".

Que te dan ganas de preguntarles si en realidad están ofendidos porque el diablo sale primero en los títulos de crédito de la película o qué.

Y también te dan ganas de interrogarlos sobre si sacar a Satanás y su banda del cuerpo de alguien es una fiesta y un fenómeno bonito de ver y, de ser así, por qué nadie nos invita.

Oye, y por darte ganas, te dan ganas de pedirles que te cuenten, entonces, qué se cuece de verdad en un exorcismo católico, que a ti eso no te lo enseñaron con el catecismo.

Lo de proclamar, en pleno siglo XXI, que existe el diablo y que okupa los cuerpos a las bravas y que solo un sacerdote puede expulsarlo, mejor lo dejamos para otro momento, porque dicen que un día se le escapó al Papa Francisco que "el infierno no es un lugar, sino un estado". Y si no es un lugar, no hay demonios que lo habiten. Y si no hay demonios, no hay posesión que valga.

Y mejor no sigo, que lo mismo desato otro cisma, con la cantidad de frentes que tenemos abiertos.

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