Las penas y las vaquitas se van por la misma senda

El campo ha pasado desapercibido en la campaña electoral, olvidado una vez más por asuntos urbanitas

Vacas pastando en el campo zamorano

Vacas pastando en el campo zamorano / EMILIO FRAILE

Laura Rivera

Laura Rivera

Tengo la gran suerte de no haber pasado hambre nunca, sino al contrario, porque de pequeña fui una comisque a quien le costaba acabar los platos de cuchara y el pan de la merienda. Pero en mi familia me enseñaron a no jugar con las cosas del comer, y en la escuela me dijeron que era pecado tirar la comida cuando tantos niños se morían de hambre y teníamos que salir el día del Domund con las huchas de los negritos de África, los chinitos de China o los aceitunados de una amplia Oceanía difícil de situar, para que pudieran comer, en una especie de solidaridad rudimentaria que se apoyaba en la rudimentaria igualdad que proclamaba que todos éramos de dios, o sus hijos. Y dada mi condición de comisque, incapaz de comer el pan si no estaba untado de mantequilla con azúcar por encima o del feliz invento para mi infancia del Tulicrem de tres colores, si no podía con el trozo de barra obligatorio en toda merienda tranquilizaba la conciencia besando el trozo de pan antes de dejarlo para que se lo comieran los pajaritos que también eran de dios, con lo cual acallaba mi sentimiento de culpabilidad y rebajaba el pecado a la categoría de venial. Lo de los pajaritos creo que era también un rudimentario sentimiento ecológico, y lo del pecado venial una rudimentaria socialdemocracia.

Con esos mimbres rudimentarios que me inculcaron el profundo respeto por las cosas de comer y por las personas que las producen, y con perdón por no colaborar en la cadena alimentaria más que como consumidora comisque, voy a intentar hablar del campo para contar lo que he visto hasta hoy gracias a los buenos alimentos del cuerpo y del espíritu. Ése que algunos dicen que anda por ahí incluso cuando el soporte físico –ahora hardware – se peta definitivamente.

Lo que sucede con el ganado vacuno y la punta del iceberg que ha saltado en Salamanca debido a una protesta airada de los ganaderos, no es una excepción respecto a otros productos ganaderos y agrícolas, que están en una situación similar

Sin perdón y sin respeto, lo primero que quiero decir es que en las elecciones a los ayuntamientos -tan recientes que aún no se han constituido los nuevos- el campo ha pasado desapercibido en la campaña electoral, olvidado una vez más por asuntos urbanitas como el modelo de ciudad o grandes asuntos de estado como el independentismo.

Y sin embargo, a los pocos días de abrirse las urnas y contarse los votos estalla una polémica con las vacas que afecta a las cosas del comer y por lo tanto importantes para la salud: a la salud del ganado propiamente dicho; a la maltrecha salud económica de los ganaderos de vacuno; a la salud de los consumidores de carne y leche; a la salud financiera de las provincias, comunidades, estados europeos, y hasta a la de los mercados internacionales. Pues parece que desde esta comunidad se exportan alimentos hasta los mercados de esos chinitos que ya no necesitan la hucha del Domund porque tienen más hucha que nosotros. Y sin ayuda de dios por comunistas.

¿Cómo es posible que el asunto de la sanidad animal que enfrentaba a los "Gallardos" y Dueñas de la comunidad con el Estado y Europa y que ha estallado hace unos días, no formara parte esencial del debate en las elecciones municipales?

Porque la protesta de los ganaderos de Salamanca ha sido la gota que colma el vaso de un sector que tiene una crisis profunda. El asunto no sólo es de calado, sino que tampoco es nuevo. Y no sólo tiene que ver con las restricciones en los mercados ante los casos de tuberculosis en las vacas y bueyes –en lenguaje inclusivo- sino que llueve sobre mojado. Y acabará jarreando si con la solución de Vox se pone en duda en los mercados la calidad de la leche y la carne de nuestra gente.

Esta crisis se suma a la de los ganaderos de leche a quienes llevamos años viendo tirarla ante las industrias lácteas que les chantajean con imponerles precios ridículos que no cubren los costes. A los ganaderos de toda la vida que tienen que sacrificar sementales de vacas autóctonas con denominación de origen y sellos de calidad, porque no les llega para alimentarlas. Y a los que no hemos visto porque han ido "quitando" las vacas y cerrando explotaciones en silencio porque no les dan para comer.

Lo que sucede con el ganado vacuno y la punta del iceberg que ha saltado en Salamanca debido a una protesta airada de los ganaderos, no es una excepción respecto a otros productos ganaderos y agrícolas, que están en una situación similar de crisis y abandono forzado por la falta de rentabilidad.

Tampoco son una excepción las movilizaciones de las gentes del campo denunciando que no pueden seguir adelante por la PAC mal repartida, por la fauna salvaje sin compensaciones suficientes, por la instalación de macrogranjas que arruinan a los ganaderos autóctonos y contaminan los campos, por los campos okupados por instalaciones productoras de energía que llaman verde pero acaban con los suelos de producción de alimentos. Movilizaciones a las que se añaden las protestas por la falta de servicios como consultorios para la salud y para seguir viviendo en los pueblos.

Y a todo esto, ¿qué pasa con los consumidores más o menos comisques pero que tienen que seguir comiendo? Pues les está pasando lo mismo que a los ganaderos, que tampoco pueden con los precios y no pueden comer carne en este caso y frutas y hortalizas frescas, no por ser baratos sino porque se han disparado. Como ha pasado con todos los productos del campo, es decir, con las cosas del comer.

Y a todo esto, ¿qué ha pasado con los habitantes de los pueblos que tienen que abandonar sus explotaciones, su trabajo y su vida, y que carecen de los servicios que hay en las ciudades? ¿Y con esos pueblos de Zamora que salieron airados a protestar por los incendios que arrasaron el medio donde viven y pusieron en riesgo su vida?

Pues después de las elecciones municipales han demostrado con su voto que siguen en la irrelevancia política y por lo tanto seguirán en el mismo olvido que durante ese periodo electoral en el que el debate importante se centraba en el modelo de ciudad o en el modelo de estado. Y no en el modelo de producción de las cosas del comer, que es de lo que vivimos todos, al menos hasta que la inteligencia artificial nos sustituya por robots como algunos cuidadores "silver economy".

Ante esta situación y con todo respeto de nuevo, si en las elecciones al ayuntamiento más cercano no hemos sido capaces de hablar del campo -ni siquiera los que llevan el nombre de Zamora por bandera que se han centrado en el emprendimiento empresarial mientras dejaban desde la diputación agonizar el emprendimiento rural- tendremos que seguir protestando con razón y reflexionando con razones.

Para ello y volviendo a las vacas, seguir cantando con Atahualpa Yupanqui: "Las penas y las vaquitas se van por la misma senda; las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas". Que según interpretaciones que comparto son un análisis de lo que pasa en la sociedad en la que el modelo de acumulación de capital o capitalismo, las penas siempre serán para la mayoría, y las vaquitas estarán ajenas al pueblo, para quedar en manos de unos pocos.

Unos pocos que en política deciden lo que pasa con el campo en Zamora, por ejemplo, y que parece que es destinar nuestras tierras a la producción de energía para una industria que aquí no se va a instalar.

Así que como decía Carlos Puebla: "Para la leche que da la vaca, que se la tome el ternero". Pero si es así: ¿Qué vamos a comer por muy comisques que seamos?

¡Salud y buenos alimentos!

(*) Teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zamora

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