Invitar sin sacar la cartera

Sobre la reapertura de la polémica del Museo de Baltasar Lobo

VISITA MUSEO BALTASAR LOBO

VISITA MUSEO BALTASAR LOBO / JOSE LUIS FERNANDEZ

Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

No resulta infrecuente observar cómo alguno que forma parte de un grupo de amigos se escaquea a la hora de abonar la cuenta, ya corresponda a tomar unas cañas o a un almuerzo. Caso similar se da también entre compañeros de trabajo, en la que el recalcitrante tacaño disimula hasta límites insospechados en el momento en que hay que pagar el café. Todos conocemos más de un caso, porque la figura del “eskakeitor” es tan antigua como la humanidad. El querer tener algo sin aportar nada de lo propio es un clásico. Hasta Moliere dedicó parte de su tiempo a escribir “El avaro”, en el que Harpagón, su protagonista, llevó su tacañería hasta límites insospechados sin importarle que estuviera por medio la felicidad de su hija. Y es que entre la tacañería y la avaricia hay solo un paso.

Si quieres tener dinero, tenlo, decía un viejo conocido, y no por ello menos amigo. Y así ha venido manteniéndolo toda la vida. Aunque no por atesorar dinero haya sido más feliz que otros que lo han empleado no solo en el sustento, sino también en otros menesteres propios del divertimento y del ocio.

Alguno de esos personajes, de manera sorprendente, se muestran dadivosos cuando es la empresa en la que trabaja o el ministerio de turno que representa, quien corre con las facturas, ya sea para tener detalles con terceros o para gastos de representación de ellos mismos. ¡Bien se gasta con la cartera de otro!, dicen quienes mejor los conocen.

Todo esto viene a cuento de algunas de las milongas que vienen escuchándose estos días a determinados políticos en su idea de conseguir votos, de cara a las próximas elecciones, al precio que sea menester, pero jugando con otras carteras. Sus protagonistas dan por hecho que siempre hay alguien que llega a creérselas. Para ello se inspiran en cuentos chinos, o en los de Andersen, e incluso en los minicuentos de Calleja, aquel editor que llegó a publicar en el siglo XIX y principios del XX más de tres mil títulos que vendía a bajísimo precio.

Menos mal que no es difícil desgranar sus promesas y encontrar donde se encuentra el truco, ya sea el conejo en la chistera o el idílico trampantojo que sirve de fondo a la tarima desde donde sueltan las soflamas; y digo soflamas porque, desafortunadamente, no suelen llegan a adquirir carácter de discurso.

Entre los cuentos por los que sienten preferencia los candidatos está el clásico griego de “La caja de Pandora”, con todos los males del mundo a punto de salir de los partidos con los que están compitiendo

Entre los cuentos por los que sienten preferencia los candidatos está el clásico griego de “La caja de Pandora”, con todos los males del mundo a punto de salir de los partidos con los que están compitiendo. Y eso a sabiendas de que la gente hubiera preferido alguna de las múltiples fábulas que escribiera Esopo, en las que siempre hay algo positivo, pues no en vano todas disponen de moraleja.

Ciñéndonos a Zamora, uno de los temas más debatido, y no por ello menos sobado, está siendo el del deseado museo dedicado al escultor zamorano Baltasar Lobo. Ya en la época del alcalde Francisco Vázquez, allá en las postrimerías del siglo pasado, el museo dio juego a los medios de comunicación para días, meses y años, además de tertulias para dar y tomar. Fue por entonces cuando parecía que iba a ser ubicado en el interior del Castillo, cuyo proyecto se aseguraba que estaría realizado por el premio Pritzker de arquitectura Rafael Moneo. Era en aquellos años en los que España aún contaba con fondos europeos, de ahí que muchos zamoranos llegaran a creérselo a pies juntillas.

Ahora no solo vuelve a desempolvarse, sino que, incluso, alguno de los aspirantes a alcalde se ha atrevido a decir que se ubicaría junto a la Catedral, en el moderno edificio que ocupa el Consejo Consultivo. Pero se da la circunstancia que ese edificio depende de la Junta de Castilla y León, lo que no permite a ese aspirante, ni a ningún otro, disponer de él a su conveniencia por muy idóneo que pueda parecer a determinados efectos.

Es lo que decíamos al principio de este artículo, que hay gente que invita a una ronda sin sacar su cartera, sino contando con la del vecino. Eso lo puede detectar cualquiera, como también que ese saludo al sol cuenta con la ventaja que cuanto el tiempo vaya transcurriendo, y el proyecto no llegue a materializarse, siempre quedará la baza de echarle la culpa a otro. A aquel que se negó a sacar la cartera para que la obra pudiera salir adelante.

Pues eso. Más de lo mismo. Ninguna idea nueva. Y aquí paz y después gloria.

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