El tiempo

Ese marcapasos vital que despreciamos sin ser conscientes de que se puede acabar

Luis M. Esteban

Luis M. Esteban

Durante toda mi infancia no había informativos, ni siquiera el telediario; lo que había era el parte, que era ese momento a las tres y a las nueve en el que se daban las noticias en la radio y la televisión. Supongo que el término de parte venía de un eco de la guerra civil, de esa que ahora una panda de personajillos, tan incultos como insensatos, nos traen a colación un día sí y otro también, como si no se hubiesen enterado de que acabó hace la friolera de ochenta y cuatro años y, es más, que si aún queda alguien que anduviese en este mundo que por aquel entonces hubiera estado pegando tiros en las trincheras, vamos, la llamada quinta del chupete, tendrá ahora la friolera de cien años, que no son pocos y quizás demasiados para andar por aquí con la que está cayendo con las pensiones. Y vale que las consecuencias y las heridas aún están abiertas. De eso ya hablaré otro día, que para eso tengo la autoridad que da la vivencia de abuelos de uno y otro bando a los que, por cierto, la vida no los trató de manera desigual por su ideología, simplemente les jodió la vida y mucho. Pero eso es otro asunto.

El tiempo

El tiempo / Luis M. Esteban

Tampoco me trae a estas páginas que durante mi infancia el tiempo fuese solo lo que ahora se llama el clima, o sea, si llovía o no llovía, y entonces, como ahora, siempre parecía llover en los mismos sitios y en los demás ni gota, con la diferencia de que ahora cada vez son más las zonas de la España del ni gota, aunque cada vez proliferen más campos de golf donde no llueve, cosas de la evolución será. Pero tampoco creo que a los lectores les interese mucho este tema, o sí, que hay gente pa to, que dijo el torero El Guerra.

Lo que sí me trae aquí es el tiempo como transcurrir, como ese marcapasos vital que despreciamos y hasta estiramos como una especie de chicle sin ser conscientes de que se puede acabar, se nos puede acabar, justo en este instante en el que escribo, o en el que tú me lees, como si esas cosas, como los accidentes de tráfico, solo les pasasen a otros. Y claro que les pasa a otros mientras lo contamos, porque, si fuésemos nosotros, no podríamos contarlo, claro. Pero nos parece que a nosotros no, como si tuviésemos un manto protector, religioso o pagano, que nos protegiese y, sobre todo, que nos permitiese dilapidar nuestro tiempo, porque no es el tiempo, sino el de cada uno de nosotros, en cosas que, vistas con perspectiva, y ahí está la tragedia, nos parecerían hasta insulsas. Pero este es el negocio. Ver la insustancialidad justo en el presente, porque si lo vemos después nadie nos devolverá ni un solo minuto de nuestra vida dilapidada en empresas que o no eran tan importantes, o, sencillamente, no eran nuestra empresa, que eso sí que roza la más clásicas de las tragedias. Para consolar a incautos, siempre vendrá bien pensar que a lo mejor se podían haber negociado de una manera que no fuera o todo o nada y que, por tanto, nos hubiesen dejado el respiro suficiente como para vivir pese a la desolación, por grande que entonces la percibiésemos. Mejor, ojalá hubiésemos sido capaces de entenderlo justo cuando nos dejábamos la vida en el asunto, porque nadie nos va a dejar nada para gobernar nuestro tiempo y quien diga que nos lo da nos miente, porque en realidad está dándose su tregua para gestionar el suyo a mejor placer a costa del nuestro. Pero da igual, eso ya habrá pasado.

Hoy vale más que mañana y, por supuesto, mucho más que ayer, porque el ayer, como mucho, habrá servido para ser hoy como soy, pero, desde luego, no me servirá para ser mañana

No me voy a ir al “tempus fugit” de Virigilo, que nos pilla a todos demasiado lejos hasta en el tiempo, pero sí a algo más próximo, por aquello de que no parezca que uno piensa en baldío, como Javier Cercas cuando escribió en una novela de la que habrá que hablar también en algún momento: “El pasado es sólo memoria y el futuro apenas conjetura”. Esto me recuerda a una amiga que, hablando de estos y otros asuntos, me decía no solo que había que vivir el presente, sino que los días pasados esos no volvían y lo decía como reafirmación del aquí y ahora, porque nadie nos devolvería lo pasado.

Reconozco que buena parte de mi vida la he fundamentado en lo que estaba por venir, en hoy es un algo para mañana, como si el hoy fuese algo eterno y seguro y, por lo tanto, despreciable como todo lo que no tiene más fin que ser otro. Hoy vale porque mañana será mejor, pero no porque es sencillamente hoy sin más, con su amanecer y su anochecer, nada más, sin más proyección ni esperanza, solo hoy solo, sin más futuro que ser el día mismo, naciendo y muriendo en sus veinticuatro horas y sin tener que cargar con el peso de lo pensado sobre él.

Llegado a esta vuelta del camino que diría Baroja, empiezo a pensar, y se lo agradeceré eternamente a mi querida amiga, que hoy vale más que mañana y, por supuesto, mucho más que ayer, porque el ayer, como mucho, habrá servido para ser hoy como soy, pero, desde luego, no me servirá para ser mañana, porque mañana no me interesa lo más mínimo hasta que no sea un hoy.

Suscríbete para seguir leyendo