Los artesanos no encuentran quién les quiera

DOS ALUMNOS TEJEN EN UN TELAR

DOS ALUMNOS TEJEN EN UN TELAR / JUAN ANTONIO GIL

Cartas de los lectores

Cartas de los lectores

La mariposa de cristal parecía volar por la estancia como una ninfa atrapada entre los rayos de sol que se colaban por la ventana mientras los enamorados ojos de su hacedor lloraban por el término de una ilusión.

Tomás cogió a la brillante alada entre sus hábiles manos y ella, callada, se dejó acariciar el traslucido cuerpo hecho a mano con la confianza de una hija mimada. Cabizbajo, comparó el bullicio creador que desde 1795 había hecho volar las hermosas diferencias de infinitas creaciones con el silencio que ahora reinaba en su taller. Suspiro y acarició por última vez a la bella ninfa de los bosques hecha destellos, la colocó en la cajita acolchada y cerró la tapa para siempre.

- Yo no quiero ser ebanista papá, quiero ser influencer, grabar cada día cosas interesantes que gusten a la gente, cambiar continuamente para no aburrir, para no aburrirme, publicar, ver mundo, ... Tú vives encerrado y solo, siempre entre maderas y muebles eternos que ya no son necesarios. La gente ahora quiere cambios continuos, muebles sencillos y caducos que no dejen huella en la memoria para poder renovar sus ilusiones rápidamente.

El padre calló su desilusión, y pensó en la interminable huella de lo caduco.

Los hilos de lana se movían de un lado a otro del telar con la pericia asombrosa de unas manos expertas: mezclando, atando, retorciendo, apretando. La pieza de vivos colores iba naciendo a la existencia en el útero creador de la artesana, que a golpe de intuición rellenaba el el espacio aún semivacío de un extraordinario tapiz.

Mientras volaban las manos y los hilos y se fundían en un espectáculo de tonos, la artesana explicaba los laberínticos recovecos de su oficio a ocho atentas mujeres entradas en años, ni una sola de ellas menor de sesenta y cinco años, edad que la artesana estaba a punto de cumplir.

Los hilos de lana se movían de un lado a otro del telar con la pericia asombrosa de unas manos expertas: mezclando, atando, retorciendo, apretando

Suspiró recordando el anuncio que llevaba años puesto. "Se necesita aprendiz de tejedora para relevo."

Con cada golpe de calor y esfuerzo, el rojo metal iba alargando y adelgazando su duro cuerpo; cualquiera diría que una materia tan resistente se malearia al abrazo del fuego. Pero el calor es tan increíble, que acuna el alma helada, multiplica la vida y trasforma lo compacto.

Golpeaba el cuchillero transformando el hierro y el acero en hojas de una calidad inigualable. El tiempo dedicado a cada hoja era un factor imprescindible para la flexibilidad, el filo y la durabilidad y eso repercutía en el precio que la mayoría de la gente no quería pagar, teniendo tan a mano y tan barata la cuchillería de usar y tirar. Su hija apasionada del arte familiar hubiera deseado dedicar su vida al oficio, pero sólo un milagro puede resucitar a los oficios muertos.

Mientras alguien recuerde, no hay muerte cierta, -pensó Eugenio Monesma-, al menos que no muera el recuerdo de los artesanos.

Eugenio, había visto con sus propios ojos como se iban perdiendo en el limbo del olvido oficios, usos y costumbres, arrasados por las corrientes industriales de las facilidades energéticas. Siempre inquieto y comprometido, decidió que su amado oficio, uno de los nuevos hijos mimados de esta acomodada era, podía recorrer, recoger y resucitar estos afanes humanos del ingenio, tejidos en el telar de la necesidad y cosidos con hilos de creatividad estética, y así, dejar en la alejandrina hemeroteca del modernismo la esencia de una era laboriosamente compleja.

Charo García

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