Cuarenta años sin Rafael de León: poeta de la copla

Estas canciones eran muy bien acogidas por las gentes en virtud de sus ritmos populares

Concha Piquer

Concha Piquer / MD91 MADRID, 03/11/2010.- Una cinta encontrada en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos prueba que Concha Piquer protagonizó la primera película sonora en español en 1923, cuatro años antes de que Alan Crosland rodara "El cantante de jazz", considerada por los historiadores como la primera obra cinematográfica hablada. EFE/ ***SOLO USO EDITORIAL*** ESPAÑA-CINE-CONCHA PIQUER

LUCIANO LOPEZ

LUCIANO LOPEZ

Hace ya la friolera de cuarenta años, el día nueve de diciembre de 1982, fallecía en su domicilio de Madrid, víctima de un infarto de miocardio, el poeta y dramaturgo Rafael de León, semiolvidado y poco reconocido, a pesar de ser el poeta español más escuchado del siglo XX, y el autor de canciones (musicadas, generalmente. por su gran amigo el maestro Quiroga) tan afamadas como “María de la O”, “Ojos verdes”, “Tatuaje”, “La chiquita piconera”, “La Lirio”, “La Zarzamora”, “Triniá”…, y hasta de “Te quiero, te quiero”, interpretada por la envidiable voz de Nino Bravo. .

Diez años después, en 1992, el periodista Antonio Burgos, en un artículo en “Diario 16” con el título de “El maestro Rafael de León” rememora la figura del escritor en una mañana de 1980 en que se dirigía exultante, en coche de caballos, a la inauguración de una glorieta que le había dedicado el ayuntamiento de Sevilla al tiempo que la banda municipal interpretaba canciones que todavía flotan en la biografía sentimental de muchos españoles.

La glorieta, ubicada en el Parque de María Luisa, al lado de la majestuosa plaza de España, tiene en su centro una fuente rodeada de árboles, y está circundada de bancos de hierro calado. Allí se puede ver todavía un panel de cerámica con versos de “No te mires en el río”, acunados por los silbidos de los mirlos y el zureo de las palomas.

Sin embargo, como confiesa el periodista sevillano, amigo personal del escritor en la etapa final de su vida, la alegría del poeta estaba envenenada por un poso de amargura, por no estarse valorando su obra en su justa medida y por la pena de que el ayuntamiento hispalense no le hubiera declarado hijo predilecto, a pesar de haber dedicado tantos versos a expresar su amor y admiración por su ciudad natal:

En Sevilla se muere

con una muerte blanda y deseada,

y el dardo que te hiere

no es cuchillo ni espada,

que es de flor y de sol la puñalada.

Durante muchos años la copla fue mirada por encima del hombro, en especial por intelectuales de la izquierda, que, sin meterse en distingos, consideraban que eran unas canciones de una retórica rancia y de quincallería instrumentalizadas por el Régimen para apuntalarse a sí mismo, sin duda porque pesaba mucho sobre su retina las imágenes del NODO con las estrellas de la copla asistiendo a los saraos de la Granja de Segovia, organizados por Franco cada 18 de julio en conmemoración del Glorioso Alzamiento Nacional; o pisando, enjoyadas y envueltas en visones, las mullidas alfombras de los cines de una Gran vía colapsada por lujosos cochazos, mientras que la multitud que las vitoreaba en las aceras estaba aterida de frío y era víctima del estraperlo y de las estrecheces de las cartillas de racionamiento.

Durante muchos años la copla fue mirada por encima del hombro, en especial por intelectuales de la izquierda, que, sin meterse en distingos, consideraban que eran unas canciones de una retórica rancia y de quincallería instrumentalizadas por el Régimen

Pero la copla es anterior a la Guerra Civil y contaba con rendidos admiradores en ambos bandos, de tal modo que artistas pertenecientes al de los perdedores sufrieron las consecuencias de su derrota. Así, Salvador Valverde, coautor con Rafael de León de canciones como “María de la O”, “Ojos verdes”, o “¡Ay, Maricruz!”, tuvo que exiliarse en Argentina y nunca más volvió a España, y cantantes como Angelillo o Miguel de Molina también padecieron en sus carnes largas temporadas de marginación y ostracismo, lo que no impedía que las gentes de ideologías más encontradas siguieran emocionándose con las coplas, cantándolas y escuchándolas con las lágrimas a “flor de párpado”, en los bailes o en las butacas y gallineros de los cines y teatros, y la misma veneración dispensaban a estos cantares los exiliados, hasta el punto de que Concha Piquer da testimonio de que, en una de sus galas en México, observó que entre los compatriotas que la ovacionaban con entusiasmo estaban nada menos que Negrín e Indalecio Prieto.

La difusión de las coplas era enorme, gracias a su carácter oral, a que fueron creadas para cabalgar a la grupa del viento, a que en ellas las palabras dejan de estar amarradas a los renglones del papel, como los galeotes a los bancos de las embarcaciones, se abrazan a los compases de los pasodobles, las bulerías, las zambras, las jotas, los tangos, las habaneras o los carnavalitos, y cobran vida en la voz y los gestos de sus intérpretes hasta convertirse, a veces, en una obra teatral en miniatura.

Estas canciones eran muy bien acogidas por las gentes en virtud de sus ritmos populares (coplas, seguidillas, soleares…), de la expresión de sentimientos universales (sobre todo la pasión amorosa), y de su hondo enraizamiento en la poesía popular desde las jarchas y la lírica tradicional castellana, hasta la vertiente popularizante de la Generación del 27 (en especial de Lorca, gran amigo y maestro de un joven Rafael de León); pasando por los Machado, el flamenco, el Romancero Viejo y las letrillas y romances nuevos de los grandes poetas del Siglo de Oro, sobre todo de Lope.

Quizás este entronque con la poesía tradicional sea el que explique, en parte, uno de los grandes atractivos de la copla: el carácter protagónico de la voz femenina. En sus canciones, Rafael de León presenta un variado muestrario de diferentes tipos de mujeres, tratadas, casi siempre, con cariño y empatía.

Por ellas pasan mujeres obsesionadas con casarse, pues la soltería entonces era considerada una desgracia y un baldón (“A la lima y al limón”, “La Niña de la Estación”, “Picadita de viruelas”); novias “plantadas” casi al pie de los altares, de blanco y sujetando con orgullo su ramo de azahares (“Dicen”, “La Loba); corajudas madres solteras dispuestas a sacar adelante a sus hijos repudiados por sus padres (“La Niña de Puerta Oscura”, “Y sin embargo te quiero”); tristes y enlutadas mantenidas (“Romance de la otra”); enamoradas, casadas o no, que, noche tras noche, la voz muda, los ojos ciegos y los oídos sordos, esperan a que sus parejas masculinas regresen de sus juergas al rayar el alba (“A ciegas”, “Tú eres mi marido”, “Los tientos del reloj”); jóvenes con bellos rostros de adolescentes macarenas seducidas por donjuanes calvatruenos (“Mañana sale”, “Almudena”, “La Rosa de Capuchinos”)…

Ahora bien, a pesar de los sufrimientos y zozobras inherentes a los amores, muchas canciones de Rafael de León son una invitación a sumergirse en el río de la pasión (lo que contrasta con el clima de anestesia emocional preconizado por el Régimen), aunque se pueda terminar ahogado en el agua o en el aguardiente.

Equivocado o no, el poeta no concibe la vida sin la machadiana espina dorada clavada en el corazón y por eso se compadece de protagonistas de sus canciones (“Doña Luz”, “Madrina”, “Con divisa verde y oro”, “Doña Sol”), incapaces de entregarse al amor, maniatadas por sus apellidos, sus escudos heráldicos o su patrimonio, y ve con más simpatía a aquellas mujeres que se dejan arrastrar por los quereres para gozar de noches inolvidables sin más horizonte que la ley del deseo (“Ojos verdes”), o que son capaces de buscar a un marinero, “alto y rubio como la cerveza”, de puerto en puerto y de tugurio en tugurio.

Han pasado casi cien años desde el comienzo de este género, y todavía continúan cantándose las coplas de Rafael de León, esas “canciones para después de una guerra” que ayudaron a superar tiempos tan difíciles, y que todavía evocan para muchos españoles aquellas tardes invernizas de lluvias tras los cristales amenizadas por programas de radio con discos dedicados, las madres echando rodilleras a los pantalones o cogiendo los puntos de las medias con un huevo de madera, mientras los niños daban buena cuenta de un trozo de pan con aceite endulzado con azúcar o de una onza de chocolate.

(*) Ensayista y autor de “Poesía y universo de la copla”

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