En los años setenta, cuando cambió la ley de educación que transformó las escuelas en centros de EGB, entendimos en el pueblo que era bueno que los chavales que tenían que irse internos a un colegio si querían seguir estudiando, pudieran quedarse dos o tres años más cerca de su casa, el tiempo suficiente para madurar y hacerse más formales -porque a los diez u once años no hacen más que jugar y corretear cuando acaban la escuela- y así con más años ver mejor si valían o no para estudiar y llegar a ser algo más que sus padres en la vida. Claro que como los maestros de escuela que habían cursado estudios de Magisterio ahora eran Profesorado Universitario de EGB, tampoco se iba a contar con ellos en cada pueblo, así que los pequeños se quedaban en la escuela con su maestra, y los mayores podrían ir todos los días a la Comarcal con los profesores de EGB. Como ya eran mayorcicos y les daban de comer gratis a mediodía, ya podían aguantar el viaje en autobús y llegar para echar una mano con el “ganao”, y hacer los deberes. Y ya de puestos, como el autobús venía a por los mayorcicos, poco después se acabaron llevando a los pequeños de madrugada y les traían por la tarde ¡Ay, tan dormidicos cuando salen y cuando llegan!

Así se cerraron las escuelas por el bien de nuestros chavales: sin protestas porque entonces firmaba el BOE el Jefe del Estado Francisco Franco y protestar era cosa de comunistas; y además porque se hacía por nuestro bien y el de nuestros hijos. Además las escuelas se pudieron usar para consultorios médicos si estaban mejor que el local donde pasaban consulta los médicos y la “praticanta” –popular lenguaje inclusivo- que también pasó a llamarse algo raro como lo de la EGB, o sea, ATS. Con el tiempo las escuelas se transformaron en teleclubes o sedes de asociaciones para los viejos que íbamos quedando en el pueblo, porque también se cerró el bar. Y ahora muchas se han convertido en comedores sociales para que los que viven solos en casa tengan una comida caliente al día y nos enteremos de que siguen aquí dando guerra como los chiquillos aquellos que tanto se extrañaban durante todo el día cuando se los llevaban en el autobús dormidicos y cargados con un montón de libros.

De esos años setenta en que aprendimos que había que luchar para que los niños volvieran a corretear por las calles de los pueblos vivos a la salida de clase

Fue cerrarse la escuela por nuestro bien y el de nuestros hijos ¡y se fue muriendo el pueblo! Porque a la marcha de ida y vuelta de los chiquillos le siguió la de los jóvenes de ida sin vuelta. Y al cierre de la escuela le siguieron otros cierres: porque no íbamos a tener un profesor de EGB en cada pueblo porque es muy caro; y ahora que se han vuelto a llamar maestros como el que nos enseñó las primeras letras a los más mayores del lugar, lo que no tenemos es niños pequeños para ir a la escuela.

Más o menos por las mismas fechas en que se nos llevaron los niños y niñas a la Comarcal, se empezaron a construir los Centros de Salud en los pueblos más grandes -o con más influencias- para acercar mejores médicos y especialistas al pueblo, y así no tener que ir hasta Zamora cuando nuestro médico de cabecera necesitaba el resultado de pruebas o que nos viera un especialista. Tan encantados que estábamos: porque teníamos a nuestro médico -y cada vez más médicas, todo hay que decirlo- del pueblo, y algo más cerca que la capital nos podían hacer unos análisis y vernos algún especialista que venía unos días a la semana, aunque pediatra no porque los niños ya se los llevaron cuando la EGB. Además para urgencias te podías desplazar al Centro de Salud, porque siempre había allí un médico y no tenías que esperar a que llegase el de guardia a tu casa. Con más servicio cerca del pueblo, todo eran ventajas. Eso sí, transporte gratis como a los niños para la escuela no ponían ¡Y si te lo ponían no era por nada bueno, porque se llama ambulancia, menudo chollo! Pero siempre había un vecino con coche o se podía llamar al taxi, que casi sale más barato que tener que ir a Zamora, porque entre el autobús, el taxi allí, comer algo, y si se hace tarde tener que ir a dormir a una pensión, eso no hay economía que lo aguante. Y que ya somos pensionistas los que vamos quedando.

En vez de una nueva Ley General como la de la EGB, se empezó a oír hablar de la reordenación o reorganización sanitaria para mayor atención y rentabilidad, ¡Ah! Y del Plan Aliste. Y al cabo de poco tiempo, empezó a disminuir el número de días que venía el médico a consulta al pueblo, y en algunos casos se cerró el Consultorio. Con el miedo en el cuerpo que nos metió la pandemia a los más mayores, vinieron las decisiones para salvaguardar la salud de los médicos y, por su bien y sobre todo por el nuestro, dejaron de venir y nos atendieron lo mejor que podían por teléfono y visitándonos en casa si hacía falta. Lo entendimos con la misma buena fe que habíamos creído lo de las escuelas: por nuestro bien. Pero lo del virus se fue pasando ¡y con un coste en vidas muy grande! Y el médico no volvió. Lo que era un cierre temporal por la pandemia se convirtió luego en falta de médicos, o en que no querían trabajar en el pueblo.

Se cerraron los consultorios como se habían cerrado las escuelas. El pueblo cada vez parecía más muerto. Pero algo habíamos aprendido de lo que pasó entonces. Además las grandes leyes del BOE ahora las firmaba el rey, el hijo, que era demócrata aunque sea monarca por nacimiento. Y las gentes que nos encontrábamos a la puerta del consultorio a la hora de la consulta, empezamos a echar de menos al médico como nos pasó con los chiquillos cuando se fueron. Y así en todos los pueblos nos empezamos a ver a las puertas del consultorio, para decir que echábamos de menos al personal que nos había atendido y cuidado y recetado y sobre todo curado.

Y para que vieran que no estábamos muertos, Pruden cogió su cartel y lo puso a la puerta del consultorio médico para contar los días en que estaba cerrado. Una vez se oyó que abrían todos los consultorios y hasta un día vino el médico. Desde entonces a los 694 días de cierre, se unió un -1 que, aunque sea negativo le pasa como a la pandemia, que es bueno dar negativo en el test: en el test de la esperanza. Tendrán que pasar dos años para igualar, pero vamos a seguir cogiendo el cartel como un arma de lucha por el futuro.

Y no es el único. Ya se alzan carteles de pueblos vivos contra las macrogranjas, de pueblos sostenibles contra las multinacionales que utilizan la tierra y el agua en beneficio propio y nos echan del pueblo.

Y al lado del cartel que decía terreno adquirido para biorrefinería en Barcial del Barco, cientos de manos alzan un cartel que quiere construir una industria para el pueblo. Para que vuelvan los niños que un día se llevaron en el autobús a la Comarcal para estudiar, que volvían cansadicos por las tardes, y que hoy son técnicos titulados y trabajadores cualificados.

Junto a los carteles de las gentes de los pueblos que luchan por su presente y por su futuro, quiero hoy levantar de nuevo aquel que nos unió hace años ante una guerra en la que siempre mueren los hijos el pueblo. Dice: ¡No a la guerra!

Como lo decía la película pacifista en la que se ha inspirado este escrito: “Johnny cogió su fusil”. De esos años setenta en que aprendimos que había que luchar para que los niños volvieran a corretear por las calles de los pueblos vivos a la salida de clase.