A Sandra y Félix, vecinos y amigos adorables.

Es una evidencia que, como tradicionalmente se viene diciendo, “en las ocasiones se conoce a la gente”; y qué gran verdad es como todas aquellas aseveraciones populares fruto de la experiencia, del trato humano.

Y es que las relaciones humanas son de diversa índole, pues se desarrollan en distintos ámbitos, como son el laboral, el familiar, el de amistad (suerte el que tenga verdaderos amigos, según definición de la RAE, el de vecindad, etc., siendo las características, las exigencias, el comportamiento diferente en función de la idiosincrasia y requisitos que demanda cada una de ellas, pero siempre con los atributos de respeto, de consideración, de empatía, de buena voluntad, de entrega sin reservas y con pleno uso de las facultades y saberes que cada uno tenga.

Y, una vez más, es la educación quien tiene que inculcar, desde que a la “tropa le salen los dientes”, cómo debe ser el comportamiento de cada uno hacía los demás, pues los “otros” siempre esperan la máxima y óptima resolución de su problemática, lo que requiere máximos conocimientos del “oficio”, madurez y querencia para los que “comparten apellidos”, comprensión y ayuda para las personas con las que voluntariamente compartimos habitualmente ratos de ocio y entretenimiento.

Pues, como siempre, es en situaciones excepcionales, como la que estamos pasando a consecuencia del coronavirus, cuando la talla humana, más bien “bajita”; salvo cuando han ejercido la profesión los sanitarios, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, etc., se ha puesto de manifiesto como “de alta es”; y, la verdad que, salvo escasísimos casos excepcionales y dignos de elogio y ejemplo, que “haberlos, haylos”, no destaca, generalmente, por su sensibilidad hacia la situación que están pasando personas que le son conocidas y que tienen unas circunstancias no comunes.

Y con lo fácil, y “barato”, que es en estos días,comunicarse con el “prójimo”, con el poco tiempo que lleva mandar un “dichoso” whatsapp preguntando un simple “Qué tal?”, “Como lo llevas?”, “¿Cómo te apañas?”, al menos. Por supuesto que es “pedir peras al olmo” el que el “personal” se ofrezca para ayudar; como, por cierto, nos recuerda una campaña publicitaria institucional que periódicamente telefonee para interesarse por los demás, que se “parlotee y se vea” a través de “Zoom”, que le anuncien la reapertura de la cafetería a la clientela habitual, etc., etc., etc.

Algunos periodistas y escritores han publicado que la pandemia nos hará mejores, y algún otro que seguiremos “tan….., como siempre”; pues, “sostiene Pereira” que más bien lo “último”; como dicen en mi pueblo, “esto no hay quien lo cambie”, y sueltan aquello de que “yo soy así, o lo tomas o lo dejas”….pues, “lo dejo”.

Y como resultado de todo ello, sigue “sosteniendo Pereira”, se difuminarán o desaparecerán, como tantas empresas, negocios y autónomos, dicho sea de paso. Las relaciones humanas o se desvirtuaran pasando de amistades, que no lo eran realmente, a “conocidos”, estos a “saludados”, y estos a “ignorados”. Señor, señor ¡es que no aprendemos nada de la vida, siempre “mirándonos el ombligo!”. Y luego se preguntará el “gentío”, con sorpresa, y “cómo este ni siquiera me da los buenos días”.

Pero, no obstante lo cual, hay personas admirables, simpáticas, humanísimas, etc., que conociendo las “peculiaridades” de su vecino se brindan a ayudarle en lo que precise, le indican su teléfono para lo que necesite y, además, lo expresan en una hoja ¡manuscrita!, lo que pone de manifiesto también su talante; o galeristas, como D. Ángel Almeida y su esposa Carmen, que llaman con frecuencia para interesarse por el estado de salud de sus amigos y clientes, etc. Personas, todas ellas, modélicas, y “espejo” donde mirarse. Infinitas gracias, por el aliento y la esperanza que se deriva de su proceder y que provocan seguir creyendo en el género humano.

“Lo dicho, estamos aquí para lo que necesites, estaremos encantados de poder echar una mano, si ese fuera el caso”, Sandra y Félix, 20 de abril de 2020. ¡Qué más se puede pedir! ¡Qué señorío!

Marcelino de Zamora