Conste para “trolls” y para los lectores de bien que no hablo de la persona, sino del ejercicio del cargo de alcalde de Zamora. Aclaración previa porque es la primera vez en la historia de la democracia local en nuestra ciudad en que cualquier crítica a la gestión política de la alcaldía genera automáticamente el insulto de algunos entregados seguidores que se olvidan del argumento, en pro de la aniquilación del argumentante al que, indefectiblemente mueve la envidia, la frustración o el rencor.

Sin embargo, el de Zamora, es un mal alcalde cuando se cierra el sexto año natural en el cargo y por mucho que la mayoría de los votantes zamoranos le otorgaran su confianza hace un año y medio. No puede ser considerado un buen alcalde aquel que dirige -sin reacción- los destinos de una ciudad que acelera su caída, cada vez más sin freno, desde que ostenta la alcaldía. Una ciudad en la que la actividad económica cierra puertas cada día para no volverse a abrir. San Torcuato ha muerto, Santa Clara -les invito a hecer el ejercicio de contar- tiene más locales comerciales cerrados de los que haya tenido en los últimos sesenta o setenta años. El Riego y otras zonas de la ciudad languidecen o se sostienen a duras penas y en el conjunto de los barrios la debacle es antológica. ¿La Covid? Sin duda afecta, pero los cierres ya venían de antes y desde la alcaldía se sigue mirando a los empresarios con recelo, no se bajan impuestos ni se reforma la burocracia para favorecer la actividad. No puede ser buen alcalde aquel que observa impávido, se expresa como si no fuera con él, y no busca el menor estímulo para frenarla, cómo la pérdida de habitantes desangra nuestras posibilidades de futuro mientras da la espalda al proyecto de Monte la Reina porque los militares no molan ideológicamente. No puede ser buen alcalde quien no solo se ejercita en no salir del despacho sino que presume de no mover el coche oficial cuando, siendo una de las capitales de España más necesitadas de respaldo de otras administraciones, su alcalde debería estar día sí y día también visitando y exigiendo a ministros y consejeros, a secretarios de Estado y directores generales no ya un trato igualitario, sino la discriminación positiva que por justicia nos corresponde.

No es buen alcalde quien deja que la ciudad esté más sucia de lo que lo ha estado en décadas, los contenedores en los barrios den pena cuando no asco, porque en cinco años ha sido incapaz de renovar ninguno de los contratos de los servicios públicos esenciales, todos caducados. No lo es quien no tiene equipo pero tampoco se encarga de crearlo. No lo es quien persigue a los funcionarios que no se pliegan a sus deseos y se empeñan en defender la legalidad frente a la arbitrariedad. No es buen alcalde quien desprecia y niega una sede digna a la valiosa obra de Lobo. O quien, amparándose en el silencio otorgado de antemano por algunos periodistas, rige la institución con las maneras más despóticas y autoritarias que se recuerdan el la Casa de las Panaderas. Sí, Zamora tiene un mal alcalde.

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