En primer lugar, querida familia de Antonio: mis condolencias por la pérdida del esposo, del padre, del abuelo. Confortaos, amigos: para él se acabó el sufrimiento. Descanse en Paz. Y para los que le tratamos y continuamos en este valle de lágrimas nos ha dejado escrito, no un libro, una enciclopedia de sabiduría.

Hoy el alma me pide, me obliga a rendirte un homenaje. Para muchos, con Antonio se nos ha ido parte de nuestras vidas. Zamora ha perdido un personaje entrañable, el deporte un aguerrido deportista y el fútbol un espécimen único. Quienes tuvimos la suerte de cruzarte en nuestras vidas, un padrazo. “Toca y marcha; toca y marcha, Morenete, a la primera. Pero tan difícil es… joer! ¡Con lo fácil que es el fútbol! “A muchos, Antonio, nos tocaste el corazón y te marchaste… sin podernos despedir.

Gracias, Antonio, porque un sinfín de chavales (generaciones desde mediados de los 50) hemos pasado por tus manos futboleras. Sin darnos ni cuenta, nos ensañaste un montón de valores en la vida, más allá del futbol. Yo vestí la camiseta del Atlético de Zamora desde mi edad infantil hasta cumplidos los 25 años. Y entrené del 82 al 85, al Infantil de los del 70. Menotti, me apodaste cariñosamente. Etapa en la tuve la oportunidad de entrenar a tus hijos varones. A quienes bien conozco y aprecio. Dejaste buen sarmiento.

Temperamental, genuino, tosco, con fuerte personalidad, tenaz, rebelde y sin arrugarte, incansable y, por encima de todo extraordinariamente generoso.

Transmitiste siempre, tu verdad, en lo que creías y querías; sin tapujos ni rodeos: A tu manera (no siempre acertada). Quizá por eso en esta sociedad actual no encajabas, porque te saltabas el relato (que sirve para los que se esconden y en el que se escudan quienes disfrazan la realidad de las cosas). Tu ibas directo, al fondo, ”siempre con la verdad por delante, Morenete” nos repetías incasablemente. “Al balón (a la vida) siempre de cara, la cabeza alta, arriba con el pecho, con la verdad, cara a cara…” Eres de esas personas que miras a los ojos. Que leen más allá de lo que ven. Actúas sin hipocresía aunque a veces duela. Te ganaste nuestro corazón porque te adelantaste a regalarnos el tuyo. Los que disfrutamos contigo vestuario en los entrenamientos, en tus mejores años, no olvidamos la mil anécdotas que nos dejaste. Tus innumerables cabreos. Tu potente e inconfundible voz, tus broncas entre cuatro paredes que hacías temblar y en las que no se movía nadie. Infundiste respeto y hasta miedo en ocasiones. Tu vehemencia y temperamento te hicieron único: transparente siempre. Recuerdo los ratos de la ducha, en el Ramiro, donde la gozabas rodeado de tus chavales, con tu inolvidable entonación del “Solamente una vez…” Tus reiteradas frases en el vestuario: “¿qué haces en jarras… cuándo has visto tú un futbolista en jarras…? Hay que correr, hay que ir a buscarla, chaval…. y hay que meter la pierna…. nada de esperarla, ¡joer! Para ser futbolista hay que correr. Recibimos al pecho, la bajamos, y al primer toque la damos, con el interior, de primera, y nos vamos para recibir. Eso es el futbol, Morenete. No hay más”.

Antonio, como D. Quijote, has sido un Hidalgo Caballero de la Vida, errante por mil campos, localidades y pueblos a lo largo y ancho de nuestra extensa Comunidad y provincia. De tu mano conocimos nuestra geografía y en los viajes tu chispa estimuladora siempre. Como buen Caballero errante no te faltó, en cada momento, tu bonachón Escudero (Zunzunegui, Bártulos, Aragón…) que siempre solícitos se mostraron dispuestos a llevar a cabo tus hazañas y locuras. ¡Cuántos kilómetros llevas a tu encorvada espalda!

Viviste entregado a la vida. Apasionado con todo lo que emprendiste y realizabas. A tu inseparable esposa, a los churumbeles, a la niña de tus ojos; últimamente, tras la jubilación, a tus nietos como anteriormente lo estuviste a tu hermano (que en ningún momento le faltó ni tu aliento, ni tu tiempo). Cuantos paseos. Diariamente la visita al Cementerio, donde te encontrabas más cerca él, a darle compañía. Un “cafeelito” y para casa, para ir a echarle a los perros. Qué ejemplo nos dejas, Antonio. Sacaste tiempo para todos. Mucho de él para el fútbol, para tu Athletic y sobre todo para tu Atlético Zamora y para los muchísimos amigos que te granjeaste. Aunque por tu temperamento y bote pronto no todo el mundo supo entenderte; lo que tampoco te importó demasiado.

Viviste con los brazos abiertos, en Cruz, de forma extraordinariamente generosa entregado a todos los que te rodeaban. Nunca te cansaste de pedir, sponsors, camisetas, balones, botas, etc. para “los chavalicos”.

Recuerdo de tu inmensa generosidad que en mi juventud, los primeros años que nos permitieron mis padres, a mis hermanos y a mí, salir de casa después de las uvas en Nochevieja: era para ir a tu casa, Antonio. Donde por tradición nos recibías a toda la chavalería (desde los más veteranos a los juveniles) a tomar la 1ª copa del Año Nuevo (¡cuando todavía ni bebíamos!). Y nos hacías “beber un coñac que es para hombres, Rodolfo Valentino”, como me llamabas coloquialmente (para todos tenías una apelativo cariñoso). En tu casa, en el salón junto a toda tu familia sintiéndonos uno más. Que Humanidad más desbordante destilabas. Pasábamos en la primera hora y media del año nuevo por el salón de tu casa más de veinte chavales, a los que nos ofrecías “la copita y un cigarrito Morenete, un ducaditos que a esta hora sienta muy bien, es lo mejor”. Y allí sentado como el Patriarca estabas tú, junto a tu esposa, tu suegra y los chavales, donde nos contabas tus chascarrillos, con la gracieta que siempre te caracterizó y tu inconfundible voz y alegría contagiosa. Nos hacías sentirnos mayores, personas, y tú no cavias en ti mismo de satisfacción. Enormemente feliz. Radiante de Humanidad. Qué grande eres, Antonio. Has sido maestro de la vida para un montón de generaciones que pasamos por tu genuina mano.

Me da la sensación, Míster, que el Chichurreta (el moreno del silbato) ha pitado el final del partido antes de tiempo. Que el Señor nos permita, por su Gracia, encontrarnos de nuevo y juguemos la prórroga eterna.

Que el Padre Misericordioso perdone tus faltas, alivie tu temperamento a quien mucho perdonó. Que si bien faltaste, Antonio, mucho más perdonaste; y a nadie guardaste rencor. En cuanto te bajaban las pulsaciones del acaloramiento te faltaba tiempo para adelantarte a reconciliarte con quien fuera. Nunca se te cayeron los anillos por abajarte. Lección de humildad. Gracias Maestro por tu gesto risueño, por tanto cariño y respeto. Por tanto como nos enseñaste. Por todo lo que nos has regalado, por tu forma de ser y de sentir. Por tu sabiduría, por tu honradez y bondad. Por mostrarte como un apasionado de la vida. Disfrutaste con sencillez de todo lo que te rodeaba. Supiste buscar y encontraste la felicidad en lo cotidiano.

Antonio: Quienes viven tan apasionadamente la vida, nunca mueren, mientras pervivas en el recuerdo de quienes junto a ti vivimos y nos hiciste vivir. Y como no puedes estar quieto, ya te imagino preparando una morada para tu inseparable esposa y todos los tuyos. Cuando Dios quiera, Míster.

A la familia: Gracias, Amigos, por vuestra generosidad y callada paciencia, con la que nos permitisteis disfrutar de un padrazo. Desde la Esperanza de que no ha muerto, sino que reposa, hasta que el Señor vuelva. Un cariñoso abrazo.

Eduardo Martín Sánchez