Si algo ha tenido de bueno la pandemia en la que nos ha metido el coronavirus, ese al que han dado en llamar COVID-19, ha sido que al haber copado casi el cien por cien de las informaciones, nos hemos librado de aguantar la matraca de los independentistas catalanes. De no tener que escuchar las ofensas con las que algunos de sus líderes se empeñan en molestarnos. De no tener que asistir a los shows que monta el "chico de la fotocopiadora" en el Congreso. De no tener que estar al día sobre si ha vuelto a cambiar de nombre la antigua CiU, para disimular sus delitos, y difuminar así la estela de sus condenados por desfalcos y otras lindezas.

Y es que llevamos unos años que no ha merecido mucho la pena abrir un periódico o ver un telediario, porque fuera de la mono-información de los independentistas apenas si se pudo leer o ver cosas de interés general. Es de desear que, a partir de ahora, se hable más de lo que preocupa al conjunto de los ciudadanos que lo que interesa solo a unos pocos, aunque da la impresión que los partidos no parecen estar muy dispuestos a ello, pues en lugar de dedicar sus esfuerzos a trabajar sobre la forma de controlar la pandemia y establecer un acuerdo para afrontar la crisis económica que tenemos encima, prefieren dedicarse a sacar a la luz temas que "no dan de comer a nadie", y que muy bien podrían dejarse para otro momento, como lo de investigar al expresidente González sobre el tema del GAL. Cualquier día volverán a desenterrar el tema del Valle de los Caídos, o cualquier otro fuego de artificio que solo servirá para entretenimiento de los señores diputados.

Menos mal que en Castilla y León las cosas apuntan de otra manera, pues parece que, por una vez, han sido más prácticos que el resto de comunidades solo preocupadas en sacar titulares. También en el Ayuntamiento de Madrid, gobierno y oposición parecen estarse entendiendo en lo fundamental. Ojalá, ambos casos sean algo más que síntomas, y los partidos políticos tomen nota y se apliquen a resolver problemas y no a crearlos, porque, al fin y a la postre, es para lo que han sido elegidos.

Es hora de llamar al pan pan y al vino vino, y dejar de sacar la lengua e insultarse como niños en patio de colegio. Es hora que la clase política demuestre que es capaz de construir en lugar de destruir, y se disponga a trabajar en lo que interesa a la mayoría, gestionando en lugar de despilfarrando. Es hora que demuestren que son necesarios, hasta que se les llegue a echar de menos, para dejar claro que la democracia es algo más que hacer uso de malos modos y soltar ocurrencias y chascarrillos.

Pero claro, de ser cierto lo que se ha publicado a propósito de rescindir los contratos a 700 investigadores pre y post doctorales, como primera medida para reducir gastos, mal vamos. Porque antes, mucho antes, tendrían que haberse rescindido los de miles de asesores, que no se sabe de qué asesoran, ni tampoco si están sirviendo de algo sus consejos.

Tampoco es muy aleccionador ver cómo les bajan el sueldo a los empleados de la RENFE, mientras la clase política sigue cobrando el cien por cien de las dietas por desplazamiento sin haber pisado el Congreso, al no haberse movido de su casa durante el tiempo que ha durado la fase crítica del coronavirus.

Y es que nadie predica con el ejemplo, excepto el alcalde de Zamora quien, en su día, y sin habérselo pedido nadie, se rebajó a la mitad su sueldo. Y así, sin que nadie pueda servir de ejemplo resulta difícil que lleguemos a concienciarnos que es necesario apretarnos el cinturón para ajustar las cuentas del Estado.

Tampoco es muy alentador que instituciones innecesarias como los consejos consultivos y los defensores del pueblo - meros órganos consultivos - continúen existiendo, mientras se regatea el dinero necesario para que Puebla de Sanabria pueda disponer de un servicio médico adecuado a sus necesidades.

Las diputaciones, catalogadas de innecesarias, tanto por Ciudadanos como por Podemos, ahí siguen, sin que ninguna de las dos formaciones haya dicho ni pio al respecto. De hecho, el presidente de la de Zamora pertenece a unos de los partidos que más las ha vilipendiado.

Reducir el número de senadores también supondría un ahorro, partiendo de la base que no se notaría mucho, al tratarse de una institución de mucho lustre y pocos hechos.

Empresas públicas e innecesarias continúan existiendo, algunas con más directores que empleados, pero nadie parece dispuesto a perder la prebenda de cobrar unos buenos salarios a cambio de nada.

Duplicidad de funciones en el gobierno central y las autonomías sigue siendo otra asignatura pendiente, lo que supone un sobrecoste que el país no puede permitirse.

Pero lo de al pan pan y al vino vino, no parece estar muy de moda, aun cuando debiera ser el principal foco que abasteciera los titulares informativos.