¡Hola! Voy a salir al balcón. Y me he preparado ¡Parece que voy a la nieve! Voy a ver a los vecinos. Y a ver si me echo una siestica como ayer. Me he puesto el gorro y el abrigo. No sé muy bien qué es la calle. Soy pequeña. No vamos al cole pero no hay vacaciones. Y no podemos ver a los amigos, ni jugar en el recreo ni ir al parque cuando acabamos los deberes. ¡Porque deberes sí que tenemos que hacer en casa! Y madrugar, desayunar y preparar el bocata del recreo, y luego los trabajos hasta que no salgamos al patio. Porque no salimos ni al patio ni al parque. Y hacemos la clase de educación física también, corriendo sin movernos del sitio con mi mamá. Y en vez de ir a yudo para tener el cinturón todo amarillo y no amarillo y blanco; o a música aunque todavía no puedo tocar la batería porque no llego; o a bailar a "scena"; o con mi padre a liarla y disfrutar por ahí o a ver el fútbol; o al parque con los niños de la clase, y a todos esos sitios y más con los yayos. Pues hacemos una marioneta que se mueven los brazos y nos dicen cómo se hace por el ordenador ¡Y magia! que ya sé hacer muchos trucos.

Pues vernos en la calle o en el Insti no, pero no paramos de mandarnos mensajes por tuenti, instagram y guasap, y de vernos en teleconferencias. Pero vamos, que tenía razón mi madre, mi padre, mi abuela y mi abuelo: que estás todo el día ahí mirando la pantalla y sin darte cuenta de que todo eso son bobadas, y que mira a ver si estudias y a la hora de comer estás a lo que estás y dejas el móvil. Porque no es lo mismo estar juntos en la Marina aunque cada uno ande a su bola con el móvil que aquí en casa que acabas reconociendo que tenían razón: "me lo decía mi abuelito, me lo decía mi papá, me lo dijeron muchas veces y lo olvidaba siempre más". Pero bien que vienen ahora a decir que a ver si me instalas el "guasas" ese de ver a la nieta, o la vídeo conferencia para que me vea. ¡Eso sí! La selectividad a ver si la quitan de una puta vez, porque no todos tienen la suerte de tener ordenador, o megas suficientes o internet en su pueblo para seguir estudiando si quieren. Y Eso, también si quieren.

Porque en mi pueblo no hay ni internet, ni canales de esos nuevos de la tele, ni teléfono muchos días, ni nada. Pero bien que se han venido en el puente los de la ciudad a airear las casas cerradas, respirar el aire puro y dar un paseo por el monte. Y es que no, que aquí tampoco podemos salir más que cuando llega la furgoneta del pan, de la fruta o del "pescadeiro". Y casi ni al huerto nos dejan ir, que hay que empezar a sembrar porque viene la calor muy adelantada, no sé si por el cambio climático o qué. Y si no hay de comer, ¡a ver cómo vivimos! Encima, salir a tomar el sol tampoco se puede a la calle, sólo al patio o al corral. Porque quitaron el cuartel hace años, pero te puede venir la Guardia Civil de fuera a multar, a no ser que tengas edad de trabajar en el campo o con el ganado. Que como eso es para dar de comer a los de la ciudad... ahora parece muy importante, lo mismo que los que trabajan en las tiendas y en el súper y los camioneros que transportan la comida ¡A ver si lo nos lo reconocen después y nos lo agradecen!

Pues ojalá nosotros pudiéramos quedarnos en casa aislados con nuestra familia para no correr riegos. Que no sé si me da más miedo salir de casa y llegar al hospital a ponerme un EPI si lo hay para atender al personal enfermo, o a la residencia y buscar una mascarilla porque los mayores son personal de riesgo... o volver a casa a ver si han hecho los deberes los peques, o ir a ver qué tal están mis padres que viven solos. Bueno, sí, ellos me dan más miedo. Yo elegí esta profesión con sus riesgos también. Y elegida o a la fuerza, cualquier profesional que en estos días nos dedicamos a limpiar las calles, a mantener la seguridad, a informar de lo que pasa y hay que hacer hasta el último rincón de pueblos y ciudades, todos estamos poniendo en riesgo nuestra vida y la de nuestra familia saliendo a la calle para cuidar a todo el mundo y vigilar que se cumplen las medidas dispuestas para nuestra salud y la de los demás. Yo ya no sé ni qué hacer en casa. He limpiado con lejía hasta el último rincón porque la limpieza nunca está de más. ¡Y sin mascarilla! Que una alergia no es para tanto y en los hospitales no tienen suficientes para trabajar con seguridad. ¡Y nada! Que no puedo llevar la comida a mis padres, que están solos; ni a mis hijos, que no tienen ni tiempo de hacerla. Es que no se puede salir casi ni para comprar el pan reciente. Que por cierto, tampoco es para quejarse, que peor lo tienen los que hacer el pan, y lo llevan, y los que lo venden, y los que... Bueno, que no me quejo. Que me voy a guasapear a las amigas a ver qué hacemos hoy, y a lo mejor me pongo guapa y le digo a mi hijo que me ponga eso de la vídeo conferencia para verlas: "Hijo, ¿has acabado de estudiar ya para ponerme...?"

No es para quejarse, porque al menos me puedo quedar en casa con el ordenador mientras otros tienen que ir al trabajo diariamente para que no falten los suministros. Pero ¿alguien es capaz de teletrabajar a la vez que los niños te preguntan por los deberes? Y sin parar de decir: mira papá esto, mira mamá lo otro. Y tú: muy bien hijo. Y el otro: ¡pero si las letras le han salido fatal! Y la de más allá: ¡no sabe nada, no sabe nada, no sabe nada...! Y acaban riñendo y pegándose hasta que dices: ¡Ale, a la calle a jugar; o sea, al pasillo con el balón. Y oír "¡crak! Y si se ríen o lloran va todo bien ¡A seguir teletrabajando!

No nos quejamos aunque no podemos salir a la calle a mover las piernas para el colesterol que nos ha dicho el médico que hay que salir todos los días también para la tensión. Aunque no podamos ver a los nietos porque pueden traernos o llevarse el virus, ni jugar con ellos a las cartas o a lo que quieran. Y si llaman como antes para decir "venid a jugar, que me aburro", o preguntar si pueden hacer una merendola tengamos que decirles que dentro de pocos días, cuando el virus ya no esté por las calles, que vamos a hacer una fiesta para celebrarlo todos juntos.

Como la fiesta de cumpleaños feliz que hemos tenido que hacer invitando a todos los muñecos porque lo niños no podían venir. O esa felicitación del día del padre, cargados del preciado papel higiénico como coartada, para vernos a un metro y medio de distancia, sin besos ni abrazos. No nos quejamos ni aunque tengamos que enfermar y morir solos y desamparados, sin poder decir ni una palabra de adiós, de hasta siempre, de no llores... Pasando el duelo en casa porque ni al entierro podemos ir a abrazarnos, ni a consolarnos, ni casi a mirarnos a los ojos a metro y medio de distancia. No nos quejamos aunque la vida se ha escondido entre cuatro paredes -para quienes tenemos la suerte de tener una casa- y no echamos de menos la ciudad, ni las calles, ni el sol, el cielo, la primavera y los pájaros. Sino sólo lo que se llama ausencia, el tiempo de no verte: "¿por qué se llamará tan solo soledad si es llanto y nada más?" (Recordar a José Larralde el día de la poesía).

Y recordar y echar de menos las voluntariosas palabras que decía a todo el mundo mi hija Violeta de pequeña cuando no podía salir: "a la calli no, e noche, ta oscuro, hace frío". Hay virus, Violeta. Y recibir en el móvil otro mensaje: "¡Hola! Me he puesto el gorro porque voy a salir al balcón a ver la calle" ¡Ay mi niña! Se ha dormido como si estuviera de paseo. Ha funcionado oír a los pajaritos de los árboles. Mañana repetimos la operación.

Y constatar -como dice Antonio Machado- que al olmo seco le ha nacido una preciosa ramita verde: "otro milagro de la primavera", hacia la luz y la vida. Nos vemos en la vida.