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Qué haremos con el legado recibido

Seguimos sin reconocer el valor del patrimonio artístico

Cada cierto tiempo aparecen en prensa noticias de desastrosas intervenciones sobre el patrimonio cultural de nuestras iglesias, una técnica que tiene poco de nueva, que en siglos pasados solía consignarse como trabajos por "refrescar la imagen de san?". Estas noticias causan hilaridad y preocupación, aunque si bien no toda la preocupación que debería generarnos dentro y fuera de la Iglesia.

Estos últimos días la noticia ha saltado en Navarra por un san Jorge reconvertido en soldadito de plomo. Estas actuaciones nos demuestran que avanzado el siglo XXI seguimos sin reconocer el valor artístico y cultural, ni lo que suponen de legado para la comunidad. No es que uno pueda subordinarse al otro, pero en este momento creo que el segundo es más preocupante por la falta de sensibilidad al respecto.

En veinte años nuestras familias han pasado de repartirse entre los hijos el juego de platos de porcelana a no reconocer por herencia familiar lo que no sea una suntuosa cantidad monetaria. ¿Qué tiene que ver un santo repintado con las -casi siempre problemáticas- herencias familiares? Más de lo que nos puede parecer: nuestra sociedad ha devaluado el sentido del legado. ¿Quién conserva un mueble de su bisabuelo? ¿Quién guarda una joya familiar? ¿Quién reconocía en ese san Jorge navarro su peso devocional y testimonial en la historia de su comunidad parroquial? La respuesta casi siempre es: "casi nadie".

No vivimos solos, puestos en este mundo por arte de genética, ni desaparecemos como quien pulsa "Supr" en el ordenador; somos parte de una cadena de transmisión de la vida, de la familia, de la historia, de las costumbres; venimos de Dios y hacia Dios queremos ir sabiéndonos parte de una comunidad inserta en la historia. Y esa historia no es opcional ni fruto de una elección: nos es dada y es parte de nosotros, debemos y necesitamos reconocernos en ella.

Al ver nuestras iglesias puede que hoy no nos conmueva una pintura gótica, o un Cristo renacentista nos resulte artificial o una joya de la pintura barroca no nos despierte la devoción; pero en ellas debemos saber reconocer no solo el valor material sino, ante todo, que por la cadena de fieles que han construido, valorado y cuidado ese patrimonio, nos ha llegado la fe.

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