Acaba de llegar a La Moncloa y todo lo que se ocurre es echarle un vistazo en profundidad a la Ley de la Memoria Histórica. Otro como Zapatero. Empezó a enredar y ya vemos en lo que acabó todo. Alegrando a unos pero cabreando y mucho a otros. Porque, a ver, la susodicha Ley debe afectar por igual a las víctimas del franquismo, por supuesto, pero también a las de la República y a dirigentes como don Santiago Carrillo que supo emplearse a fondo. Pero, descuide usted, con estos últimos no van los cambios en el callejero, ni la exhumación de cadáver alguno, ni dios que lo fundó, siempre un dios menor y doméstico porque, a esta gente, no se le puede mentar nada relacionado con la fe y la iglesia católica. Y eso que el monseñor de turno va a colaborar en lo de los restos del Generalísimo para convertir el Valle de los Caídos en un Parque Temático o algo así por el estilo.

En verdad, en verdad os digo que para este viaje, el señor Sánchez no necesitaba las alforjas de la moción de censura. El guion parece escrito por José Luis Rodríguez Zapatero, con seguirlo al pie de la letra ya tiene bastante. El repaso a la Ley de la Memoria no es lo que más urge en España. En España hay otras prioridades, otras necesidades de mayor calado a las que este señor, que evidencia su falta de proyecto, no atiende. Como no atiende a las razones que le argumentan constantemente desde los foros de tertulia y la gente de bien que quiere pasar página pero no a costa de cualquier precio.

Yo no sé si hay o no hay pactos secretos porque no soy adivina, a lo mejor es que tampoco quiero saberlo. Pero el presidente del Gobierno de España no puede desbaratar lo que han dictaminado los Tribunales, no puede tratar con guante blanco a los secesionistas, accediendo a todo lo que le pidan, como tampoco puede olvidar los años de plomo, la ignominia de Eta y de tanto etarra vivo, sí hombre, de esos con los que gustan retratarse tanto Pablo Manuel Iglesias como los independentistas. Gentes que no dudaron, siguen en ello, en descuartizar España para salirse con la suya. Un presidente del Gobierno de España, sea del color que sea, no puede conseguirlo. Ante todo y sobre todo: unidad. Y, luego, todo lo demás.

El señor Sánchez empezó con no muy buen pie. Le tocó, así, de entrada, tragarse sus propias palabras porque por la boca muere el pez y como llevaba a modo de lastre un imputado y puede que algunos más, hizo grande a Pipino el Breve. Sánchez no puede ni debe decir una cosa, cara a la galería, para hacerse con el electorado que lo condenó a la minoría más vergonzosa y hacer la contraria. A nuestra amada y nunca bien ponderada clase política parece que le va ese tipo de marcha. Hay una parte importatísima de la sociedad española que empieza a perder la paciencia, que lo que ve, lo que escucha y lo que sabe no es lo que se le dijo en aquella especie de declaración de intenciones que no ha ido, ni irá, a ninguna parte.

Sánchez está en la obligación de portarse y comportarse como el hombre de Estado que todos queremos que sea y dejarse de devaneos con el populismo que no lleva a ninguna parte y con el secesionismo que ya sabemos lo que persigue.