Por lo que me toca, también de raíz familiar, voy a hablar del gran protagonista del tema: el pastor. Mi padre lo fue y el de todos nosotros si nos remontamos a Abraham o a las tribus nómadas que trashumaron desde el centro de África dando lugar a las tribus urbanas de hoy. Pastores fuimos antes que agricultores; nómadas y luego sedentarios. Con el tiempo, ganadería y agricultura fueron compartiendo espacios no siempre en buena armonía. Entretanto, se buscaron protectores míticos del sustento. El buey fue divinizado en Egipto con el nombre de Apis, por no hablar de los toros alados en Mesopotamia. Pero el campo, árido y seco en el área grecolatina fue más propicio a las ovejas que apañan hasta el último grano del rastrojo. Los relatos bíblicos, herederos de un pasado nómada, inciden en corderos y ovejas y menos en rumiantes astados. Pastores fueron los primeros advertidos de la ayuda necesaria para un niño desvalido, nacido en un establo de Belén. Jesús se identificó como el buen pastor en una de las parábolas que más juego han dado en el arte, cuya imagen aparece ya representada en las catacumbas. Así mismo Él se mostró como el cordero degollado, anunciado en los profetas. En el arte románico aparece la figura del Agnus Dei como podemos contemplar en la iglesia de Santa María la Mayor de Benavente y en el muro norte de la iglesia de San Juan, en Zamora. Solo dos ejemplos para ilustrar el uso de este doble símbolo: el cordero abrazando la cruz, tan del gusto iconográfico medieval.

Puede que el icono escultórico más logrado del arte de occidente sea un pastor, nada menos que "El David" de Miguel Ángel. El artista florentino hace una escultura tan perfecta y colosal que si desconociésemos la Historia Sagrada pensaríamos que se trata de un gigante. Su tamaño asombra, el pose vencedor impone, la perfección anatómica deslumbra. Pero se trata de un humilde campesino, un pastor hábil, puede que pequeño, pero con la destreza y el coraje para vencer a un gigante. Ahora el gigante es él por obra y arte de Miguel Ángel.

Los pastores fueron tema recurrente en la poesía; su vida fue idealizada ya en la Arcadia de la antigua Grecia. En España es moda literaria en el siglo XVI a partir de Garcilaso. Sin embargo la vida cotidiana del pastor poco tiene de bucólica o, para entendernos, romántica, excepto si canta la mujer castellana enamorada:

"Dicen que los pastores huelen a sebo/ pastor es el mío y huele a romero...". Pero tocante al oficio fue más bien duro y sacrificado antes que los adelantos facilitasen la estabulación de los rebaños. Empleo esclavo y mal pagado, siempre a la intemperie y con la soledad añadida a las lentas horas en que el rebaño pace ajeno a penas, penurias y poetas. Ya vimos que a este gremio sólo el cielo le ha tenido consideración y para corroborarlo traemos a cuento la estrofa de otra popular canción: "Se remaneció a un pastor/ la Virgen San Salvadora/ se remaneció a un pastor/ bien oiréis lo que decía:/ carne y vino al segador...".

Si después de esto no nos queda clara la comunidad de intereses entre gente del campo, vayamos al Quijote y veamos la entrañable compasión del escudero: "Sacó de su repuesto Sancho un pedazo de pan y otro de queso y dándoselo al mozo le dijo: Toma, hermano Andrés, que a todos nos alcanza parte de vuestra desgracia". El de pastor es el trabajo que más literatura ha inspirado. Y si hablamos del arte que se supone en el desempeño del noble oficio, pongamos que hablo de mi padre quien no se cansaba de hablar, hasta con metáforas, de su prolífico rebaño; como un servidor no se cansa -ya me conocen- de citar a Lope: "Pastor que con tus silbos amorosos/ me despertaste de un profundo sueño/ Tu que hiciste cayado de ese leño...".