Leo en un periódico de abril de 1921 que los restos de Rodrigo Díaz de Vivar serían llevados a la Catedral de Burgos donde recibiría sepultura con toda solemnidad. El cronista zamorano reivindicaba que aquellas gloriosas cenizas bien merecían haber paseado ante los muros en ruinas de la vieja Zamora a orillas del Duero donde el ilustre caudillo había velado las armas en su juventud.

El Cid Campeador, en un primer momento, fue inhumado en la Catedral de Valencia, en contra de la voluntad del propio don Rodrigo que había manifestado su deseo de ser enterrado en el monasterio de San Pedro de Cardeña, adonde luego fueron llevados sus restos tras el desalojo cristiano de la capital levantina en el año 1102.

En 1808, durante la Guerra de la Independencia, los soldados franceses profanaron su tumba, pero al año siguiente, un general francés ordenó depositar sus restos en un mausoleo en el Paseo del Espolón, a orillas del río Arlanzón.

Se produjo un nuevo traslado a Cardeña en 1826; pero no terminaron aquí los traslados, porque tras la Desamortización, en 1842 los restos del Cid fueron llevados a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos.

Por fin, conforme anunciaba aquella noticia del 21 de abril de 1921, los restos de Rodrigo Díaz de Vivar reposan en el crucero de la Catedral de Burgos junto a los de su esposa doña Jimena.

Aunque el Cid había nacido en Vivar, a 10 kilómetros de Burgos, desde muy joven entró al servicio de la Corte del rey Fernando I como doncel o paje de sus hijos, por lo que según la tradición, Rodrigo Díaz de Vivar se crió junto a la infanta doña Urraca en Zamora, aquí fue armado caballero en la iglesia de Santiago el Viejo, y hasta, según la obra "Las Mocedades del Cid", de Guillén de Castro, hubo algún romance entre doña Urraca y el Cid, que no llegó a más porque don Rodrigo se vio obligado a contraer matrimonio con doña Jimena para salvar su honra cuestionada tras la muerte del conde Lozano.