Nuestra alcaldesa, doña Rosa Valdeón Santiago, ha recogido de manos del Príncipe de Asturias ese premio a la obra de restauración desarrollada en nuestra ciudad después de casi dos siglos de abandono, de derribos, de auténtica humillación y desprecio, convirtiendo en plazas, calles o solares la historia más trágica y dura de más de medio milenio. Celebramos este momento, porque posiblemente si la Alcaldía hubiera estado en manos femeninas las últimas aberraciones no se hubieran llevado a cabo, pero eso ya es historia negra, oscura y vergonzante.

Sería muy interesante de cara a la historia del urbanismo de esta ciudad dar la relación, cronología y lista detallada de ese conjunto de auténticos atropellos, y junto a ellos los colaboradores que de manera más o menos directa hicieron posible tales masacres en la historia de la arquitectura.

Junto a esta triste e incomprensible conducta nos encontraríamos con periodos, cortos, es cierto, de afortunadas restauraciones, llevadas a cabo para remediar errores y corregir y restaurar lo que el tiempo irremisiblemente maltrata sin piedad. Periodos que constituyen auténticos capítulos de gloria y único patrimonio que representa toda esa gesta escrita en piedra.

Paños de su recinto murado, puertas y cubos llenos de esa lectura silenciosa que nos obliga a evocar hechos, personajes y gestas centenares de veces repetidos en romances populares con esa carga emotiva que los ha convertido en el único testimonio vivo y permanente. Y por último, esa epopeya decidida para recuperar los espacios vivos que definen por sí solos lo que durante siglos esto fue, una de las aventuras más nobles y dignas de la ciudad en la que, según parecía, solo tenía cabida el borrar su historia.

Señora del patrimonio, no vacile en esa lucha por recuperar las señas de identidad de una ciudad varias veces milenaria y que su paso por ese despacho tan lleno de inquietudes consiga acabar con esas sombras de las corrientes de los tecnicismos modernos. Enhorabuena, doña Rosa.