Nuestra Madre de las Angustias, la procesión señera de El Perdigón
El pueblo de la Tierra del Vino vive uno de los momentos más intensos de la Pasión rural
Félix Rodríguez Lozano
Sin ningún genero de dudas es la procesión señera del pueblo de la Tierra del Vino. Como procesión y como cofradía, de hecho, además de la procesión propia tutela la recién estrenada de La Borriquita. No es la más antigua, ni mucho menos. De las actuales, el Nazareno, la que desfiló el Jueves Santo, lleva haciéndolo al menos cerca de doscientos cincuenta años, amén de otras muchas anteriores.
Sin embargo, Nuestra Madre es otra cosa. No sabemos el año de su primera salida, siempre a hombros, sabemos que pudo ser a finales del diecinueve o principios del veinte. Invariablemente cargada bajo las andas y los banzos por las gentes del pueblo. Conocemos que fue sustituida, para gloria de El Perdigón por Nuestra Madre de Las Angustias de Zamora, obra cumbre donde las haya del insigne imaginero Ramón Álvarez.
Eso ocurrió en 1879, y también que de inmediato, José María Espinosa, quinto vizconde de Garci Grande se la apropió para traerla a su capilla privada de El Perdigón. Capilla majestuosa con su monumental retablo renacentista y su sepulcro también de esa misma época, mandados todos ellos ejecutar por el gran chantre Pedro López de Peralta. El caso es que la trajo, no sabemos exactamente el momento, pero la trajo para su personal disfrute.
El problema fue que la población entera, en aquella época cercana a los dos mil habitantes sufrieron un enorme flechazo por la magnífica imagen. Le tributaron todo tipo de parabienes en forma de preces y novenarios, y, de inmediato decidieron sacarla en procesión, eso sí contra la voluntad de los nefastos vizcondes. Finalmente, el pueblo lo consiguió. Tampoco sabemos como fue esa primera procesión. Lo que sí sabemos es que desde el principio fue una enorme devoción por cargar con sus andas, las incandescentes hogueras, con asnales y cestos viejos, muebles inútiles y sobre todo con manojos, que se incendiaban a su paso. Espectaculares eran la de la Plaza Mayor, la de la entrada a la calle de La Lana, la del Cumbre y la del cruce con la calle Peleas.
Nuestra Madre siempre iba en volandas, los fornidos hombres de El Perdigón la llevaban moviéndola mejor que si anduviera. Había una legión de sustitutos que generalmente no llegaban a sustituir a los titulares.
Actualmente, con las importantes innovaciones hechas por Alfonso Fonseca García y colaboradores, la imperial imagen con su cristo en los brazos sigue siendo la misma en una mesa de gran tamaño con veintiocho cargadores.
Han añadido elementos nuevos, empezando por El Barandales, y siguiendo por la excepcional banda de cornetas y tambores.
En el caso que nos ocupa, a parte de la refundación de la cofradía con más de cuatrocientos cofrades, se ha incorporado el magnífico Cristo del Amparo, una de las mejores y más logradas tallas de El Perdigón. Crucifijo de principios del XVII donado como todo el altar en el que recibe culto, a la izquierda de la nave del Evangelio, por Bernardo García Hernández, nacido en El Perdigón, franciscano descalzo y obispo de Nueva Cáceres en Filipinas.
La imponente mesa con su hermoso jardín de flores variadas, los estandartes, los numerosos cofrades con túnica y caperuz, los jefes de paso, Ángel Rodríguez y Juanjo Pérez, todo el pueblo y muchos más, a los lados y detrás de la grandiosa procesión de Nuestra Madre.
Cada Viernes Santo en El Perdigón, un magnífico acontecimiento se abre paso para hacerle un corte de mangas a la despoblación que nos asola.
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