Los voluntarios de la ONG Acción Norte regresan a Zamora con 34 personas ucranianas, y que llegarán el martes en el mejor de los casos y si no surgen contratiempos. La mayor parte de las familias que viajan hasta Zamora fueron recogidas en un centro habilitado para los refugiados en Cracovia, Polonia. A las 31 personas que inicialmente viajaban con Acción Norte se sumaron otras tres en ruta.

CENTRO DE ACOGIDA DE CRACOVIA Araceli Saavedra

Sobre las siete de la tarde del domingo, mujeres y niños principalmente tuvieron ese primer contacto con unos extraños españoles que se los iban a llevar, los 12 voluntarios que partieron de Benavente y otros dos zamoranos que se incorporaron el domingo en la entrega del cargamento de 23 toneladas de ayuda humanitaria en la frontera. Un reconocimiento expreso a los conductores y acompañante del camión, una profesión infravalorada en tiempos de pandemia y de guerra.

VÍDEO | Testimonio del presidente de Acción Norte, el zamorano Javier Bodego, desde Ucrania

VÍDEO | Testimonio del presidente de Acción Norte, el zamorano Javier Bodego, desde Ucrania Araceli Saavedra

Un primer contacto donde las miradas se fueron a los niños, era más difícil cruzar la mirada con las madres y las abuelas. Algunos de los refugiados no se han querido separar de sus macotas y también tienen sitio en este convoy humano que combate la deshumanización.

Dos refugiados ucranianos con sus mascotas y varios voluntarios de Acción Norte. Araceli Saavedra

La mirada de los niños se ensombrecía con unas ojeras inexplicables en la infancia y la adolescencia. Caras de preocupación y de cierto alivio entre las madres. Casos extremos como el temor de cuidar un hijo con tratamiento médico y haberse agotado las medicinas. Situaciones que dibujan el otro frente de batalla, el humanitario.

Cuatro personas de la misma unidad familiar se quedarán en Benavente, donde reside Tania, que ha ido a buscar a su madre hasta Polonia. Un viaje en avión hasta Varsovia y de ahí a la estación. Y aquí llegaron sus problemas y quienes se aprovechan de la desgracia ajena. En este caso los taxistas que “de cobrar un precio fijo” han pasado “a robar” porque ese fijo les parece poco. Su familia residía en Ivano-Frankivski, a más de 200 kilómetros de Leópolis, enclaves bombardeados por los invasores rusos. Tenía habitación para tres días en Polonia pero no había plaza en los vuelos de vuelta y contactó con la ONG.

Desvío a Varsovia

La caravana tuvo que retrasar su marcha, prevista para las siete, porque uno de los vehículos tuvo que desplazarse hasta Varsovia, la capital, para recoger a otro grupo de personas, cuando se confirmó que querían venir a España.

No todos quieren ir a 3.000 o 4.000 kilómetros de casa. La distancia “y solo una maleta”, el que la ha podido coger. El sanabrés Javier Gallego se queda pensativo, “sin casa y una maleta”.

Equipaje de los ucranianos. Araceli Saavedra

Noche en Budzyn

Noche en Budzyn, a un ciento de kilómetros de Cracovia, en un hotel que curiosamente se llama Orange Tree, traducido básicamente por naranjo. Caras cansadas y con ganas de descansar. Ha habido gestos buenos hacia los refugiados, como que la empleada del hotel a las once y pico de la noche se desplazara para dar dos habitaciones más. El grupo es más numeroso de lo previsto.

Los esfuerzos por hacer entender han sido encomiables, en una mezcolanza de multilenguas con palabras en ucraniano, español, inglés y mucho traductor de google entre ucraniano español y hasta polaco para pedir unos vasos de plástico en una cadena de comida rápida, cuya gerente no tuvo problema para regalarlos.

Solidaridad polaca

Los aplausos de los voluntarios fueron para la polaca Jagoda Racheniuk, una estudiante de español y amiga de Bárbara Vega, y un joven que la acompaña y que trae los recipientes calientes con la primera comida casera caliente que comparten voluntarios y refugiados, para más de 40 personas. La mujer ha sido un apoyo inestimable, como muchas otras personas, para localizar lugares de pernoctación desde que se cruzó la frontera de Francia con Alemania.

Trae en su coche una delicatesen, ni el mejor caviar, macarrones con salsa de tomate y carne, que han preparado en un convento de la zona, que además ha regalado unos paquetes de botellas de agua.

Para los niños han preparado unos dulces y bombones. Los pequeños han ido recortando su timidez y han aprendido a decir “gracias”. Y unas ricas bolsas de manzanas. Mejor, imposible. Ha habido que esperar a los 3.850 kilómetros y pico. Hubo que pensar hasta en un horario de comida poco español, las doce. Nada de las tres.

Macarrones con tomate preparados en un convento de Polonia para los refugiados ucranianos y voluntarios zamoranos. Araceli Saavedra

Jagoda tiene orígenes ucranianos, porque parte de Ucrania fue polaca, y por ese motivo hay matrimonios allí que tienen origen polaca. Como arquitecta, además, ha pasado algunos veranos restaurado el patrimonio del país vecino y se emocionaba al explicar cómo ahora están forrando esos monumentos para protegerlos de los disparos y las bombas. Como ella decenas y decenas de personas de la ONG, de particulares y de empresas.

La historia de un matrimonio hispano-ucraniano

En la parada para repostar en Alemania, kilómetro 4.003 de esta ida y vuelta, una pareja valenciana de Bocairent, Vicente Cavanes y su mujer Ana Ustinova, regresan de recoger a una hermana de Ana y sus hijos que han huido hasta Polonia. En Ucrania se han quedado su cuñado y su suegro. La mujer y sus hijos fueron acogidos en el piso de unos amigos ucranianos en la capital polaca.

Otra madre que iba con ella y su hija de siete años no han podido viajar por falta de espacio en la furgoneta y se han tenido que quedar en Polonia. Su preocupación es solucionar el traslado incluso con la ONG Zamorana.

Un valenciano y su esposa ucraniana, traen a España a parte de la familia de ella. Araceli Saavedra

Su mujer es ucraniana, lleva 21 años en el Levante y sus palabras interrumpidas por la emoción no tienen comentario: “voy peleando con ella porque no quería comer, porque no le entraba la comida. Ella es corredora de trail y corre bien. Ha perdido tres carreras porque no entrena y no se alimenta. No tiene ni ilusión de ir a correr. Está desvivida, es normal, con la familia. Tanta gente buena que hay que se ha ido para arriba, podía haberse ido él [Putin], pero estos bichos duran ciento y pico de años”.

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El valenciano señala a mucha gente buena como el jefe que le ha prestado la furgoneta para ahorrarse los 800 euros del alquiler, y quienes les han ayudado económicamente. Por suerte tiene una casa grande para que puedan quedarse. Los voluntarios de la ONG aportan un poco de esperanza. Ana sonríe.

Y sigue el viaje con la radio y la labor humanitaria de Bomberos Acción Norte, excepcional, que compensa las lágrimas con unas risas.