El sanabrés Juan Lorenzo Escudero perdió la vida en la mayor tragedia ferroviaria ocurrida en España. Sucedió en Torre del Bierzo (León), el 3 de enero de 1944. En realidad, el fallecido era Alfonso Joaquín Agustín Ortega Prada. Vivía con nombre suplantado por razones de vida o muerte, ya que tenía incoado un juicio sumarísimo «por rebelión militar al Glorioso Movimiento».

Ese día, pasadas las 13.00 horas, el correo expreso 421 procedente de Madrid, que marchaba sin frenos y desbocado por un tramo de extraordinaria pendiente, sin poder parar siquiera en el apeadero de Albares ni en la estación del pueblo de Torre, chocó repleto de viajeros en el interior del túnel de Peñacallada con una máquina inmersa en plenas maniobras. Por ser fechas navideñas el tren iba atestado de militares, soldados, guardias civiles, futbolistas y vecinos repartidos por los asientos y por los pasillos de los vagones, como era habitual en aquellos tiempos.

Con el impacto se incendiaron parte de las unidades del comboy. Minutos después, otro tren que venía de Bembibre, en sentido contrario, colisionó con el siniestrado y en el infierno de humo y fuego desatado en el túnel terminó por consumarse la mayor tragedia ferroviaria de España. Los desgarrados gritos y alaridos proferidos por los heridos y envueltos por las llamas quedaron grabados para siempre en los vecinos que acudieron al lugar del accidente, así como quedó la imagen de los supervivientes que salían del túnel con graves quemaduras; y, de una manera imborrable, las hileras de muertos tendidos a lo largo de la vía o las montoneras de muertos apilados junto a la iglesia. La tragedia apenas si ocupó unas líneas, sin fotografía alguna, en muchos de los periódicos de la época, más atentos a II Guerra Mundial y, con especial inclinación, al ejército alemán. Las autoridades franquistas rebajaron las víctimas a 78 muertos y otros 75 heridos, cuando todo el mundo del lugar sabía la realidad era de varios cientos.

Entre los fallecidos, Juan Lorenzo Escuredo, el verdadero Alfonso Joaquín Agustín Ortega Prada.

El infortunado había nacido el 17 de mayo de 1902 en San Justo de Sanabria. Alfonso Ortega «era un hombre célebre», al que la guerra civil convirtió en un huido del monte. Perseguido con celo, en el momento de la tragedia todavía trataba de salvar la vida porque se hallaba en busca y captura. Este sonado pero callado accidente llegó más que inoportuno porque Ortega «estaba muy cerca de decir quién era, pues tenía amistades que le hubieran facilitado el paso a la integración social», según expresa uno de sus hijos, José Ortega.

Casado y con cinco hijos, sometido desde julio de 1936 a una persecución tenaz por las sierras y los pueblos del entorno de Peña Trevinca, el huido vivía desde el año 1938 camuflado bajo el nombre de su cuñado Juan Lorenzo, que gozaba de libertad. «La familia sabía que se había montado al tren porque así se lo expresó la persona que le despachó el billete», y que le conocía por ser un viajero usual debido a que se dedicaba a la madera en El Bierzo, donde no era conocido como el escapado Alfonso Ortega, sino como Juan Lorenzo. «La familia no recibió ninguna indemnización por parte de Renfe ni del Estado».

Su madre, Resurrección Prada Alonso, era natural del pueblo sanabrés de Sampil, y su padre José Ortega Pérez, del pueblo orensano de Cádavos. También sus abuelos maternos, Toribio Prada González era del pueblo sanabrés de Valdespino, y Encarnación Alonso Alonso, de Sampil.

El pavoroso accidente ferroviario del Bierzo truncó la vida de un hombre que luchó como pocos por la supervivencia y por el mantenimiento de la familia, y que lo hizo en unas circunstancias extremas y casi imposibles. Unas páginas escritas de su puño y letra revelan la difícil supervivencia. «Estas memorias van dedicadas en primer lugar a mi esposa y a mis hijos, a la noble compañera que con corazón y valentía sin igual ha sabido compartir las penalidades de mi persecución, y a las inocentes criaturas que sin más delito que su misma inocencia están sufriendo las penalidades del destino». Es el comienzo de un relato sobrecogedor, que la Fundación Luis Tilve ha recogido dentro de su labor «de investigación y recuperación de la memoria histórica».

El padre, José Ortega, ejercía como practicante y estaba establecido en Xares (Orense), y el primogénito hizo sus primeras letras en As Ermidas y luego en el seminario de Astorga (León). En septiembre de 1933 Alfonso Ortega se encargó de la secretaría de la Sociedad Agraria de Xares y elevó su peso social hasta el punto de contar con varios cientos de afiliados. Tras las elecciones de febrero de 1936 ocupó el puesto del oficial de primera del Ayuntamiento de A Veiga, en representación de la Sociedad. Pero llegó el golpe militar del 18 de julio y las armas, las persecuciones y las muertes impusieron su devenir y sus dramas. El 21 de julio fue creado en A Veiga el Comité de Defensa de la República, con Ortega Prada como representante socialista, y, según escribió, una primera decisión «fue recoger las armas tanto de derechas como de izquierdas».

Tras la ocupación de Orense y provincia por las fuerzas rebeladas, y con los efectivos de la Guardia Civil y de los falangistas deteniendo a dirigentes y destacados republicanos, el día 25 abandonó La Vega y pasó a Xares, echándose al monte el día 26, con hombres, mujeres y niños «porque se esperaba de madrugada la llegada de los facciosos y nadie quería exponerse a su brutalidad y furia».

Ahí comenzó una vida de huido cargada de episodios inconcebibles solo unas fechas antes. Una vida que el hijo, José Ortega, prefiere no abordar por la carga «de tristeza» que lleva tras de si. José , amante de las excursiones al campo y hombre comedido, vio a su padre por última vez cuando tan solo contaba con cinco años de edad.

Su padre supo, entre otras cosas, que su esposa «fue encañonada y llevada maniatada hasta la Vega». Y alude a la depuración de 31 condenados que fueron fusilados en el Puente Bibey y cayendo sobre los peñascos del río. Pocos días después de esta matanza, indica, que «el traidor Sanjuán toca a concejo y ofrece 25.000 pesetas» a quien me entregue «vivo o muerto».