A Alfredo Ortega no lo quedó otra vida en los primeros tiempos de la guerra que andar por los montes y los pueblos a escondidas, según revela en sus memorias. La noche del 29 de julio la pasó en una choza junto con su amigo Felipe Blanco. El día 30 un grupo de hombres armados entró en Xares y, entre las tropelías, forzaron las puertas de su vivienda, destrozaron toda la loza, el servicio de mesa, hicieron añicos las camas, las mesas, las sillas y prendieron fuego en una hoguera a mis queridos libros. Lo mismo que hicieron en otras viviendas, como la del médico Manuel Álvarez, a quien además le destruyeron el material quirúrgico y le robaron las ropas. Más luego ejercieron el latrocinio de dinero, joyas y alimentos. Para salvar su vida, el 4 de agosto se alojó en compañía de su esposa, Generosa Lorenzo Escuredo, con quien había contraído matrimonio en Matarrosa del Sil (León), en casa de unos amigos de Valdeorras.

El sanabrés Alfredo Ortega no deba crédito a que un pueblo pudiera caer tan bajo, con una persecución en aumento y extendida «a capitales, villas, pueblos, y hasta a los mismos caseríos de la sierra llegaba el terror».