El 21 de junio finalizaba el estado de alarma y comenzaba la denominada como nueva normalidad. Arrancaba uno de los verano más atípicos que se hayan vivido en la provincia de Zamora, una vez superada la desescalada.

No se celebraron fiestas en los pueblos ni el Toro Enmaromado de Benavente, los festejos de San Agustín en Toro o Las Victorias en Puebla de Sanabria.

El tiempo bueno y el levantamiento de las restricciones más duras trajo esperanza, aunque muchas piscinas de los pueblos permanecieron cerradas, se clausuraron algunas zonas de baño de la provincia e incluso se pusieron restricciones en el atractivo Lago de Sanabria.

Con el fin de la desescalada, llegó la movilidad interprovincial y las visitas de forasteros e hijos del pueblo, principalmente en agosto.

Alcaldes de ayuntamientos destacados de la provincia reclamaban en esas fechas “responsabilidad y prudencia”, en un verano que pasará a la historia porque Zamora se quedó sin festejos populares.

La Junta de Castilla y León publicaba un decreto con la llegada de la nueva normalidad en el que establecía un periodo estival sin fiestas en los pueblos, con limitación de aforo en piscinas y locales de hostelería y con espectáculos públicos muy restringidos. Además, se recomendaba seguir limitando los viajes en la medida de lo posible.

La Junta llegó a un acuerdo con la Federación Regional de Municipios y Provincias para suspender todas las fiestas locales en la comunidad, por lo que los zamoranos vivieron un verano sin fiestas, más dedicado al descanso, al ocio y a disfrutar de la naturaleza.

La cancelación de las fiestas tuvo consecuencias en sectores como el de las orquestas de verano y la cultura. También en las ganaderías de reses bravas que en las fechas del 15 de agosto y el 8 de septiembre habrían vivido sus días de más actividad del año. Pero no fue así en un año sin encierros, novilladas ni suelta de vaquillas.

Mientras la provincia registraba un incremento de turistas y un aumento de vecinos que llegaban con el calor del verano y el fin de las restricciones a la movilidad, se establecían aforos en el Lago de Sanabria y se cerraba la playa de Ricobayo al no poder garantizarse la seguridad.

No abrieron piscinas de verano como la de Toro, Villaralbo, San Vitero, Rabanales o Fuentesaúco, mientras los particulares instalaron piscinas portátiles en sus casas.

Las restricciones, el miedo a un posible contagio y el temor de los ciudadanos a irse de vacaciones provocaron el crecimiento exponencial de las ventas de este tipo de piscinas, que fueron el producto estrella del verano. A falta de otras alternativas y para evitar los riesgos, muchos optaron por llevársela a su propia casa.