Vuelta al colegio: Bienvenidos padres y maestros

En la comunión de ambos nos va el futuro de nuestro hijos y alumnos y, con ello, de nuestra sociedad

Ilustración

Ilustración / Pablo García

Luis M. Esteban

Luis M. Esteban

En estas fechas, como un mantra, la vuelta al colegio se convierte en noticia en todos los medios, siempre centrándose en los aspectos económicos que supone este evento. Acabado el verano, toca mirar la cuenta corriente para la que se avecina: libros, iPad, uniformes o ropa nueva, cuotas escolares y de actividades extraescolares, el comedor, el transporte escolar y un largo etcétera de pertrechos que tienen en común el ser traducibles a euros.

Sin menospreciar la importancia de todos esos útiles y sus cuotas, sobre todo para las familias con menos recursos, lo que no deja de ser una cuestión pendiente de solución seria y real para que la educación, elemento esencial de la igualdad de oportunidades, no se convierta en la gran zanja que se perpetúa; sin embargo, decía, esta cuestión económica que ahora nos bombardea no es ni con mucho los esencial para la vuelta al colegio y de ahí mi bienvenida a este nuevo curso a padres y maestros.

Que la sucesión de leyes educativas en nuestro país es un disparate me parece cuestión fuera de debate, que no de lucha para que de una vez por todas se llegue a un pacto de Estado que acabe con la situación. Pero mientras llega ese momento tendremos que hacer cestos con los mimbres que nos dan y ahí es en donde entramos padres y maestros, en un mano a mano en el que el triunfo es la vida de nuestros hijos.

Lo que necesitamos son maestros, personas capaces no solo de trasmitir saberes de manera comprensible para que los alumnos puedan mejorarlos, sino también actitudes, valores y formas de entender la vida, no para adoctrinar y ni siquiera para que nuestros alumnos estén de acuerdo con esas actitudes, valores y forma de ver la vida

Estaría muy bien que en esta nueva vuelta al colegio los padres ejerciésemos, sin ambages, titubeos, ni medias tintas, de padres. Y en ese ejercicio está muy bien todo el amor que tenemos a nuestros vástagos y hasta queda bonito despedirnos de ellos a la puerta del colegio con un "pásatelo bien", como si los dejásemos a la entrada de un cine, o de una fiesta. Bien está, pero entre el viejo dicho de "la letra con sangre entra" y este "pásatelo bien" hay un abismo en el que con excesiva frecuencia los padres sucumbimos. Acompañar a nuestros hijos en su formación educativa no es protegerlos por encima de la razón, delegar en los colegios la parte de formación que es exclusiva de nosotros y mucho menos meter a nuestros hijos en una burbuja donde todo es bonito, sin esfuerzo y, por supuesto, divertido y con éxito asegurado. Y lo más peligroso, trasladarles que siempre les vamos a poder resolver todos sus problemas y sus dificultades, porque es mentira, de ahí la importancia suprema de su buena formación para que adquieran las herramientas de conocimiento, información y sociabilización que les permitan acabar cogiendo el timón de sus vidas con rumbo certero.

Así que bienvenidos a la vuelta al colegio a los que estén dispuestos a ser padres a tiempo completo en el acompañamiento de los hijos, pero asumiendo también las propias limitaciones. Yo no me siento capacitado para poner en tela de juicio el diagnóstico de mi traumatólogo, como muchos que estos leyeren tampoco creo que lo estén para arremeter contra las indicaciones pedagógicas que trasladan los profesores sobre sus hijos. A lo más que se podría llegar es a recabar otra opinión experta por si hubiera error en el diagnóstico, pero no al enfrentamiento contra quien es el especialista.

Y bienvenidos sean también los maestros. Poco se habla, nada diría yo, de que uno de nuestros males en la educación radica precisamente en el exceso de profesores, de personas, en general muy bien formadas en sus distintas especialidades, capaces de trasmitir conocimientos y normas, pero muy alejadas, o desinteresadas, de lo que son nuestras aulas, alumnos y familias en la sociedad actual.

Mi ya larga trayectoria de profesor y, por lo tanto, el llevar toda mi vida dentro del sistema educativo desde que empecé como alumno, me dan la autoridad, se comparta o no, para mostrar mi hartazgo frente a tanto profesor que presume de sus suspensos, de la dificultad de su materia, de que las promociones de alumnos son cada vez peores y más torpes, de que los padres no se enteran de nada y de que ellos, grandes conocedores de sus áreas, son los poseedores del máximo saber. Y estoy harto porque, si esto es así, acabaremos volviendo a arrastrar objetos y a vivir en cavernas, pues si promoción tras promoción nuestros alumnos saben menos que nosotros, no es que la sociedad no avanzará, sino que retrocederá, porque nuestros alumnos serán incapaces de entender y manejar lo que ya tenemos. Así que a las cavernas. Y también tengo la autoridad para estar harto de tanto profesional, bueno sin duda, que recala en la educación primordialmente por las vacaciones, la conciliación familiar, o la estabilidad. ¿Dónde queda, entonces, el ideal de los maestros renacentistas de que sus alumnos acabasen superando al maestro?

Por eso doy la bienvenida a los maestros, que ya me gustaría que los profesores presentasen su cese inmediato y se fuesen con todo su saber enciclopédico a empresas donde puedan desplegar todos sus conocimientos y cambiar el mundo. Pero lo que necesitamos son maestros, personas capaces no solo de trasmitir saberes de manera comprensible para que los alumnos puedan mejorarlos, sino también actitudes, valores y formas de entender la vida, no para adoctrinar y ni siquiera para que nuestros alumnos estén de acuerdo con esas actitudes, valores y forma de ver la vida. No para eso. Se trata de invitar a nuestros alumnos de manera constante, con nuestro saber y comportamiento, no para que piensen y actúen como nosotros, sino para que piensen sin más, para que puedan construir su propia opinión a partir de su reflexión personal, de manera que los maestros sean el acicate y la motivación para la búsqueda individual de cada alumno de su propio ser para sí y estar para el mundo, porque eso no está en Wikipedia ni en la Inteligencia Artificial. Este es el reto que deberíamos tener cada uno de los que nos dedicamos a la docencia.

Vuelvo al colegio por trigésimo octavo año como profesor que sigue aspirando a ser maestro y sigo siendo padre. Ojalá se cumpla mi deseo más profundo: que nos encontremos en esta nueva vuelta al colegio padres y maestros, porque en la comunión de ambos nos va el futuro de nuestro hijos y alumnos y, con ello, de nuestra sociedad.

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