Desde la perspectiva que ofrece hoy la calle de San Pablo, vista desde la avenida de Portugal, podemos imaginarnos como era a finales del siglo XIX cuando la muralla ceñía el entorno de la población a la que se accedía por la Puerta de San Pablo. En septiembre de 1897, se publicaba la noticia de la demolición de la Puerta de San Pablo, comentando las molestias que estaban originando al vecindario los trabajos de derribo y desescombro.

Tomando como referencia la histórica frase "Ya no hay Pirineos", la comparaba el comentarista de entonces con la idea de "Ya no nos oprimen las murallas"; si bien reconocía que las murallas se hicieron a costa de grandes sacrificios para defender la ciudad de los enemigos invasores, decía que ya eran un estrecho cinturón que impedían el crecimiento. Insistía en que las murallas eran completamente inútiles para una guerra moderna, porque los golpes de ariete estaban en desventaja con las balas de cañón y las bombas vomitando metralla. Obsesionado en sus comentarios de características bélicas, olvidaba aquel periodista que las murallas son monumentos que dan testimonio de la historia y ejemplo de gestas heroicas de nuestros antepasados.

Ponía de manifiesto que la demolición de la Puerta de San Pablo dejaba al descubierto una de las entradas que habrían de ser más frecuentadas por los viajeros que accedieran a la ciudad, por lo que pedía que se adecentase el entorno, se eliminasen los escombros y se le "lavara la cara" a la desmochada muralla. Imaginamos que la panorámica que podía apreciarse desde aquel acceso sería la iglesia de San Pablo, hoy desaparecida, y también quedarían bien a la vista las Cortinas de San Miguel que, a comienzos del siglo XIX, sirvieron de cementerio provisional hasta que los enterramientos fueron trasladados al cementerio de san Atilano en 1838.

En aquellos tiempos, de ansiado crecimiento urbanístico, cayeron también otras emblemáticas puertas del recinto amurallado, como fueron la de Santa Clara, San Torcuato, Santa Ana, La Feria, la del Mercadillo...

Quedan aún, como muy representativas de la historia de Zamora, la Puerta del Obispo, también conocida como Puerta de Olivares, cuya Puerta fue construida en 1230 en memoria de la Batalla de Mérida, según consta en la lápida que se colocó sobre el arco con la inscripción que da cuenta de aquella memorable contienda. Permanece también en pie la Puerta de Doña Urraca, que trae a la memoria los versos, atribuidos a la Infanta, según el Romancero: "¡Afuera, afuera, Rodrigo, el soberbio castellano! Acordársete debiera de aquel tiempo ya pasado, cuando fuiste caballero en el altar de Santiago. Mi Padre te dio las armas, mi madre te dio el caballo. Yo te calcé las espuelas porque fueses más horado. Hasta pensé casar contigo, más no quiso mi pecado. Casaste con Ximena, hija del Conde Lozano; si con ella hubiste dinero, conmigo hubieras Estado. Bien casaste tú Rodrigo, mejor hubieras casado. Dejaste hija de rey por tomar la del vasallo".