Soy adicto al tren y a las estaciones de ferrocarril. Mi primer viaje lo realicé con cinco años, en una vieja locomotora de vapor, cuando mi madre me trajo a la capital para ser operado de las anginas en el viejo hospital provincial, en una época en que la sanidad pública era solo un espejismo. Aquel viaje de ida y vuelta me fascinó. Con once años, realicé otro de los viajes que cambiaron mi vida para siempre. Mi padre me llevó a Galicia, en el famoso TER (Tren Español Rápido), una joya de la época. El destino era el colegio de los salesianos, en Cambados, desde donde regresábamos a casa en las vacaciones de Navidad y de verano, siempre en tren. Y el tren ha sido protagonista de algunos paisajes irrepetibles en mi pueblo, en la zona de la Peara, donde mis padres tenían una huerta. Por allí circulaban el ferrobús, el TER y los mercancías. Mis hermanos y yo arriesgábamos la vida viéndolos pasar, tumbados en el terraplén, con la vista hacia arriba. Y ahora, cuando tengo la ocasión, viajo en tren, aunque el encanto del pasado se haya esfumado en parte.

En la actualidad, el tren sigue acompañando otros momentos de mi vida. La estación del ferrocarril de la capital se divisa desde el salón de mi casa y, por tanto, todos los días veo y escucho el trajinar de los trenes que circulan por Zamora. Debido a la proximidad de la estación, es habitual que pasee por ella y por los alrededores, donde tropiezo con los edificios que están pidiendo a gritos una mano de socorro para evitar que el paso del tiempo termine acabando definitivamente con ellos. Continuamente he imaginado que en uno de ellos se levanta por fin el museo del ferrocarril que desde hace muchos años vienen reclamando los amigos de la Asociación Ferroviaria Zamorana. Una asociación de la que esta misma semana hemos vuelto a tener noticias por el encuentro que han mantenido con el alcalde de la ciudad, Francisco Guarido, a quien le han trasladado el viejo proyecto de un museo o de un centro de interpretación del ferrocarril en una de las naves de la estación que llevan décadas sin uso, desde que los talleres dejaron de funcionar en la capital.

Según cuenta este periódico, los amigos de la asociación se han encargado de recoger muchos materiales, invirtiendo mucho tiempo y esfuerzo para catalogar y restaurar los elementos, algunos de gran tamaño. Incluso tienen una gran maqueta con vías y trenes a escala, además de contar con la posibilidad de habilitar unos raíles por los que hacer circular algún pequeño tren para paseos urbanos. Por tanto, si los materiales ferroviarios y los edificios donde levantar el futuro museo o centro de interpretación existen, ¿por qué demonios se retrasa tanto la construcción de un nuevo museo del tren en Zamora? Si poner en marcha la nueva iniciativa exige que las distintas administraciones con competencias en la materia se sienten alrededor de una mesa, que lo hagan ya. Ahora que tanto se habla de aprovechar las ventajas de la llegada del AVE a Zamora, un museo del tren en la misma estación sería una nueva atracción y un modo de rescatar del olvido lo que ha sido el pasado vinculado a un medio de transporte que para algunos sigue ejerciendo una gran fascinación.