Este partido está pudriéndose por la inmensa gusanera de caciques y caciquillos. (?) En cada capital hay cincuenta que quieren imponer los caprichos de su vanidad y de su ambición a todos sus correligionarios... Y si nada más hubiera esos cincuenta, menos mal. Luego vienen los caciques de distrito y los de barrio... (...)".

Este párrafo podría formar parte de cualquier artículo publicado hoy mismo. Sin embargo fue escrito para "El Imparcial" en el año 1910 por Benito Pérez Galdós.

Parece que el pensamiento horaciano "aurea mediocritas" (posición virtuosa frente a la vida, a medio camino entre el exceso y el defecto) nunca estuvo de moda en política. La tendencia inequívoca en nuestro tiempo, marcada de fondo por el más feroz individualismo, tiene como eslogan una célebre frase del ácido Bukowsky; una daga con doble sentido: "find what you love and let it kill you" (encuentra lo que amas y deja que te mate). Aprecio, o mejor, quiero apreciar cierto romanticismo ultrabarroco y ensoñador en esa cita, siempre que el fin perseguido, lo que amamos y deseamos, sea razonablemente honrado y alcanzado con más o menos honestos manejos. Vamos a obviar ese filo de la daga para centrarnos en el otro borde cortante, el opuesto, donde cabe, por ejemplo, el delirio mitómano-mesiánico. Perfectamente definido como una patología mental, el político mitómano acaba por creer que sus propias falacias son rotundamente ciertas. Es tan faraónico el castillo de naipes que construye para sostener su disparatado ideario que duda, acaso, hasta de sí mismo, completamente ebrio con los dulces vapores de un cercano (casi palpable) Valhalla terrenal que nunca alcanzará y engullido por la espiral psicodélica que, más o menos tarde, le servirá de mortaja. Una mortaja, a veces, elegida con minuciosidad escalofriante por quienes primero lo elevaron a los altares ejecutivos y mediáticos.

Decía Napoleón que para ganar una guerra hacen falta tres cosas: dinero, dinero y dinero. Y en Cataluña hubo, hay y habrá más que de sobra, a salvo de Montoro, para alimentar a la bestia como mejor convenga. Una bestia surrealista, multicéfala, irracional, que legisla, por sistema, ideando cómo dejar transitable el secreto callejón oscuro para que pase con holgura la trampa al Estado. Un monstruo indomable sin ética ni conciencia, protegido, aún hoy (parece un contrasentido), bajo el abrigo de sus enemigos combatientes.

Cataluña es una autonomía civilizada, avanzada. No es cuestión, por tanto, de invertir en guillotinas o en fusiles para hacer la revolución. Así las cosas, lo productivo es adoctrinar a la soldadesca. Panem et circenses. Con dinero, tiempo y cierta libertad otorgada por intereses nacionales, democráticos pero indeseables, casi todo ha sido y es posible.

La mitomanía es una dolencia común, pandémica. Quien convive a diario con la mentira compulsiva, como arma o escudo fundamental, contrae con ésta un compromiso irrevocable: se convierte, sin redención, en un burdo perro de paja mucho más sofisticado que los malvados personajes de la película de Peckinpah. De ninguna otra manera puede digerirse (si no es por enfermedad) la galopante irresponsabilidad y la desfachatez con la que algunos políticos actúan, en el sentido más teatral de la palabra. A pesar de ser conscientes de que no los salvará del averno ni Perry Manson (como diría Chiquito), siguen negando la aplastante evidencia con flema sorprendente, envueltos en una especie de gag tragicómico al estilo "La vida de Brian".

Mientras, como aquellos pícaros y entrañables charlatanes que instalaban el puesto en plena calle y se hinchaban a vender lociones capilares a los calvos con un peine de regalo, los mesías del siglo XXI seguirán contando su cuento a quien quiera, o necesite, escucharles. Porque hoy, para que salgan las cuentas, parecen necesarios.

Javier Hidalgo Ramos