No he podido despedirme como quisiera de un amigo aunque no hay ninguna buena manera de hacerlo. Eduardo Casal ha sido el segundo con quien el destino se ha burlado de mí -primero fue Tomás Santiago-. Hegel nos enseña que lo único aterrador es lo inmóvil, rígido y moribundo y que la única satisfacción es rejuvenecer en la lucha conquistando el derecho a una nueva vida, ambos lo consiguieron de forma tranquila con delicada sabiduría y manteniendo una envidiable coherencia entre sus principios, sus convicciones y sus acciones. Conversar con ellos me enriqueció grandemente. Hablar con Eduardo era un ejercicio de amabilidad, paladeaba cada una de esas charlas sobre todo y nada, probablemente su condición de asturiano sabio le hizo adquirir conciencia de su docta ignorancia, no sé, el caso es que continuamente estaba aprendiendo y la elección del tema no se la dejaba nunca al azar, me ruborizaba descubrir durante mis alardes de atrevida ignorancia caer en la cuenta de que él sabía mucho más que yo pero esperaba ese matiz, ese detalle en el que él no hubiera caído y que yo como instrumento le podría descubrir. Esas conversaciones me producían cierta desazón de derrota y entonces pensaba: en la próxima, no me pillas.

Tus e-mail con fotos de Asturias o de Zamora deseando feliz fin de semana eran un hábito, y que en alguno de ellos avisaras tu ausencia por un tiempo, también. Esta vez no me has avisado. Esta vez ha sido otro de tus discretos silencios que la perorata de mis circunstancias no me ha permitido descubrir, y eres ese libro que entre toneladas de palabras embellece el paquete preparado por Bohumil Hrabal. Esta vez el destino me ha vuelto a sorprender haciendo otro agujero en mi corazón que se parece cada vez más a tu cárstico Quintes. Otra vez me has pillado.

Juan Carlos Campos Santiago

(Zamora)