Dicen los concejales de la oposición que han permanecido encerrados en el Ayuntamiento de Fermoselle que están satisfechos porque a través de los medios de comunicación han llegado con su protesta a lugares a los que de otra forma no hubieran podido hacerlo. Seguro que tienen razón en eso, aunque nada les resuelve a ellos ni beneficia a sus convecinos.

Desconozco, y por lo tanto seré prudente en ese sentido, la situación real respecto de las mociones que según denuncian el alcalde no les deja presentar en los plenos. Lo que sí sé es que, en democracia, el cauce para hacer valer los derechos amparados por la ley para los miembros de la oposición no son los encierros, las huelgas de hambre o similares ejercicios de fuegos de artificio al estilo de las algaradas callejeras, sino precisamente aquellos cauces que la propia ley establece y que se garantizan por la Justicia. Si el alcalde incumple la ley tan flagrantemente como dicen, se arriesga a una pena de inhabilitación para tal función que es, imagino, lo que más satisfechos los dejaría a ellos y en peor lugar a él.

Las instituciones merecen el máximo respeto, porque no son sus dueños quienes en un momento determinado las conforman, sino el conjunto de los ciudadanos y por eso en ellas son tan trascendentales las formas aunque vivamos tiempos en los que se tiende a restarles importancia. El respeto lo debe en primer lugar quien gobierna, pero nunca en menor medida quienes ejercen la oposición y no vale todo, aunque siga habiendo muchos (malos pero a menudo exitosos) políticos convencidos de que el fin justifica los medios.

Ya sé que me dirán que mientras la Justicia resuelve se nos va el cerdo en cataduras, pero esas son las reglas del juego y, en ese ínterin, conviene no olvidar que, voto a voto, la candidatura del actual alcalde obtuvo más respaldo de los fermosellanos en las urnas que todas las demás juntas, por mucho que las desavenencias internas con las que empezó su grupo el mandato hayan determinado que el equilibrio de fuerzas se haya visto modificado entre los concejales. Bastantes más del doble de votos que los otorgados a la segunda fuerza política, confieren al alcalde la máxima legitimidad democrática.

Viví en Fermoselle entre los cinco y los ocho años, en el último de los números pares de la calle de Requejo. No es pueblo sino villa y por sus rincones sinuosos se respira de manera singular el halo de su gran e importante historia. Me gusta y lo admiro. De allí me vine a Zamora no sin disgusto. Hay muchas cosas por hacer en los más de tres años que restan de mandato corporativo. Demasiado tiempo y en tiempos demasiado complicados como para que el enfrentamiento personal sea el hilo conductor de la vida municipal y no se encuentre entre unos y otros la ruta compartida en beneficio de los vecinos.

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