Con este título no me quiero referir a ninguna marca de agua mineral sino a las fincas sin ocupación que abundan en nuestro casco antiguo, el casco histórico y en ciertos barrios de la capital. Esta circunstancia, que es propia de la dinámica ordinaria de ocupación del espacio urbano y de la regeneración de los inmuebles de las ciudades, se está convirtiendo en Zamora en un verdadero problema. Y lo está siendo debido a la ausencia de vías e instrumentos de fomento a la construcción en el recinto histórico de Zamora. La consecuencia directa es la existencia de vacíos y discontinuidades en las manzanas de viviendas, la consecuente falta de consolidación del tejido urbano y la -más periférica pero no menos importante- sensación de abandono y decadencia del casco de la ciudad. Si dan un paseo entre la Plaza Mayor y la plaza de la Catedral fijándose con atención en esta cuestión verán la evidencia de los hechos, multiplicados en los barrios de La Horta y La Lana. En resumen, en el conjunto del antiguo recinto amurallado.

De todos es sabido el abandono en que estuvo sumido el casco antiguo de Zamora desde los inicios de la década de los sesenta hasta bien entrada la de los noventa del pasado siglo XX. Algunas medidas llevadas a cabo por instancias municipales y regionales, como la aplicación de un PRICO -Plan de Reforma Integral del Comercio-, así como Planes Parciales urbanísticos, además de la nueva pavimentación y titubeante semipeatonalización concluida en 2001, pretendieron contribuir a su revitalización. También la iniciativa privada acertó a promover nuevos inmuebles que garantizasen la ocupación de esta área de la ciudad. Poco a poco se ha ido rellenando, valga la expresión, una zona abandonada que, paradójicamente, era la que había que mostrar a los foráneos porque custodiaba nuestra historia y los mejores monumentos. Hoy el casco antiguo se encuentra en un estado peculiar: alejado del verdadero centro -léase núcleo neurálgico de la ciudad-, sin suficiente actividad económica que garantice su vitalidad y con demasiados solares completamente vacíos y dejados de la mano de Dios.

Esta tendencia no tiene muchos visos de cambio a corto plazo si las cosas siguen como hasta ahora. La mayoría de estos solares son propiedad privada cuyos dueños no quieren ocupar con un nuevo inmueble. La Administración pública a veces tampoco se lo pone fácil, dilatando los tiempos para conceder licencias de obra y poniendo excesivos peros a la construcción. Los tiempos de crisis tampoco ayudan en la actualidad a la obra nueva. Habría, pues, que pensar en vías efectivas para canalizar esta situación y colmatar estos vacíos urbanos. Principalmente aplicando medidas que estimulen la construcción de nuevos edificios residenciales mediante la implantación de ciertas exenciones fiscales o rebajas en impuestos municipales vinculados al nuevo inmueble, acelerando en el tiempo los trámites burocráticos para la concesión de las licencias, fomentando la implantación de locales comerciales o, simplemente, facilitando más la construcción desde las oficinas municipales de obras y patrimonio. Por de pronto, son de destacar las intervenciones que, precisamente, se están llevando a cabo actualmente en Balborraz y en el mirador del Troncoso y que rompen esta inercia.

No cabe duda de que todos saldríamos ganando. La ciudad mejoraría en continuidad y desaparecerían estos vacíos que la afean y se suelen convertir en auténticos basureros. Los propietarios rentabilizarían un patrimonio estancado y la Casa de las Panaderas incrementaría su caja, pues no parece demasiado racional que el Ayuntamiento -es decir, todos los ciudadanos- tenga que correr con los costes de la red de acometida de aguas, saneamiento y otras infraestructuras a distancias como las que obliga, por ejemplo, la urbanización Siglo XXI, mientras decenas de solares en plena ciudad están vacíos.

Precisamente cuando estoy dándole vueltas a la redacción de este artículo encuentro un folleto de un grupo político informando sobre este particular. Y es que este hecho es un auténtico problema en nuestra ciudad. Por ello, no estaría mal que nos adelantásemos y comenzáramos ya a pensar un poco más allá en esta misma línea. Dentro de no muchos años, los almacenes y naves que hoy se alzan entre la Cuesta del Bolón y la vía del ferrocarril desaparecerán, como acaba de ocurrir con el antiguo matadero de Joalcresa, para dar paso a nuevos edificios residenciales. Si no vamos previéndolo, estos terrenos acabarán convertidos en barbechos industriales que multiplicarán el negativo efecto de los vacíos urbanos. Estamos a tiempo de prevenir problemas.