Los furtivos no cesan. Las matanzas de ciervos y otras especies cinegéticas para aprovechar su carne y sus trofeos, están a la orden del día. Sin embargo, las voces de algunas personas se levantan contra la vigilancia de los bosques.

La carne aprovechada en factorías cárnicas de otra comunidad autónoma, se viene convirtiendo en un sucio negocio que precisa coto. Sanabria, Carballeda, Tábara, son algunas de las zonas objeto del ataque de estos desalmados. El furtivismo es una lacra que atenta contra la riqueza de nuestras sierras.

Sin embargo, algunas personas no quieren que las cámaras vigilen. Les parece que es un sistema agresivo y atentatorio contra la intimidad de los habitantes. Nada más lejos de la realidad. Las cámaras no tienen dientes para morder a nadie, solo tienen ojos para ver y denunciar los desmanes de estos tipos y otros desmanes como el fuego.

No entiendo como, en la era moderna en que vivimos, alguien no desea que los últimos métodos en la lucha contra el fuego y el salvajismo no se pongan en práctica. En el fondo da la sensación de que subyace la guerra política, la utilización sectaria contra cualquier iniciativa encaminada a salvar el monte, porque la iniciativa es del adversario.

Argumentan quienes desean que la montaña se convierta en selva, que el dinero empleado en las torres detectoras de incendios, podría gastarse en cuadrillas para extinguirlos o limpiar los montes. Yo creo que lo importante es prevenir, antes que tener que apagar. Y, en cualquier caso, ambas actividades son compatibles e incluso complementarias.

El monte debe de estar limpio, pero también vigilado. Algunas asociaciones han levantado su voz contra la medida y, si su cantidad es importante, su representatividad es escasa. Algunos de los pueblos a que pertenecen, no pasa de la docena de habitantes.

Aún así, es necesario oírlas. Aunque su representatividad sea testimonial, hay que oír sus argumentos. Pero que no sean peregrinos ni tramposos, como alguno que he oído. Alguien trataba de engañar a los vecinos diciéndoles que las cámaras instaladas en el Cerro de San Juan, en Sanabria, podrían vigilar lo que ocurría en el casco urbano de El Puente, a más de quince kilómetros.

No solo no es cierto, sino que el cometido de las cámaras no es el de vigilar las vidas privadas, sino velar por nuestros intereses. Aunque no hubiera estado mal que detectaran en el mercado de los lunes a algunos de los carteristas que proliferan últimamente.

Comprendo que existan posturas enfrentadas. En todos los órdenes de la vida existen. Seguramente, los que sufren los cacheos antes de viajar en avión, sentirán ira. Y más los americanos, a los que en pro de la seguridad hasta desnudan con sofisticadas máquinas. Pero cuando se sabe que se ha abortado una operación terrorista, todos aplauden.

Días pasados, una mujer fue despojada de su prótesis mamaria en aras de la seguridad. Es terrible pero, seguro que todos desean estar desnudos antes que muertos. Igual ocurre con las cámaras. Yo prefiero que me vigilen antes de que me quemen. Nada tengo que ocultar. No cazo furtivamente. No mato especies cinegéticas prohibidas. No prendo fuego. A lo sumo, cojo una docena de setas y dos kilos de castañas.

El beneficio es más que el perjuicio. De eso no me cabe duda. Pero debemos de respetar la opinión del prójimo. Supongo que los que defienden un monte sin vigilancia electrónica también aman nuestra tierra y no son cazadores furtivos. En la persecución del crimen, y los incendios lo son, casi todos los métodos son válidos. Creo yo.

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