El conflicto tiene repercusiones en todos los sentidos. La Asociación pude disolverse porque carece de local y no tiene actividad. La propia presidente del colectivo, Carmen Figueredo, «que no he cobrado nunca un duro por ir de un lado para otro», está pensando si pasar los gastos. Los vecinos, «que vivían un idilio en el pueblo» cuando todas las cosas iban bien, en expresión de Bienvenido Garrote, ahora andan enfrentados y divididos. Y hasta la mano generosa de parte de las gentes se ha cerrado en los donativos a la Iglesia. «Antes echábamos más al cepillo porque sabíamos lo que tenía que pagar el sacerdote» expresa una vecina, que también ha refrenado su asistencia a los oficios religiosos.

La Asociación Virgen Mediavilla ha vivido momentos desagradables como el ver nuevos alquileres «sin avisarnos». Un pastor que necesitaba un lugar para vivir urgentemente disfrutó de la Casa parroquial durante uno o dos meses, y desde agosto el entorno del demandante y del constructor, Matías Montero, «disfrutan del teleclub», que funciona como bar. Para Carmen Figueredo una de las razones de la demanda de la deuda a la Asociación está precisamente en el deseo de hacerse con el local.

Desde la Asociación se considera que el problema podría haber tenido una solución mediante el diálogo, pero no ha sido posible porque cada parte se mantiene en sus trece.

Durante las declaraciones de ayer, una de las testigos y vicepresidenta de la Asociación reconoció los hechos expresados por el demandante, apuntando que el colectivo tenía intenciones de hacer frente a la deuda sacando adelante actividades, que entonces «había ganas de hacer». Por parte de la defensa se insistió en un documento de información realizado «precipitadamente por el agobio» del soprendente montante de una obra que el constructor, en su declaración, no aclaró si había presupuestado con detalle y con exposición a la Asociación de Mujeres Virgen Mediavilla.