La Opinión de Zamora

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Willy: del joven polizón que soñó con Estados Unidos al innovador hostelero en Zamora

Guillermo Rodríguez, fundador del bar Bambú y creador de los tiberios con su mujer Luchy, revive la Guerra Civil, la dictadura y su intentó de emigrar que le llevó a prisión

Willy, en su mesa de los Tres Árboles preparado para hacer sopa de letras como cada tarde. Ana Burrieza

“¡Hasta luego Willy!”. El saludo tiene siempre la misma respuesta: “¡Adiós reina; adiós, marqués!”. ¿Quién no conoce a este afable zamorano, ocurrente, de mirada limpia y eterna sonrisa, vestido impecable? Las pistas nos llevan a aquel joven de 18 años, que ya prometía una vida agitada y aventurera, llena de momentos memorables, como “aquella barrabasada” que le metió entre rejas en Irún, Ondarreta, Bilbao y el penal de alta seguridad de Burgos .

El famoso exhostelero durante torea una baquilla, una de sus pasiones. Ana Burrieza

El espíritu inquieto que se resiste aún hoy a abandonar a Guillermo Rodríguez Riesco a sus 95 cumplidos el 27 de abril, está detrás de esa mala pasada que le jugó el destino. Casi cuatro años “entrando y saliendo de la cárcel sin motivo y sin haber sido juzgado” en plena dictadura franquista.

Primero fueron tres meses, “lo que podías estar sin condena, no nos hicieron juicio, ibas de comisaría a comisaría y de cárcel a cárcel. Como no nos podían adjudicar nada, te sacaban, pero no te devolvían la documentación, así que, te estaba esperando la Policía, te la pedían y otra vez a la cárcel”.

"Estuve casi cuatro años entrando y saliendo de la cárcel sin motivo, te tenían tres meses, lo máximo sin un juicio; te sacaban, pero como te devolvían la documentación, otra vez para dentro"

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Un hostelero decidido e innovador

La pésima experiencia le pilló con 18 años y no se libró de la cárcel hasta los 22, cuando regresó a Zamora, fue a la mili en Ceuta y se casó después con su querida mujer Luchy, María de Los Ángeles Martín Fernández, con 23 años él y ella con 20.

El más famoso de los vecinos de La Candelaria nos muestra su salón, lleno de fotos familiares y trofeos.. Ana Buerrieza

Juntos montaron el mítico “bar Bambú” hacia 1954, una taberna”, explica Willy, en la calle de Alfonso de Castro, cuando ya su hijo Guillermo había nacido. Con Luchy popularizó las famosísimas “perdices” (el boquerón relleno en tempura) y “los tiberios”, con su inigualable salsa.

“Me dio la idea un abogado de un pueblo de Zamora, y entre mi mujer y yo preparamos la receta, que era suya, pero Luchy creó la salsa, esa es de mi mujer”. Una tapa ya distintiva de la calle Los Lobos, de Zamora, cuyo secreto atesoran como la mejor de las herencias sus dos hijos, Guillermo y Juan José; y su hija Ana María.

La innovación culinaria nunca la patentó porque, “entonces, en aquellos años, nos respetábamos, cada hostelero hacía sus tapas, nadie se copiaba”. Sí la vendió con el bar a Marcelimo el padre de los actuales dueños. Para entonces, ya estaban abiertos bares que han pasado de generación en generación y continúan dando vida a una calle de pinchos con solera en la capital: Los Lobos - "dos que sí, uno que no" -, El Trefacio, El abuelo o El Sevilla, había una docena de establecimientos hosteleros, recalca Willy.

"La idea de las perdices y los tiberios me la dio un cliente que era abogado en un pueblo, mi mujer y yo nos pusimos a hacer la receta y tuvo muchísimo éxito"

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Antes, hasta finales de 1953, “estuve en lo que hoy es el Café Viriato, que lo cogió mi suegro para mí, él era almacenista de huevos y pollos. Allí las cazuelitas de callos, de riñones, las gambas rebozadas y al ajillo eran la especialidad. Me casé con una mujer que sabía mucho de cocina”.

Willy sujeta uno de los árboles recién plantado para que crezca recto. Ana Burrieza

Ese afán insaciable por experimentar, por imaginar y soñar, sigue intacto en este hombre de vida espartana, que se levanta hacia las 7.00 horas, hace bicicleta estática, preparada en su salón; “ejercicios de sombras de boxeo”, gesticula con sus brazos lanzando ganchos al aire; hace sus flexiones; "me aseo" y sale a pasear.

Los baños de invierno en el Duero

Cada tarde, a las 17.00 horas, baja a Los Tres Árboles para sentarse con sus libros de sopa de letras, marcar las palabras cuidadosamente, con una regla y un lápiz; y escribir siempre sentado en el mismo banco, cerca de donde se ha bañado en el río Duero entre octubre y marzo, cuando el agua está fría, "aunque ahora no está como hace años, que tenía que romper el hielo para entrar".

Ese ritual diario en los meses de invierno se repetía hasta hace dos años “porque me tuvieron que operar de un pie” y eso le limitó. ¿Quién le enseñó a nadar? "Desde niños hemos estado en el río, bañándonos, así aprendimos".

"Miguel Gila, del que me hice amigo cuando vino a vivir a Zamora, me llamaba cuando vivía en Madrid, "Willy, espérame en La Farola que llego a las cinco de la mañana" y nos íbamos a pescar"

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De ahí le viene su afición a la pesca, que practicó hasta que pudo por León, Salamanca, Sanabria, Asturias... Amigo del locutor de Radio Zamora  Vicente Planells y del humorista Miguel Gila casi desde recién llegados a Zamora, tras tener problemas políticos por sus ideas de izquierdas, y que pasaron de ser clientes en el bar pasaron a mantener una estrecha relación, los recuerdos de muchos momentos compartidos quedaron inmortalizadas en el más del centenar de fotografías que el zamorano guarda en una caja.

Cuando el humorista se fue a Madrid, "me llamaba muchas veces por teléfono, "Willy, espérame en La Farola que llego a las cinco de la mañana" y nos íbamos a pescar". Y no importaba la distancia del río en el que pescar las truchas o el salmón.

El extraterrestre en el río Esla

Y en una de esas, cuando pescaba con sus dos perros en el río Esla, cerca del Monasterio de Granja de Moreruela, el "Riqui" y el "Plutón" comenzaron a inquietarse y a ladrar.

Era la primavera de 1974 y la visión de una figura que destellaba a unos 150 metros, "un ser de más de dos metros, un hombre de otro planeta". Minutos antes de esa visión, Willy estaba concentrado en su caña, los perros "se levantaron ladrando sin parar y me asusté". Les riñó "porque me espantaban los peces". Al final levantó la mirada y vio al "extraterrestre, que estaba solo, me parecía como si llevara una mochila a la espalda, sin pelo". Estuvo allí, contemplando aquella aparición sobrecogedora, que "como en un minuto desapareció". Willy cuenta que "pensé "me patina el embrague". Solo me creía el secretario general del Gobierno Civil, Porfirio Nafría Collado",

Llegó a su casa "un poco fastidiado, me metí en la cama. Estuve ocho días muy mal, pegué un bajón", y los canes bajo la cama y sin reaccionar. Cuando regresó a ese mismo enclave próximo a La Encomienda, a la cabecera del Esla, uno de sus lugares elegidos para pescar, "los perros se paraban y no querían ir", de modo que con Riqui y Plutón no pudo regresar nunca más.

El episodio terminó por lanzar a Willy a televisión, a programas como Cuarto Milenio por aquella visión de lo que parecía un extraterrestre.

Lo del toreo es otro cantar, tiró de capa, participó en novilladas, y fue muy amigo del naestro zamorano Antonio Vázquez, recientemente fallecido.

Amante de la naturaleza

Willy, esa "buenísima persona" que describen sus vecinos y conocidos, permanece en su banco de Los Tres Árboles concentrado en mantener ágil su mente hasta que oscurece, sea primavera, verano, otoño o invierno. También "escribo cosas, reflexiones que luego rompo, cosas mías".

Cerca de la mesa, un arbolito que "empieza a tirar para arriba, estaba cayéndose para ese lado", recibe la atención esmerada de Willy: con cuerdas sujetas a unas piedras que él mismo ha traslado mantiene recto el tallo con unos palitos, "para que el viento no lo dañe", explica.

Y, "cuando ya no hay luz, me tomo un vinito en el bar del Jamón, solo uno y subo a mi casa". Se prepara una cena ligera, "a veces sopas de ajo, me encantan". La cama le espera ya de madrugada, tras ver algún partido de boxeo u otro deporte "hasta las tres o tres y media. Después "duermo bien", a pesar de su edad avanzada.

Willy prepara sus libros en la mesa de Los Tres Árboles, usa pinzas para sujetar las páginas en este día de viento. Ana Burrieza

“¡Todavía no me he cansado de vivir!”, dice con el mismo entusiasmo que aquel adolescente, del que se ríe socarrón al recopilar su historia personal. Ideó ampliar horizontes, lejos de la Zamora de postguerra, “con un íntimo amigo, un hermano, José Crespo Alonso, el que tuvo el bar El Cordero en la Puerta de la Feria, hoy el Crespo, que lo lleva el hijo”, explica.

Los dos menores se permitían fantasear con una vida mejor, en la que sacudirse la “mucha pobreza” que la Guerra Civil dejó en la capital, en todo el país, pasar página a “una niñez violenta. Vi cosas muy feas de terrorismo, se empezaron a matar entre falangistas y comunistas”. La memoria le traslada al bosque de Valorio y a Los Tres Árboles, “aparecieron algunos hombres colgados. Y había muchos tiros en la calle”.

“Con un íntimo amigo, un hermano, José Crespo Alonso, el que tuvo el bar El Cordero, decidimos pasar de Irún en la primavera de 1945 a Francia e irnos después a Estados Unidos a trabajar"

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Tiroteo en el bar Águila

No olvida aquel episodio vivido por “el abogado Zacarías Martínez, que era comunista” y que él presenció con unos 15 años “en el bar Águila”. El letrado (suegro del expresidente de la Diputación Provincial por el PP Luis Cid) entró “perseguido por falangistas. Su hermano Pablo, también comunista, estaba tomando café, eran las once de las noche. Gritaba “¡hermano, hermano, que me matan!” y los que le seguían se liaron a pegarle. A Pablo, de espaldas a la puerta, le dieron con la culata de la pistola en la cabeza y le hicieron sangrar”.

"La Guerra Civil dejó mucha pobreza en Zamora. Recuerdo una niñez violenta porque vi cosas muy feas, se empezaron a matar entre falangistas y comunistas. En el bosque de Valorio y en Los Tres Árboles aparecieron hombres ahorcados".

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Los falangistas “se liaron a tiros y Zacarías intentó quitar la pistola a uno, al coger el arma le perforaron la palma de la mano de un balazo. Tuvo que intervenir la Guardia Militar, uno de ellos decía que no hubo tiros, pero quedaron en las paredes”. Y el pequeño Willy recogió cuatro casquillos, entregó tres a la Policía “y me quedé uno”.

De polizón en una lancha cargada con armas de contrabando

El ansia por conocer otro mundo trasladaba a Willy y su amigo a Francia de paso a Estados Unidos para “trabajar en lo que encontrásemos”. Willy distrajo dos meses del sueldo que debía entregar a sus padres, Eduardo -“sastre militar, tenía mucho trabajo, no nos faltó nunca lo básico”- y Manuela, que tenían otros cinco hijos.

Habían pasado cuatro años del primer empleo sin remuneración en el sonado Café Lisboa. A los 14 entró “como botones. Íbamos a recoger recados y no te uniformaban todavía con lazo o pajarita, pecherín, cuello y una guayabera, como con medio smóking”.

"¡Todavía no me he cansado de vivir! Estoy hecho un chaval"

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El primer sueldo le llegó siendo “echador”, ayudante del camarero encargado de servir el café en la taza o el vaso al cliente, de poner el azúcar y la cucharilla. “Yo le seguía con la lechera y preguntaba “¿solo o con leche?”. Caían 300 pesetas al mes.

El intrépido joven reunió las 600 pesetas que costaba el viaje como polizón, “sin decir nada a nadie, José y yo dejamos el trabajo”.

El periplo comenzó en la primavera de 1945 con primera parada en Irún. Saboreaban ya su prometedor futuro “en una lancha de dos motores junto a otros chavales, pero no llegamos ni a salir del puerto”. Fueron la tapadera para “una banda” que pasaba armas. “¡Nosotros no sabíamos nada! Al atravesar el Bidasoa, entre España y Francia, la policía andaba tras ellos y nos detuvo a todos". En la embarcación, "había metralletas, bombas de mano, granadas, fusiles, todo de contrabando”. Se echa las manos a la cabeza al rememorar.

El famoso hostelero muestra fotos de sus antiguos negocios y con la familia. Ana Burrieza

De la lancha, “al calabozo en Irún. Nos hicieron la ficha y a los dos o tres días, a la cárcel. Estuvimos entrando y saliendo casi tres años de prisiones, allí, pasamos mucha hambre, no había qué comer. En Irún era muy duro, la Policía daba leña, te preguntaban a base de bofetadas”.

"La cárcel era muy dura, pasamos mucho hambre. En Irún era muy duro, la Policía daba leña, te preguntaban a base de tortazos"

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En la calle, “había mucha policía de paisano, los de la “chapita” debajo de la solapa. Pegaban sin orden, “aquí te pillo, aquí te mato”. Y, posteriormente también, hasta que murió Franco. También en Zamora".

Tras pasar la mili en Ceuta, se enamoró de Luchy, entre la nostalgia y la tristeza, se le ilumina la cara al mencionarla, “era maravillosa”, murió en 1988, “nunca ha habido otra mujer en mi vida, ¡no soy de esos!”. Un amor incondicional que surgió después de “estar hablando” siete meses, era amiga de su hermana. “Nos casamos enamorados” en 1950.

"Cuando cerramos el Bambú, mi Luchy y yo montamos el "Dober", de tapas; y "La Sala", un local tranquilo y discreto para tertulias, se reunían a destcadas personalidades de Zamora"

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Cosechado un gran éxito con “el Bambú”, la pareja lo vende y monta en Pablo Morillo el "Dober”, de tapas; y “La Sala”, un local orientado a la tertulia, allí se reunían personalidades de la ciudad, desde políticos a artistas. Los cerró a la muerte de Luchy, “me afectó mucho, gracias a mis hijos Guillermo y Juanjo, y a mi hija Ana María...”. Y a sus nietos y nietas, Víctor, Laura, Teresa y Guillermo, que adoran a un abuelo divertido, siempre alegre, capaz de hacer un Tik-Tok al ritmo de los más jóvenes de la familia.

"Al morir mi mujer, lo pasé muy mal, me fui a vivir una temporada a Benidorm, fui extra de cine, en "Jamón, Jamón" conocí a Javier Bardem, nos hicimos amigos"

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La pena le exilió a Benidorm, donde se aficionó al ciclismo y participó como extra en películas, “en “Jamón, Jamón”, me hice amigo de Javier Bardem, es un chico muy majo, se casó con Penélope después”. Las fotografías junto al laureado actor español dan fe de esa estrecha relación de sus años en la costa levantina, donde recibía en bicicleta a los autobuses de zamoranos que iban de vacaciones.

En esta localidad se aficionó al ciclismo, deporte con el que obtuvo múltiples trofeos que ocupan altillos y estanterías del mueble del salón de su casa, junto a fotografías con las que hacer un barrido por toda su biografía, la de vida junto a Luchy y con sus hijos y nietos.

Hace unos 20 años se quedó sordo. Su curiosidad innata le llevó a entrar en un local, “estaban haciendo prácticas militares. ¡Yo no vi el cartel de "Prohibio el paso"!. Explotó una bomba... y solo oigo un quince por ciento o así del derecho. De este otro, nada". Por eso huye de tumultos, aunque disfruta de multitud de amistades repartidas por allí donde ha pasado. Elegante, coqueto y sencillo, se mantiene optimista, alegre, complaciente con toda aquella persona que se le acerca, especialmente con los niños, "¡me encantan!, soy yo más niño que ellos", y vuelve a echar una sonrisa.

Vive solo, “¡estoy hecho un chaval!”, pero no está solo. “Voy a comer con los hijos”. En su barrio no le dan un respiro, "es muy buena persona", comenta uno de sus vecinos. No dejan de darle muestras de cariño. “Es todo un personaje”.

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