José María Sadia

Corría la primavera de 1974, cuando Willy Rodríguez se dirigía al río Esla para pescar, justo detrás del monasterio cisterciense de Santa María de Moreruela. Como de costumbre, acudía con un primo mayor al que dejó tras la pista del black-bass, mientras él buscaba junto a sus dos perros la mejor zona para capturar el barbo. Y tuvo suerte, porque al poco rato se hizo con una pieza de más de tres kilos. Pero no iba a ser una jornada normal, aquella mediodía de hace casi cuatro décadas se le quedaría grabada en la mente.

Sus dos perros, agresivos por naturaleza, comenzaron a ladrar y a dar botes como nunca antes había visto. Willy se volvió a ellos enérgico: «Callad, que me vais a espantar los peces». Nada ocurría alrededor y él no entendía nada. Hasta que, a los pocos segundos, fijó la mirada en el paseo junto al río y vio aparecer una figura que todavía recuerda como si fuera ayer. «A unos 150 metros vi un ser de más de dos metros que tenía los dos brazos pegados al cuerpo, como un soldado», recuerda el propietario de la antigua cafetería «Dover» de la capital. «Tenía un aspecto plateado y, como hacía sol, destelleaba», rememora Rodríguez, a sus 84 años.

Los dos perros -uno de ellos un boxer especialmente bravo, seguían dando enormes saltos- pero Willy ya no escuchaba nada. «No sé cuanto tiempo pasé en estado de "shock", pero cuando reaccioné, me volví a Pluto y le dije: ¡Ataca!», explica el hostelero jubilado. Los dos perros siguieron al humanoide, que se desplazó de manera artificial hacia una loma y allí desapareció. «Era igual por delante que por detrás», cuenta el zamorano. Lo cierto es que nunca más volvió a saber del extraño ser, el aparecido de Moreruela de los Infanzones. Ni siquiera dos semanas después, cuando regresó con varios familiares para ver si el humanoide o la supuesta nave en la que viajaba habían dejado señales. Pero no había rastro.

Desde entonces, han sido muchas las personas que le han dicho no creerle tras conocer su historia. «Parece que en este mundo que vivimos, todos tenemos que ver lo mismo para creerlo», se dice a sí mismo. Y confiesa: «Acabaré por pensar que no lo vi, pero sí que lo vi». Hubo una persona que sí le creyó, el juez Federico Acosta, quien publicó el caso en su libro «Ovnis sobre Zamora». Aquel lejano relato permitió al programa de televisión Cuarto Milenio contactar con Willy Rodríguez, que en la madrugada del domingo ratificaba con precisión cada detalle de aquel extraño suceso.

El propio director del programa, Íker Jiménez, preguntó al hostelero zamorano qué interpretación le daba a aquel encuentro de hace 37 años. «No era una persona, era algo artificial. Yo creo que era una especie de "robot" que había bajado de un platillo volante y respondía a sus órdenes», explicaba Rodríguez ante las pantallas.

A menudo, tras la aparición, Willy se ha preguntado por aquello, que afortunadamente recuerda al detalle gracias a su prodigiosa memoria. Y se ha cuestionado su visión, aunque asegura que «nunca he bebido ni fumado». Pudo ser una sugestión o una imaginación. «Pero, ¿y los perros? ¿Ellos también imaginaron lo mismo que yo?», se repite. En efecto, tanto él como sus mascotas estuvieron «muy nerviosos» los días siguientes al suceso. Casi cuatro décadas después, Willy lo cuenta con la misma emoción y, pese a sus 84 años, lo narra en plena forma.