La presentación de su último libro, "¿Viejo yo?", que presentó en el foro del Club LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA trajo esta semana al prestigioso periodista Ramón Sánchez-Ocaña a la capital, donde habló de cómo disfrutar de la tercera edad y analizó la situación actual de la profesión, que debe adaptarse a los nuevos tiempos "sin perder su esencia", según el profesional.

-¿Ha cambiado mucho la imagen del español jubilado en los últimos treinta años?

-Hay un problema de evolución social clarísimo. De hecho, en muchos casos es quien mantiene a la familia. En nuestra época, una persona de 60 años era ya muy mayor. El abuelo ha sido una figura que ha ido evolucionando durante todo el siglo XX y comienzos del XXI. Se tenía en la casa como una persona de respeto, la vivienda era grande y se podía mantener en ella. En cuanto se produjo la emigración masiva a la ciudad, las casas encogieron y se convirtió en una lata, así que se quedó en el pueblo. Pero ahora, como por necesidades sociales trabajan los dos miembros de la pareja, al abuelo se le vuelve a necesitar. Socialmente, ha habido una redistribución de papeles importante. Tanto que, por ejemplo, los niños son los que contagian la gripe a los abuelos.

-¿Está de acuerdo con los 65 como edad fijada para la jubilación?

-Hay que ser conscientes de que ese límite fue una medida administrativa de Bismark, así que viene de mucho tiempo atrás, cuando poca gente llegaba a esa edad. Pero ahora no solo es fácil llegar, sino que te pilla en una época que, por la evolución social, es la mejor para en un montón de profesiones, así que, como dice un conocido, te jubilan por lo criminal, porque podrías seguir trabajando y además dando lo mejor de ti.

-¿Qué edad límite pondrían usted?

-La edad ideal para la jubilación es la que quiera el individuo, pasado un tiempo, y por supuesto dependiendo si uno está harto o no del trabajo. Pero si quiere seguir, tiene posibilidades y se siente activo y bien, no tendría por qué dejarlo obligatoriamente. Otra cosa es cómo se organiza su pensión y su sueldo, que es un problema distinto. Una cosa es la persona y otra la supervivencia económica.

-¿El Gobierno se preocupa lo suficiente por este pilar fundamental de la sociedad?

-Todos pensamos que se debería ocupar más, como de cualquier sector, pero no cabe duda de que pocas veces como ahora se ha estado así. Las pensiones han evolucionado para mejor y la precariedad con la que se vivía en los años 50 y 60, además de la falta de asistencia, es algo que ahora no ocurre.

-Centrándonos en su carrera profesional, ¿qué supuso para usted la televisión?

-Un cambio muy grande, aunque creo que como en mi carrera profesional siempre fue prioritario el periodismo, en todos los casos, me sirvió de escudo o coraza para no creerme más que nadie. El salir en la pantalla y que te conociera la gente fue un accidente. Yo llegué a televisión para presentar los informativos durante cinco años y hacer todos los días el telediario fue un auténtico boom. Estaba encantado, porque el periodista lo que quiere es que lo que hace se difunda y en esos años la televisión era como tener un periódico de 18 millones de lectores.

-Y después llegó "Más vale prevenir".

-Y fue lo que absolutamente mediatizó mi vida en todos los sentidos, tanto como personaje mediático como persona. A partir de ese momento, no pude escribir más que de salud. Y eso que cuando estaba en los primeros cursos de Filosofía y Letras me encantaba inventar cuentos y obras de teatro, por las que recibí algún premio universitario.

-Pero le condicionó para bien.

-Me enseñó mucho a vivir de otra manera. Quizá yo no viviría tan sano dentro de lo que cabe si no hubiera sido por ello.

-¿Qué supusieron esos más de diez años de presentador al frente del programa de salud más visto de la televisión?

-Se emitía los viernes a las ocho, antes del Telediario y del famoso "Un, dos, tres", así que su situación en la parrilla era envidiable. Se trataba de una idea de educación ciudadana y creo que el objetivo de esa divulgación sanitaria era que la gente fuera al médico solo cuando lo necesitara. Si eso ocurriera, mejoraría un montón la sanidad pública, porque habría tiempo para otras cosas. De hecho, creo que la educación sanitaria debería ser una prioridad en las escuelas, educar para la salud sería muy útil para la sociedad.

-¿Hubo temas difíciles de abordar?

-Un ejemplo claro fue cuando hablamos del sida. Acababa de morir Rod Hudson y fue un tema que pasó absolutamente desapercibido, porque no se sabía ni lo que era el VIH. Había otros programas con cierta dificultad, como aquel en el que hablamos de las hormonas. Yo tenía clarísimo que lo que quería hacer con el programa era dedicarlo a gente sana que quería seguir estándolo, no crear hipocondríacos. No era un programa de enfermedades, sino de salud y sobre todo queríamos explicar todo sin teñir la pantalla de sangre.

-Desde su experiencia, ¿tiene algo que ver la televisión actual con aquella?

-Veo que ahora se busca sobre todo espectáculo y se cae demasiadas veces en que casi todo vale para tener audiencia. A mí me parece algo muy grave, porque no todo vale. En las primeras reuniones que tuvimos los profesionales significados del medio, como Hermida o Martín Ferrán, para buscar la posibilidad de tener televisiones privadas, vimos que se iba a tener el riesgo de que quisieran tener audiencia a toda costa. Y eso se consigue con violencia y sexo, elementos indispensables. Un grupo de profesionales queríamos sin embargo exigir a nuestra televisión canales documentales o educativos. Pero luego está el problema de que esa televisión en vez de ser nuestra es del gobierno de turno. Y es un error que tenemos que solventar como sea, porque se usa de esa manera, da igual el color del partido político o la región donde esté. La tiene y la subvenciona para eso.

-¿Echa de menos programas divulgativos en la parrilla televisiva?

-Hay una cadena que pasa desapercibida y es magnífica, La 2. Existen dos programas con un éxito tremendo, como fueron el de Félix Rodríguez de la Fuente y el de comandante Cousteau, que son dos ejemplos clarísimos de cómo se puede hacer una buena divulgación, muy atractiva y muy educativa. Han sido dos fenómenos y ejemplos claros de que si se apuesta en serio por una televisión educativa, se puede conseguir.

-¿Durante su participación en el programa de "Más vale prevenir", donde muchos pensaban que era médico, aprendió algo de esa profesión?

-Por supuesto, además yo provengo de una familia de médicos, así que no me era ajeno del todo. Incluso fui redactor jefe y luego director de "Tribuna Médica", una revista para profesionales, así que tenía mucha relación con el sector y sabía de lo que hablaba. Fui aprendiendo mucho porque me gustaba, con la idea y el interés de saber cómo funcionamos por dentro, la curiosidad por la fisiología del cuerpo humano, pero no sabría ponerme delante de un enfermo. Para eso hay que tener una gran dosis de humanidad, comprensión y tiempo para dedicar. Quizá en lo único que podría igualarme al médico es en la empatía, pero no sabría ejercer esa profesión.

-¿Se aplicó alguna lección sobre salud?

-Cuando empezó el programa, como todo periodista que se preciara en aquella época, era fumador. Dejé radicalmente de fumar con una experiencia brutal. Fuimos un viernes a una planta de neumología para hacer un programa sobre tabaco y ver cómo había deteriorado los pulmones de un señor que no podía apagar una cerilla ni a veinte centímetros de su cara, ya que no tenía capacidad para ello. Quedamos el lunes para grabar y cuando llegamos, había muerto. Esa impresión fue la que me hizo dejarlo.

-¿Qué opina de las modas que vienen y van sobre salud, como, en la actualidad, la ingesta de semillas o el beber batidos verdes?

-Son modas que suelen tener alguna realidad, exagerada por el comercio y la publicidad, y que son vaivenes. Pero suelo decir que habría que poner en letras bien grandes que sobre alimentación, en la actualidad, nunca hemos vivido ni tanto ni tan bien como ahora y nunca se comió ni tanto ni tan bien. Estamos en una etapa que no sé por qué nos invade el pesimismo. A pesar de todos los males que hay, nunca se ha vivido como hasta ahora. En España estamos llegando a una media de vida de 83 años, la mayor longevidad del mundo junto con Japón. No hay de qué quejarse.

-¿Ayudan las nuevas tecnologías en el tema sanitario?

-Son un avance impresionante para tenernos conectados, pero sin embargo, a pesar de la comunicación que establece, la establecen incomunicándonos más. Solo hay que ver a una pareja comiendo en un restaurante, cada uno con su teléfono móvil. La gente ha dejado de hablar. Creo que se está abusando mucho de las redes sociales y también del anonimato. Lo que nos va a enseñar a utilizarlas con mesura es la cantidad de veces que ves cuánta gente tiene que rectificar una cosa que dijo en el pasado. Eso debería hacernos reflexionar desde ya. Estamos empezando a estar gobernando por nuestros propios móviles y es algo que habrá que cambiar en un plazo no muy largo.

-La figura del médico es respetada, ¿y la del periodista?

-Nosotros mismos hemos tenido mucha culpa en el deterioro de la profesión, entre otras cosas porque en muchas ocasiones se ha banalizado el periodismo. Y muchas veces por culpa de nuestras redes sociales. Hace poco Juan Luis Cebrián comentaba que de cada diez periodistas, tres ejercen la profesión y otros siete van en contra. Y además todo esto nos ha pillado en un momento de crisis, donde hay primero una falta de identidad de los periódicos, que no resisten la economía al no tener publicidad suficiente y tienen que reducir su capacidad para contratar profesionales. Por otra parte, está el cambio del periodismo tradicional al periodismo en la red, un periodismo que ni siquiera se puede llamar así, porque un tweet es más bien un chispazo, un aviso.

-¿Hacia dónde lleva esta situación?

-Lo va a producir es que los periódicos digitales den solo titulares y cuando el lector los vea, ya se sentirá informado. Creo esa banalización, la no profundización en los temas y, por último, la velocidad a la que vamos, es una puñalada de muerte al periodismo.

-¿Qué le queda por hacer dentro de su abultada carrera profesional?

-Me hubiera gustado mucho saber música, porque ese sí que es el idioma universal por excelencia, pero no fue posible en su momento. También me ronda la idea de escribir para mí, en plan literario, no para los medios. Pero de momento, habrá que conformarse con disfrutar de mis seis nietos.