En solo cuatro días su viaje de placer se convirtió en una trampa: siete horas de caos y miedo, perdidos "en la Hungría más profunda", en busca de un paso fronterizo sin policía. El cierre de fronteras con Austria se convirtió en una encerrona para el matrimonio zamorano que había llegado al país báltico el día 7 de septiembre, sin sospechar que la crisis de refugiados sirios trastocaría sus planes por sorpresa. "No habíamos oído nada, nadie nos informó allí" de que podían quedar atrapados en la raya de los Balcanes, explica Sara Iglesias Martín, que viajaba sola con su marido en un vehículo alquilado.

Y nadie sospechaba qué estaba sucediendo, porqué la frontera, que cuatro días antes pudieron cruzar con absoluta normalidad, se convertía en un difícil obstáculo que salvar. Es verdad que la noche del miércoles y del jueves, en una ciudad turística húngara, en el paso entre Viena y Budapest, Sara y su marido se habían topado con un grupo de militares españoles. Tras mucho insistir en sus preguntas, habían conseguido arrancarles que "iban de maniobras en helicóptero sobre la zona de la frontera de Hungría con Serbia durante dieciséis días. No contaron más", relata Sara, que ahora sospecha que tenían alguna misión específica.

Desde ese 7 de septiembre habían pasado de Eslovenia a Austria y de allí a Hungria "sin problemas, incluso la frontera austro-húngara la vimos como abandonada, como está aquí en Zamora la portuguesa", detalla Sara. A su llegada a la ciudad de Györ, situada al noroeste de Hungría, muy turística, "muy tranquila, empezamos a ver jaleo en las cercanías". Se trata de una ciudad de paso entre Viena y Budapest, es en su estación de tren, con mucho trasiego de pasajeros, donde Sara, que entró a ver cómo era, observó a la primera familia de refugiados, en un tren parado.

Fue en ese momento cuando se percató de que la policía vigilaba estrechamente los movimientos de estos ciudadanos, los sirios que huían del horror de su país en guerra y que comenzaban ya a llegar a Austria. Y lo harían en avalancha solo cuatro días después, aunque eso Sara no lo supo hasta que se vio con su marido presos en el gran colapso fronterizo. La zamorana vio a un hombre, que viajaba con cuatro niños "de corta edad, su mujer y su hermana", según le diría en una fugaz conversación. "Le vi bajar del vagón como a escondidas". Enseguida sabría que era "por la necesidad de beber" algo tan básico como agua. Cuando le preguntó en inglés si necesitaba algo, "me contestó que agua y le di la botella que llevaba encima". El diálogo duró un suspiro, "solo me dio tiempo a preguntarle si venía solo, me dijo que con su familia desde Budapest, que lo habían dejado todo en Siria y que querían ir a Alemania, pero que no sabía dónde les llevaban, también pudo contarme que era profesor de universidad. No pudimos hablar más". La policía se aproximó enseguida me separó y el hombre sirio volvió al vagón. Sara vio, al menos, dos comboies con refugiados, "apartados del resto de pasajeros" del tren, y "a la policía, que no quitaba ojo a los sirios, no les dejaba moverse ni te dejaba acercarte a ellos. Se veía que eran gente acomodada, con dinero".

En Hungría se respiraba un ambiente denso, enrarecido, pero "el conflicto de refugiados no había comenzado cuando salimos de España camino de Austria y después Hungría". Solo en las estaciones "vimos movimiento de refugiados, estaban retenidos". La angustia que se refleja en sus rostros taladra a quien les observa y "les tratas de ayudar, pero no te dejan. Te sientes impotente y piensas en todo lo bueno que podrías hacer para ayudarles, si te lo permitieran...".