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Muchas luces, nubarrones persistentes

La rebelión de los fotógrafos y el pobre nivel musical de algunos desfiles, asignaturas pendientes de la Semana Santa 2015

Muchas luces, nubarrones persistentes

El camino hacia la excelencia que impone la aspiración actual de alcanzar la declaración de patrimonio mundial se ha encontrado en la Semana Santa de 2015 muchas luces y algunas sombras persistentes. Con una mayúscula afluencia de forasteros y turistas, las cofradías pequeñas han aprobado con nota la asignatura de la organización y la puesta en escena, mientras que las "grandes" se enfrentan a la realidad de la paulatina disminución de fondos para organizar el desfile. De ellas, la Real Cofradía del Santo Entierro estuvo a la altura de su categoría de procesión oficial de la Pasión. No tanto la Vera Cruz, que exhibió en la calle, tras los pasos, los problemas de financiación que impiden alcanzar el prestigio musical exigible a la decana de la celebración.

2015 fue el año del debate sobre los fotógrafos. A las hermandades no les va a quedar más remedio que regular con profesionalidad y mayor exigencia el acceso de los reporteros gráficos. De un lado, profesionales venidos de fuera se quejan de "pocas facilidades" para retratar la tradición y "exportarla" a otros lugares, una empresa que se antoja esencial para Zamora. Por otro, cabe constatar que un fotógrafo no es la suma de una persona y una cámara (por excelentes que sean sus prestaciones). Las cofradías deberán diferenciar entre los reporteros cuyos trabajos tienen por fin la divulgación en medios profesionales o el abastecimiento del archivo propio de quienes emplean objetivos de enormes dimensiones (e incluso acreditaciones de dudosa naturaleza) como salvoconducto para circular con libertad por donde los demás ni nos atreveríamos. Escenas como la vivida en la plaza de Santa Lucía al término del rezo del "Oh, Jerusalem" han de quedar en un mal sueño.

Cuestión aparte es la revolución de los teléfonos inteligentes ("palos de selfie" incluidos) cuyo uso, desde las aceras, debe responder más a una cuestión de educación personal que a una inviable regulación. Cabría reflexionar en qué consiste vivir la Pasión: ¿se trata de experimentar la emoción y la fe ante las procesiones o simplemente de hacer fotografías y vídeos que impidan disfrutar del momento?

El embellecimiento de las procesiones en la calle debe ir de la mano de la música, el latido de los propios pasos. Y este, parece, es uno de los nubarrones que se cierne sobre la celebración. Cuestiones económicas al margen, resulta poco comprensible la ausencia de la Banda de Zamora de algunos desfiles. Desconozco si la formación precisa de la Semana Santa, pero lo que es incuestionable es que la Pasión necesita de los jóvenes músicos zamoranos. Tampoco se explica bien la escasa presencia de la Banda de Cornetas y Tambores Santísimo Cristo del Perdón, marginada bajo el prejuicio ante el influjo de los aires del sur.

Los deudores de la austeridad tendrán que explicar entonces por qué los zamoranos se emocionan cuando una Virgen sevillana, La Esperanza, sube Balborraz con los acordes de La Saeta; deberán encontrar el sentido de los faroles de plata que adornan la mesa del Nazareno de San Frontis o justificar por qué abrimos una parte de los desfiles con cruces guía clásicas de Andalucía. Quien hable del "silencio" como elemento diferenciador de Sevilla, deberá conocer antes el respeto que impone Jesús del Gran Poder en Híspalis, carente incluso del sonido del tambor en su desfile. No, Zamora no tiene ni costaleros ni tronos en sus procesiones, pero no podemos (ni debemos) obviar el eclecticismo de la celebración actual. Sería más provechoso echar abajo patrones y mitos repetidos hasta la extenuación.

Este año 2015 aprendimos también -nos lo enseñó Ricardo Flecha en el pregón oficial- que la ciudad no es "tan medieval" como pensábamos y sí "más decimonónica" de lo que imaginábamos, por mucho que nos seduzca la estampa de los monjes cistercienses acompañando a un bellísimo Cristo que exhibe el tránsito del románico al gótico.

Quizá haya llegado el momento de estrenar un tiempo nuevo al calor de la reciente declaración de bien de interés cultural inmaterial. Una etapa en la que la meta ha de ser la búsqueda de la excelencia, quizá algo más lejana de lo que presumimos. Puede que sea el momento de estudiar y analizar nuestra tradición en profundidad para ilustrar un libro que aún está por escribir: "La gran historia de la Semana Santa de Zamora". Ha llegado la hora de que los zamoranos superemos el tópico y analicemos nuestra realidad hasta el último detalle, reconociendo las debilidades y potenciando las fortalezas. Tal fin seguramente requiera saber cómo es la Semana Santa ahí fuera: Medina de Rioseco, León, Málaga, Cartagena? Entonces, sí. Sabremos cuál es la diferencia real.

A propósito del objetivo que se ha marcado la Junta pro Semana Santa, ¿somos conscientes de la envergadura de una declaración mundial de la Unesco? ¿Merece la ciudad este reconocimiento o el fin es tan mayúsculo que se nos escapa? No hablo de lo que dice el corazón, por eso no cabe preguntar. Sino de una reflexión desde distancia de nuestra propia celebración. En la víspera de la Pasión, los grupos políticos del país acordaron impulsar una propuesta para pedir al Gobierno que defienda una declaración mundial ante la institución parisina que englobe la Semana Santa española en su conjunto. "Nosotros somos de Champions, pero hay muchos que están en otras categorías y no lo merecen", reflexionaba el presidente de las hermandades, Antonio Martín Alén. Absolutamente de acuerdo. De lo que se trata es de recuperar el estatus que Zamora logró en 1985, cuando ingresó en el selecto club de las celebraciones de interés turístico internacional. Para conseguirlo, ¿no sería lo adecuado viajar en el tiempo y acudir a París de la mano de nuestros antiguos socios: Sevilla, Málaga, Cuenca y Valladolid? Por motivos distintos, todas son de Champions y a nadie se le escapa que la unión derriba barreras con mayor facilidad.

El último tópico sigue siendo el Museo. Pasan los años y el debate no supera lo ya dicho. El impulso de la Junta de Cofradías al proyecto es innegable, pero aún surgen dudas sobre qué queremos y qué podemos tener, ampliación o nueva ubicación. Si después de décadas no avanzamos en este debate, quizá el error sea el propio debate. La ampliación de las instalaciones actuales y el refuerzo de las medidas de seguridad son necesidades incuestionables. Pero al tiempo, Zamora posee una rareza que carece de comparación. No hay mayor originalidad en el país que un almacén visitable de pasos como el de la ciudad. Más allá de dotar el centro de algunos criterios museísticos -pasarelas para facilitar la comprensión y mayor espacio entre los grupos escultóricos- Zamora necesita, a mi juicio, un centro de interpretación para comunicar al visitante qué es la Pasión. Una muestra más reducida sobre la identidad de la celebración, que podría incorporar uno o dos exponentes de la imaginería de la ciudad para ser contemplados por el visitante a tan solo unos centímetros. Después de medio siglo, puede que el Museo haya hecho méritos suficientes para prolongar su servicio y continuar como el entrañable punto en el que nacen y mueren las procesiones.

Ahora solo queda mirar al futuro y decidir qué Semana Santa queremos, establecer cómo defender mejor el legado de nuestros mayores sin cerrar los ojos al inexorable paso del tiempo y a la evolución. En este punto, la clave está en el respeto y el amor por la tradición. Si me preguntaran, dentro del innegociable derecho a la libertad de expresión, siempre defenderé que en Zamora la emoción va por dentro y dejaré los aplausos para otro día y un escenario distinto.

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