Fueron muchos los que en vida pidieron a Rufo Gamazo que inmortalizara los ««secretos» del franquismo y la Transición en unas memorias, pero al periodista, que falleció el miércoles a los 91 años, le pudo la discreción y echó la llave a lo mucho que sus sentidos habían visto y oído desde los años cuarenta: redactor jefe de algunos medios, responsable de otros, director técnico de Medios de Comunicación del Estado y estrecho asesor de Carlos Arias Navarro, primer presidente de la monarquía de Juan Carlos I, justo antes del paso a la democracia. Gamazo recibe sepultura hoy en su pueblo de Villalonso (12.00 horas) y, con él, una prolífica memoria de la profesión del periodismo acotada por dos artículos. El primero, «Ventura y desventura de los triperos», lo escribió para El Correo de Zamora en 1946. El último, «Todo vale contra el convento», el pasado ocho de mayo en LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA. Entre ambos, casi siete décadas de periodismo. Rufo jamás se detuvo.

Le marcó seguro su origen de Villalonso. «pueblo de trato, trabajador y listo», define la alcaldesa Araceli Alonso. Localidad de «triperos» y queseros que prosperaron y emigraron a otras regiones «para buscarse la vida». La familia de Gamazo fue una de ellas, «trabajadores a los que costó mucho darle estudios a sus hijos», explica Alonso, «orgullosa» del ilustre vecino porque «no todos los pueblos pueden presumir de un periodista que llegó a la cúspide en Madrid donde llegó a asesorar Carlos Arias Navarro».

Tras Villalonso vino el seminario, culpable de su vasta preparación, el servicio militar en el Regimiento Toledo de Zamora y los estudios en la Escuela de Periodismo de Madrid. Ya en la arena del periodismo «sabía moverse con seguridad, tenía una psicología muy especial dentro de este campo, sin precipitarse, sin estorbar. Así se manejaba en Pueblo, en Arriba, incluso en Ya o en ABC», precisa Herminio Ramos, amigo de Gamazo, «aunque no de los más íntimos». Con estos, Quique Crespo o Luis Cid, se juntaba cuando regresaba a Zamora en una cafetería entre Tres Cruces y Pablo Morillo. Rufo y Herminio se trataban «con todo el respeto y el cariño del mundo». Tal es así que cuando Gamazo fue nombrado hijo predilecto de Villalonso, en octubre de 2010, el cronista de la ciudad le regaló una cartulina de dos metros por uno con una fotografía del Castillo.

Gamazo supo estar en los lugares más destacados de la vida del país desde mitad de siglo. Lo atestigua Enrique Aguinaga, de la misma edad que Gamazo y amigo tan íntimo que se considera «un duplicado». «Rufo pertenecía a la raza dura de los redactores jefes», apuntaba ayer mismo un lúcido Aguinaga desde el velatorio de Madrid al que acudían familiares, amigos y profesionales del más alto nivel. «En el periódico donde estuviera era una pieza clave, echaba más horas que nadie», enfatiza su amigo. «Era un hombre tenaz, de una cultura clásica y profunda, una persona buena», añade Enrique Aguinaga.

Profundamente afectado por la marcha del que era su amigo desde los años cuarenta, Aguinaga cuenta una anécdota recurrente en su relación. «Aunque somos de la misma edad, él tenía unos meses más y siempre me decía: "No me faltes al respeto, que soy mayor que tú"».

En medio de esa amistad, hubo una «frustración». «Le dije en varias ocasiones que debía escribir sus memorias. La profesión le había permitido ver y oír mucho, cosas que no se podían contar en los periódicos, cientos de secretos sobre Franco, el Rey, Arias Navarro o el Gobierno», revela Aguinaga. Y es que Gamazo pensaba con firmeza que «se había hecho una falsificación de lo histórico». A su amigo Enrique y a otros les contaba una pequeña parte de «esas cosas que no se podían decir» de la historia de España, pero siempre «desde la fidelidad y la discreción absoluta».

Su memoria acumulaba buena parte de la actividad de diarios como La Prensa, de Barcelona, el rotativo falangista Arriba, o El Día, de Tenerife, del que fue director. La estancia profesional en las islas fue clave en su carrera porque allí trabó amistad con Carlos Arias Navarro, político que sería alcalde de Madrid, ministro de la Gobernación y presidente del Gobierno entre 1973 y 1977.

Para Arias Navarro escribió Gamazo uno de los discursos clave de la historia de este país: «Españoles, Franco ha muerto. El hombre de excepción que ante Dios y ante la Historia asumió la inmensa responsabilidad del más exigente y sacrificado servicio a España ha entregado su vida». Una fecha rotunda: Era el 20 de noviembre de 1975.

El tránsito democrático marcó la carrera de Gamazo. «Cuando llegó la democracia, mi padre estuvo a la altura y abrió la puerta a una nueva generación de periodistas», explica Ana Gamazo, hija de Rufo y periodista de la agencia Efe. «Era una persona de derechas que podía haber continuado con Suárez, pero tenía una visión del periodismo en la que admitía que debía haber un cambio. No es que entendiera la nueva etapa, pero la supo llevar», valora Ana, quien se queda con los artículos costumbristas de su padre, aquellos que hablaban de Villalonso.

Supo adaptarse. Tal es así que fue asesor del alcalde socialista de Madrid Enrique Tierno Galván en la primera etapa. Y de Madrid hay que hablar. Lo dice su amigo Aguinaga, quien destaca la pertenencia de ambos al Instituto de Estudios Madrileños, donde Rufo «era un experto». No en vano, llegó a ser secretario y después directivo hasta hace tan solo un año y medio.

Por ese motivo, al velatorio había acudido ayer también el presidente de la institución, Alfredo Alvar, quien solo tiene buenas palabras para Rufo. «Era un hombre sabio, con una trayectoria periodística excepcional. Había tenido mucho contacto con la política y con los gabinetes de prensa, que abren mucho la perspectiva al mundo», señala. El responsable del Instituto de Estudios valora el amor de Gamazo por Madrid. «Se vino a vivir aquí, se sentía feliz porque Madrid es una ciudad acogedora», señala. Por todo, Alvar solía contar a menudo con Rufo, un hombre «sensato y sereno». ¿Quiénes eran sus amigos en el Instituto de Estudios Madrileños? «Todos, era una persona muy querida», responde el presidente.

El ocho de mayo, Rufo enviaba su último artículo a este periódico para comentar la polémica homilía de un párroco y la solicitud de expropiación de la Catedral-mezquita de Córdoba. Así terminaba su colaboración con LA OPINIÓN, una década de artículos a falta de unas memorias que, junto con su cuerpo, reciben hoy sepultura en Villalonso.