Cuatro años de trámites y las trabas políticas de los últimos meses que supusieron la paralización de las adopciones por parte del gobierno de Putin es por lo que han tenido que pasar la zamorana Marisa Granja y su marido Francisco Barranco hasta conseguir la custodia de la pequeña Eugenia Pilar, con quien pudieron por fin viajar a España la pasada semana, tras un último juicio en el que se les otorgó definitivamente la adopción.

A pesar de su «inmensa felicidad», Marisa Granja solicita que los gobiernos de España y Rusia firmen «cuanto antes» el convenio de adopciones entre ambos países, «porque las familias que quieren traer niños desde allí están totalmente desprotegidas», subraya. «Nosotros hemos tenido suerte, pero ahora mismo el resto de regiones del país han paralizado los trámites hasta que no se rubrique el acuerdo. Y esta situación la están pagando los padres adoptivos y los propios niños, que son los que menos culpa tienen», añade.

Sobre su último viaje a la región de Irkutsk, en plena Siberia, donde estaba la casa cuna de la pequeña Eugenia Pilar, relata que iban «con mucho miedo, porque ya habíamos tenido que regresar sin la niña en nuestra visita anterior en agosto, cuando el juicio por la custodia no salió tan bien como esperábamos». Los escollos entonces los pusieron el representante del organismo que tutela a la niña y el banco de datos. «Nos trataron de forma humillante», recuerda.

Afortunadamente, el proceso en esta ocasión fue diferente. Seis «interminables» horas, después de haber pasado por una comisión de psicólogos, que dieron como resultado una resolución favorable. «Esta vez la jueza fue menos brusca y cuando salió para dictar sentencia todo el mundo daba por hecho que había salido bien, pero nosotros seguíamos con el miedo en el cuerpo», narra. Por eso, ambos no reaccionaron hasta que la traductora le confirmó la buena noticia. «Ese momento tan esperado te deja adormecido, no saltas de alegría, no sabes qué hacer. Mi marido y yo nos abrazamos tranquilos y por fin sonreímos. Habíamos terminado el largo calvario de papeles y lágrimas», rememora.

Todavía tuvieron que permanecer en Irkutsk quince días más, hasta que se hizo firme la sentencia dictada. «Mientras tanto, íbamos todos los días a ver a la niña a la casa cuna, donde te sientes un poco cohibido y observado por la cantidad de cámaras que tienen. Solo pensábamos en que llegase el momento de llevarnos a nuestra hija, que recogimos tan solo con un pañal, su crucifijo de chatarra y la partida de bautismo», enumera.

Aún «un poco desorientada, aunque muy contenta» y haciéndose a la idea de su nueva vida en familia, la zamorana disfruta junto a su marido de esta situación con una sensación clara: «Yo no olvido nada de todo lo que nos han hecho pasar, pero ahora ya no me duele tanto», apunta para finalizar.