Nueve años de convivencia con su primo en la casa de la abuela que se convirtieron en un auténtico calvario de continuos abusos sexuales llevaron a una mujer a denunciar los hechos trece años después, una vez que recibió la ayuda psicológica adecuada y se decidió a dar el paso. Una situación que el acusado siempre ha negado y sobre la que la abuela, ya fallecida y que vivió con ellos, nunca comentó nada a los familiares.

En el juicio, celebrado ayer, la acusación particular solicitó una pena de 15 años de prisión, el alejamiento del acusado de la víctima en un radio de 5.000 metros durante un periodo no inferior a la pena impuesta y una indemnización de 600.000 euros. Según el testimonio de la mujer, quien no declaró en el juicio, estos hechos comenzaron cuando tenía 7 años y se prolongaron hasta que cumplió los 16, «una tortura de nueve años que ha quedado acreditada por secuelas psíquicas y físicas», según el escrito de la acusación particular, donde se subraya que estas agresiones «se realizaron siempre bajo intimidación y en ningún momento con consentimiento».

En su declaración, el imputado negó los hechos y expuso que el móvil de esta denuncia era el económico, ya que su familia estaba embargada y arruinada. «No he agredido nunca ni a ella ni a ninguna mujer; no soy un enfermo», se defendió.

En el juicio testificaron familiares y amigos que aseguraron que la víctima les había contado lo sucedido años después. Por su parte, las tres psicólogas que la trataron confirmaron que sufría manifestaciones «coherentes con haber sufrido abusos sexuales», como bulimia o problemas de control de la ira. «Es difícil fingir estos síntomas», reconocieron.

En sus conclusiones, el Ministerio Fiscal solicitó la absolución del acusado «por falta de indicios», argumentando que no se había ofrecido ninguna prueba de cargo que desarmara su presunción de inocencia, ya que los numerosos testigos «tan solo han relatado lo que la víctima les contó en su día, pero ella no ha acudido al juicio, a pesar de que la perito ha reconocido que no estaba impedida para declarar», recordó. El tardar doce años en presentar la denuncia, pedir ayuda psicológica muchos años después de lo ocurrido o la inexistencia de pruebas forenses de los abusos fueron otros de los argumentos de Fiscalía a los que se adhirió la defensa, que subrayó que solo había habido «testigos de referencia, ninguno directo» y se sorprendió de que la abuela, quien vivía en la misma casa «nunca hubiera dicho ni visto nada».

Por su parte, el abogado de la acusación se ratificó en la pena solicitada y defendió la decisión de la víctima de no declarar en el juicio «para no someterse de nuevo a la tortura de recordar los hechos», apuntando que las secuelas de estas agresiones «están objetivadas por las tres peritos».

Tomó la última palabra el acusado antes de que el juicio quedara listo para sentencia afirmando que él era consciente de todos sus actos pasados y que esta denuncia era «falsa» y le había «hecho vivir un calvario durante los últimos cuatro años».

Según la declaración de la hermana del acusado, solicitada por el abogado de la defensa, su prima estaba «obsesionada» con él, «como enamorada. Siempre tenía celos y me preguntaba por mi hermano cuando ya no vivían juntos». Desde 1993 a 1996 ella convivió con su prima en la casa de la abuela. «Dormíamos juntas y jamás me contó nada de lo ocurrido». Cuando el abogado de la acusación le preguntó por qué no había hablado sobre esta «obsesión» de su prima durante la fase de instrucción, la joven argumentó que no había dicho nada «porque pensé que las cosas no iban a llegar tan lejos».