El deterioro de la situación económica está afectando de manera muy especial a la población inmigrante. Los extranjeros -pobres- están desprotegidos incluso en los tiempos de bonanza y cuando vienen mal dadas, como ahora, quedan expuestos a la intemperie. La mendicidad es el único destino a corto plazo. Y si siguen pintando bastos, la vuelta al origen con el fracaso en el alma es el horizonte.

Escena Primera. La mujer-niña que pide patatas para comer.

Iona (el nombre no es real como todos los que aparecen en este reportaje) tiene esos años en que las experiencias de la niñez aún no han hecho callo y se tiñen de moretones como respuesta a los palos que da la vida. Vive en Morales de Toro porque hasta allí llegaron sus padres dando tumbos desde un ciudad de ladrillo rojo y sin nombre de su Rumanía natal. También allí la apuntaban con el dedo. También allí era diferente. Por eso, aquí se ha acostumbrado rápido a que la miren de soslayo, a que le escudriñen la espalda. A veces, no puede aguantarse y se engalla, y saca el orgullo levantando el pecho de mujer-niña cuando cuchichean a su alrededor.

En casa no hay que comer. No hay trabajo en las viñas y la poda cada vez se hace más rápido con las tijeras mecánicas. Nadie contrata a su familia. Todos los días coge el coche de línea -«mira, mira el billete» - y se presenta en Zamora. Se sienta en el suelo, junto a las puertas de un hipermercado desde donde se ve la espuma del Duero y allí extiende su mano: «Déme algo, por favor, tengo hambre». Y así se pasa el día, llenando de caridad todas las bolsas que puede. Con lo que reúne comen en casa. Ella, sus hermanos... Unos días más que otros, porque no siempre el "jornal" es igual de abundante. A principios de mes, da gusto. A finales, da pena. Y hay días que sólo se lleva a Morales esas miradas descaradas a sus piernas.

El otro día fue diferente. Una mujer alta, guapa, se fijó en ella cuando entró en el supermercado. «Déme algo de comida, por favor». «Espera, hija, ahora cuando salga». Una excusa más, pensó Iona; tantas escucha y, a veces, ni eso: miradas indiferentes y hasta reprobatorias. Y lo peor, esa frase que se sabe de memoria, que duele más que un tortazo: «A ver si os vais de este país de una puta vez, que aquí no hay nada para vosotros».

La mujer cuando salió del "súper" le dio una bolsa de patatas y un paquete de galletas. Habló con ella y le preguntó por su vida. Volvió a entrar y compró más comida. Le entregó varios paquetes. A la media hora volvió con su hija, de su misma edad, y un bolsón enorme con zapatos -¡qué botines rojos más preciosos!-. Fue un día especial. Cuando llegó a Morales fue la reina. Todos querían saber...

Escena Segunda. La pareja que no tiene donde dormir.

El agricultor para el que trabajó un tiempo le dejó un mensaje en Cáritas: «Que vayas a la oficina (x) ... Sí, sí de la Administración, que quieren hablar contigo». Yousseff se puso a temblar. Lleva varios años en España, trabajando en lo que puede, casi siempre en el campo, y algo en la construcción. Ahora lleva meses sin hacer nada. Está cansado de ir de puerta en puerta, mendigando un jornal. «Nada, si hay algo ya te buscaré por ahí». Vive con Fátima, pero sin vivir, no pueden estar juntos -«ya me entiendes»- cuando quieren. Cáritas los ha acogido tres días. ¿Y después? Dios o Alá dirá.

Vino huyendo de la miseria que se acumulaba en todos los costurones de su país, Marruecos. Y ahora nada sobre ella en España, el paraíso prometido, sin saber si va a tener fuerzas para llegar a puerto. Hay días en que el cansancio es mucho y la desesperanza lo abraza todo. ¿Volver? Eso lo último. En el fondo sigue pensando que esta miseria es mejor que la de su país y que la crisis, aquí, es espuma y allí hueso.

En la oficina de la Administración le preguntan por su domicilio, para enviarle una carta. «No tengo». «¿Pero algún sitio habrá donde podamos enviarle el escrito?». «No, he estado tres días en Cáritas, pero esta noche no sé dónde voy a dormir, donde pillemos...». Y la funcionaria mira a Fátima, acurrucada, que dormita sobre los cómodos sillones de espera. Le da pena y siente un no sé qué dentro que se le pasa al estómago y después a la cabeza. «Unos tanto y otros tan poco, qué injusto», dice dirigiéndose a una compañera.

Yousseff oye hablar de cupones, de cuotas, de recargos y no entiende nada. Con él viaja todo su capital: Fátima, la maleta donde guardan cuatro prendas y la cartilla del banco. La abre y la mira: 47 euros. Toda la vida trabajando: 47 euros.

La funcionaria contacta con la última persona que le dio trabajo, un agricultor. «Sí, sí, que venga, que queda algo de tarea». Yousseff cambia de cara, mira a Fátima: «Ya te dije que las cosas iban a cambiar». Fátima no se inmuta: «Estoy cansada», se le oye musitar.

Escena Tercera. Mujer con niña y pata descarnada de jamón.

Ocurrió el Jueves Santo, el Día del Amor Fraterno, en pleno centro de Zamora, en la calle del Magistral Romero. Una mujer menuda, de poco más de veinte años, camina con un niño de meses en brazos en dirección a la confluencia con la avenida de Portugal. Se para junto a los contenedores que hay junto a la tienda de Yamaha; deja al bebé sobre el bordillo de entrada a un portal y hunde medio cuerpo sobre el contenedor. La revisión tarda unos instantes. Inmediatamente se incorpora. En su mano derecha esgrime triunfante la pata descarnada de un jamón.

El periodista la ve de cerca. Cuerpo menudo de comer lo justo, con la tez limpia. ¿Viorica? No mira a nadie. Desenvuelta, como si el gesto lo hubiera repetido muchas veces. Coge al niño que no se ha movido, debe estar dormido o habituado a los descansos sobre la acera, y se va. El bebé sujeto con una mano y ladeado sobre el pecho casi de niña. En la otra, el premio, el gran trofeo, una pata de jamón serrano, oreada por el tiempo, el hueso limpio como si le hubieran dado con barniz, las corvas envueltas en una fina película de fibra, un manjar cuando el estómago duele y el hambre tiene hambre.

Insólita procesión, piensa el periodista: la mujer con niño y pata de jamón. Y vuelve varias veces la cabeza buscando una expresión, un gesto de la mujer que camina leve, como si la brisa la llevara hacia un mundo extraño. El de la nada. Al fondo, la silueta inquietante que se diluye en el principio de la tarde más fraterna del año. Poco después desfila la Vera Cruz y por la noche, entre la lluvia llorosa, El Yacente.