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Una familia XXL

El padre, con una decena de hijos, recorre cada día cien kilómetros para llevar a todos a clase

Cada día recorre más de cien kilómetros en repetidos viajes desde su casa, en la carretera de Villaralbo, a distintos puntos de Zamora. No es taxista. Es Eduardo Ares, de 47 años y padre de familia numerosa. Nada menos que diez hijos entre los 6 y los 22 años. Su esposa, Ana Sánchez, no se queda atrás. A sus 44 años esta mujer asegura estar orgullosa de haber vivido de forma intensa esa decena de embarazos a los que ha dedicado siete años y medio de su vida.

Las características de esta familia talla XXL ha obligado a ambos a adaptarse a las circunstancias. Con el nacimiento de la pequeña del clan, Ruth, Eduardo dejó su trabajo como autónomo para centrarse en las tareas domésticas, hacer la comida, llevar y traer a los hijos y, en definitiva, ocuparse de ellos durante la mayor parte del día. Ana, por su parte, mantiene su trabajo como administrativa en Caja España. Ellos no se cansan de repetir que no son distintos a otras familias, y que tan sólo han ejercido una opción con la que están encantados: traer al mundo todos los hijos «que han ido viniendo, porque nunca hemos utilizado métodos anticonceptivos», señala Ana. «Yo no he traído cachorros al mundo. He traído hijos».

De jóvenes, mucho antes de conocerse, Ana y Eduardo ya habían confesado a sus amigos más íntimos el deseo de tener numerosa descendencia, hasta doce hijos. «Nos hemos quedado algo cortos», comenta el matrimonio entre risas. La pareja se casó y poco después llegó Sara, la mayor, cuando la madre tenía 22 años. Tras Sara llegaron al mundo Raquel, Ana, Eva, Lucía, Eduardo, Jesús, Antonio, Carmen y Ruth. Todos fueron partos individuales, es decir no se han dado casos de mellizos o trillizos. Ahora los diez están en plena actividad académica. Las dos mayores estudian en la Universidad, Biología y Empresariales. La tercera cursa estudios de técnico en actividades deportivas, mientras que los tres siguientes están en la ESO. Los cuatro más pequeños aún estudian Primaria. Hace dos años llegó un nuevo miembro. "Manolo", un pastor alemán que apareció abandonado en el jardín de la vivienda, muy desnutrido y agotado tras vagar solitario. El cariño de los Ares-Carrasco le ha convertido en un espléndido perro que desborda alegría. De hecho, los más pequeños se resisten a posar para las fotografías si "Manolo" no se coloca entre ellos.

Cada uno tiene un horario distintos de clase. Ello, unido a que la vivienda familiar está ubicada en las proximidades de Villaralbo, obliga a Eduardo a realizar cada día esos más de cien kilómetros: llevar a unas hasta la estación de autobuses para que tomen el autocar que las llevará a Salamanca, a otros al instituto, acercar a Ana a su trabajo, volver a casa y recoger al resto? Y lo mismo a la vuelta para comer.

Ana Carrasco y Eduardo Ares son «creyentes practicantes» y han tenido todos los hijos «que han llegado» desde esa fe cristiana. Convencidos, afirman que es «un signo de valentía, porque tener hijos es irreversible, pero pensamos que es también lo más importante que puede hacer una persona en la vida», comenta Eduardo. «Es cierto que también conlleva muchas carencias, pero lo que tienes es lo auténtico».

«La vida no es sólo dinero, y yo prefiero tener hijos que más comodidades»

La pareja, al casarse, comenzó a trabajar para transformar por completo lo que era una nave ganadera en la confortable vivienda de dos plantas en la que ahora viven los doce, en la carretera de Villaralbo. Eduardo Ares ha empleado cientos de horas para levantar con sus propias manos la casa, con una estructura y diseño pensado precisamente para el disfrute y confort de todos sus hijos. Amplias habitaciones en las que duermen repartidos por edades y sexos, tres cuartos de baño con lavabos dobles para que no haya atascos por las mañanas. Fuera, un huerto en el que el cabeza de familia invierte también las pocas horas libres que le quedan después de llevar a los hijos a los centros escolares y hacer la comida. En él cultiva productos que suponen, explica Ana, «una aportación importante a la economía familiar».

La comida se compra a diario. Un truco que con el tiempo han aprendido los padres, «porque todo vuela, y muchas veces no sabes con lo que cuentas si se trata de pequeñas cosas». Nunca han existido problemas de salud importantes en la familia, ni durante los embarazados ni durante el crecimiento de las 7 niñas y 3 niños que, por cierto, «van bastante bien en sus estudios».

Ana admite que es «consciente» de que aún podría llegar algún hijo más, «aunque no es lo mismo tenerlos a los treinta que a partir de cuarenta». En algún momento de su vida, cuando aún eran menos, hasta se plantearon adoptar si finalmente no se cumplían sus sueños de familia numerosa. Los dos son realistas y defienden su opción, aunque saben que conlleva otras limitaciones. «La vida no es sólo dinero, y nosotros preferimos tener hijos que quizá más comodidades».

En casa de los Ares-Carrasco siempre «hay más gente, porque vienen amigos de todos». A medida que crecía el número de hijos el matrimonio se convenció de que era materialmente imposible acudir de visita a otras casas. Por eso son siempre ellos los anfitriones. Tal es así que hasta disponen de una habitación reservada a esas posibles visitas.

En el frigorífico de la cocina está colgado un cuadro con el reparto de tareas, algo que afecta a los seis hijos mayores, aunque los pequeños colaboran en todo lo que pueden. Sara y Raquel, las hijas mayores, estás acostumbradas a cuidar de sus hermanos y a estudiar con el alboroto que supone tener a los más pequeños jugando por la casa.

Una canta bien, otra quiere ser artista, otro juega al fútbol? Las aficiones y los gustos son variopintos. Ruth, la benjamina, enseña estos días el hueco que le ha dejado en la encía el último diente que se le ha caído. El "Ratoncito Pérez" se ha portado bien con ella. «Me ha regalado un euro», comenta con una amplia sonrisa mientras busca a "Manolo", el perro, en el jardín. Forman una piña, dice Ana, «y tienen asumido que somos muchos y que cada mes, por ejemplo, sólo le tocan zapatos nuevos a uno de ellos». Todos los hermanos se sienten orgullosos de formar parte de esta familia talla XXL.

«No he tenido niños para que me ayude el Estado ni soy super woman»

Ana Carrasco pone en duda la existencia de esa conciliación familiar de la que tanto se habla. Pese a ello, mantiene firme que «no he tenido niños para que me ayude el Estado». En su trabajo como administrativa en Caja España «nunca he tenido ningún problema y me siento bien, pero como podría estar feliz en mi casa si se hubieran dado esas circunstancias». En la vida, como en todo, «hay que buscar el equilibrio».

Esta madre de diez hijos y mujer trabajadora es reacia a considerarse diferente. «No soy super woman, pero mi experiencia ha sido muy positiva, aunque no quiero hacer moralismo y cada uno es libre de enfocar su vida de una forma o de otra», subraya. Ella tiene claro que la mujer que sea madre puede desarrollar un trabajo fuera del hogar, aunque cada uno debe organizarse con la familia de la forma más conveniente, como hicieron ella y su marido cuando este ultimo tuvo que dejar su trabajo como autónomo y dedicarse por entero a los hijos mientras su esposa acude a su centro laboral a diario.

La casa de la familia despierta pasadas las siete de la mañana. Cada uno tiene su horario y los hay incluso que se despiertan antes de tiempo para estudiar. Con el día se inicia la frenética actividad, los desayunos, la ropa, las idas y vueltas al hogar para recoger a más y llevarlos al colegio. La comida se hace por tandas, a medida que llegan los comensales. A las doce de la noche pocos permanecen despiertos. Los sábados y domingos comen todos juntos. Los cumpleaños son sagrados, así como cualquier celebración. «Y la tarta es rigurosa, algo que no perdonamos», relata Eduardo. Los pequeños asienten. Y ríen.

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