Zamora comparte el dolor de María que ha perdido a su hijo. El sufrimiento que plasmara Ramón Álvarez en el rostro de Nuestra Madre conecta con una Zamora que intenta curar las heridas causadas por la pandemia y que la arropa la Noche del Viernes Santo, tras dos años donde solo la ha podido ser visitada en su capilla en el templo de San Vicente. El barandales y la banda de cornetas y tambores Ciudad de Zamora, vestidos con la túnica de la Real Cofradía de Nuestra Madre de las Angustias, dan paso a miles de cofrades, tanto de túnica como de luto, que recorren las calles del centro de la ciudad al optar la directiva este año por recuperar el antiguo recorrido que discurre por las arterias más anchas de Zamora.
Entre los caperuces negros se vislumbra al Santísimo Cristo de la Misericordia, acompañado por el trío de Capilla Lux Aeterna.
El cortejo avanza con cientos de cofrades de acera que aguardan a Nuestra Madre de las Angustias, escoltada por las hermanas de luto y mecida entre las notas que interpreta la banda de música de la cofradía que por primera vez participa en un desfile procesional, mientras que la Banda de Música de Tordesillas facilita el avance a los cargadores de la Virgen de las Espadas, imagen que careció de escolta parte del desfile dado que venían del Santo Entierro que se recogió minutos antes de la salida de la siguiente.
El silencio que planea en las calles desaparece con el coro sacro Jerónimo Aguado que, situado a la altura de la iglesia de Santiago del Burgo, honra con sus voces a las tres imágenes interpretándole a Nuestra Madre "Stabat Mater". Nuevamente el canto en este caso de la Salve a Nuestra Madre cobra protagonismo en la Plaza Mayor, aunque solo acompañan a las imágenes las hermanas de luto y parte de los cofrades, mientras que el grueso de hermanos prosigue por la calle Mariano Benlliure, plaza del Fresco y calle de San Vicente hasta la iglesia de San Vicente a donde regresaron las tallas.
